lunes, 23 de mayo de 2016

TEXTOS DE ORTEGA-RAWLS

El alumno responderá a las cuestiones siguientes:


1)Descripción del contexto histórico-cultural y filosófico que influye en el autor del texto elegido.

2)Comentario del texto:

Apartadoa) Explicación de las dos expresiones subrayadas.
Apartado b) Identificación y explicación del contenido del texto. Apartado c) Justificación desde la posición filosófica del autor.

3)Relación del tema o el autor elegidos con otra posición filosófica y valoración razonada de su actualidad.


2012-2013

Opción A: El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana -por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra:
historia.

ORTEGA Y GASSET, J., El tema de nuestro tiempo, “La doctrina del punto de vista”.


Opción B: A fin de hallar un principio que regule esas desigualdades, recurrimos a nuestras más firmes convicciones razonadas sobre derechos y libertades básicos iguales, sobre el valor equitativo de las libertades políticas y sobre la igualdad equitativa de oportunidades. Salimos de la esfera de la justicia distributiva en sentido estricto para ver si podemos aislar un principio distributivo apropiado valiéndonos de esas convicciones más firmes, toda vez que sus elementos esenciales son representados en la posición original como un mecanismo de representación. Este mecanismo está pensado para ayudarnos a decidir qué principio, o principios, seleccionarían los representantes de ciudadanos libres e iguales para regular las desigualdades sociales y económicas en esas perspectivas globales de vida, cuando asumen que ya están aseguradas las libertades básicas iguales y la equidad de oportunidades.

RAWLS, J., La justicia como equidad. Una reformulación.


2013-2014

Opción A: “Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo —persona, pueblo, época— es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo esta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorado. El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa.”

Ortega y Gasset, J.: “La Doctrina del Punto de Vista”, en El tema de nuestro tiempo.

Opción B: “Para tratar de responder a esta cuestión recurriremos a una formulación revisada de los dos principios de justicia discutidos en la Teoría de la Justicia. Ahora deberían rezar así:
a) cada persona tiene el mismo derecho irrevocable a un esquema plenamente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con un esquema similar de libertades para todos;
y b) las desigualdades sociales y económicas tienen que satisfacer dos condiciones: en primer lugar, tienen que estar vinculadas a cargos y posiciones abiertos a todos en condiciones de igualdad equitativa de oportunidades; y, en segundo lugar, las desigualdades deben redundar en un mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de diferencia).”

Rawls, J.: La justicia como equidad. Una reformulación.


2014-2015

Opción A: De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta.

ORTEGA Y GASSET, J., El tema de nuestro tiempo, “La doctrina del punto de vista”.

Opción B: A fin de hallar un principio que regule esas desigualdades, recurrimos a nuestras más firmes convicciones razonadas sobre derechos y libertades básicos iguales, sobre el valor equitativo de las libertades políticas y sobre la igualdad equitativa de oportunidades. Salimos de la esfera de la justicia distributiva en sentido estricto para ver si podemos aislar un principio distributivo apropiado valiéndonos de esas convicciones más firmes, toda vez que sus elementos esenciales son representados en la posición original como un mecanismo de representación. Este mecanismo está pensado para ayudarnos a decidir qué principio, o principios, seleccionarían los representantes de ciudadanos libres e iguales para regular las desigualdades sociales y económicas en esas perspectivas globales de vida, cuando asumen que ya están aseguradas las libertades básicas iguales y la equidad de oportunidades.

RAWLS, J., La justicia como equidad. Una reformulación.


2014-2015

Opción A: Hasta ahora, la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.

ORTEGA Y GASSET, J., El tema de nuestro tiempo, “La doctrina del punto de vista”.

 Opción B: La idea del liberalismo político surge del modo siguiente. Partimos de dos hechos: primero, del hecho del pluralismo razonable, el hecho de que la diversidad de doctrinas comprehensivas razonables es un rasgo permanente de la sociedad democrática; y, segundo, del hecho de que en un régimen democrático el poder político es concebido como el poder de los ciudadanos libres e iguales como cuerpo colectivo. Estos dos aspectos dan lugar a un problema de legitimidad política. Porque si el hecho del pluralismo razonable caracteriza siempre a las sociedades democráticas y si el poder político es en realidad el poder de ciudadanos libre e iguales, ¿en virtud de qué razones y valores –en virtud de qué clase de concepción de la justicia- pueden los ciudadanos ejercer legítimamente el poder los unos sobre los otros? El liberalismo político responde que la concepción de la justicia debe ser una concepción política.

RAWLS, J., La justicia como equidad. Una reformulación.




















RAWLS

JOHN RAWLS (1921-2002, siempre en EE.UU.)

Obras:
- Teoría de la justicia (1971)
- Liberalismo político (1993)
- The law of peoples (la "s" de people no es una errata, porque no significa "la gente", sino la forma abstracta "gentes"; el título se traduce como El derecho de gentes. Fue publicada en 1999).
- Justica as fairness: a restatement (2001), traducida al español: Justicia como equidad: una reformulación. A esta obra pertenecen los textos de selectividad.

La filosofía de John Rawls se centra en una cuestión iniciada por Sócrates y Platón hace dos mil quinientos años: ¿qué es la justicia? El salto temporal al mundo contemporáneo hace que esta pregunta se replantee en los siguientes términos: ¿en qué medida la justicia -y qué tipo de justicia- puede servir de base para legitimar el Estado liberal y el liberalismo político? ¿Es posible justificar las bases morales de la estructura básica de la sociedad para que ésta sea racionalmente legítima y perviva así a lo largo del tiempo a través de innumerables generaciones, con independencia de que, en su seno, cohabiten y se sucedan diferentes ideologías y programas políticos?
Hay que precisar lo que Rawls entiende por Estado liberal y liberalismo político. No se trata de liberalismo económico, sino de Estado de derecho donde, por un lado, el conjunto de la población tiene garantizada una serie de derechos y libertades y, por otro, el poder político se constituye a través de la democracia. Así pues, las preguntas anteriores podrían reformularse de forma más concreta: ¿qué es lo que hace ilegítimo un Estado que no cumpla dichas exigencias? La cuestión de legitimidad del Estado de derecho debe hallar su respuesta, según Rawls, en una teoría de la justicia.
Puesto que la filosofía política de Rawls gira en torno al concepto de justicia, conviene hacer un breve relato de la idea de justicia a través del pensamiento occidental. Rawls no lo realiza, simplemente lo conoce y lo asume como parte de la cultura general. Conviene que nosotros lo tengamos presente para entender mejor las aportaciones de Rawls en el contexto de la historia de la filosofía.

I. BREVE HISTORIA DE LA IDEA DE JUSTICIA.

La primera noción de justicia que surgió en Occidente fue la justicia retributiva, entendida como castigo proporcional a la gravedad de la falta o del crimen, independientemente de que esta medida produzca beneficios tangibles. Se suele denominar Ley del Talión, término que deriva del latín talis o tale y significa "idéntico" (de ahí el español "tal"). Dos ejemplos de justicia retributiva son el código de Hammurabi (s. XVIII a. C.) y la bíblica ley de Moisés, cuya expresión más famosa aparece en el Deuteronomio (19: 17-21): vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.
En la mitología griega, la justicia estaba encarnada en la diosa Diké. El presocrático Anaximandro, dando muestras del paso del mito al logos, utilizó la término diké para referirse al primer concepto filosófico de la justicia, tal y como revela en el único fragmento escrito suyo que se conserva: Por necesidad las cosas dan justicia (diké) unas a otras a partir de la injusticia (adikía) según el orden del tiempo. Podemos interpretar la justicia en sentido ontológico, como orden natural que brota del caos. La injusticia (adikía) indica predominio, por ejemplo, el día como predominio de la luz y la noche como predominio de la oscuridad. Sólo el fluir continuo del día y la noche cumple un equilibrio (diké) cosmológico, poniendo a cada cosa en su sitio (los hombres mortales por oposición a los dioses inmortales, el cielo por oposición a la tierra, etc.).
Platón también considera la justicia en el sentido de equilibrio u orden que pone a cada cosa en su lugar propio. Así, la justicia en el ser humano es el equilibrio entre las partes del alma y, en la polis, el equilibrio entre las partes que la conforman. Platón consideraba que el resultado de la justicia es la excelencia en el comportamiento, areté, virtud o simplemente "el bien".
Aristóteles fue el primer pensador en precisar diferentes conceptos de justicia. En su Ética a Nicómaco, sostiene que hay dos situaciones básicas que describen la injusticia: cuando se transgrede una ley y cuando se perjudica a alguien por culpa de un comportamiento codicioso. El primer caso nos remite a una idea general de justicia, lo legal. El segundo caso, remite a una idea de justicia particular: el respeto y la igualdad de trato.
Según Aristóteles, la justicia general señala procedimientos e instituciones que han de ser iguales para todos, es en cierta medida objetiva. La justicia particular, en cambio, remite al respeto del individuo a las normas y, en tanto que depende de cada uno, es en cierto sentido subjetiva. En realidad, se trata de la misma noción de justicia, pero enfocada en dos niveles de realización distintos, el más amplio (justicia general o universal) y el restringido (justicia particular).
En la obra mencionada, Aristóteles considera que la justicia también se puede definir de tres formas distintas:
a) Justicia correctiva o rectificativa, que puede ser compensación por daños y perjuicios, igualamiento mediante supresión de desventajas injustas, o incluso castigo (pago extra por el mal causado).
b) Justicia distributiva, que regula el reparto de bienes por diferencias de mérito.
c) Justicia conmutativa, que establece una igualdad aritmética de trato en las relaciones comerciales (i.e., un intercambio es justo si y sólo si los objetos de intercambio son ambos a su vez intercambiables por un tercero -según el principio de que si dos cantidades son equivalentes cada una a una tercera entonces son equivalentes entre sí).
Santo Tomás de Aquino define, por su parte, tres tipos de justicia:
a) Justicia conmutativa, que regula la relación de los individuos entre sí mediante la igualdad de trato y el respeto ("dar al otro lo que se le debe").
b) Justicia distributiva, que regula la relación de la comunidad con el individuo.
c) Justicia legal, que regula la relación de cada miembro con la comunidad.
Al pasar a la Edad Moderna, la filosofía política se escinde de la ética, y la justicia, por tanto, se circunscribe únicamente al ámbito de las leyes y del Estado, fuera del ámbito moral. Así, por ejemplo, Thomas Hobbes considera que la justicia (y su ausencia, la injusticia) sólo tienen lugar allí donde hay leyes (porque o bien se cumplen, o bien se incumplen). El único lugar donde existe la legalidad es el Estado contractual, es decir, la organización política básica obtenida mediante un pacto. Fuera del Estado, en lo que sería el estado de naturaleza salvaje, no hay justicia ni injusticia, sólo incertidumbre por el imperio de la ley del más fuerte.
John Locke, por su parte, consideraba que existen derechos naturales (el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad) que son universales y establecidos por naturaleza. El Estado puede respetarlos o no, pero la justicia funcionará allí donde se cumplen dichos derechos de acuerdo a la naturaleza humana. Hobbes y Locke sentaron las bases para el debate entre contractualistas (el derecho y la justicia son convencionales, establecidos por medio pactos o contratos entre los hombres) y iusnaturalistas (el derecho y la justicia son universales y naturales, y por ello deben respetarse).
Inmanuel Kant defendía que la justicia debe desligarse del ámbito moral y basarse únicamente en el principio a priori del derecho: cada persona ha de poder hacer lo que quiera bajo condiciones tales que cualquier otro pueda también hacerlo. La libertad es la base del derecho, pero libertad restringida por la igualdad. La justicia y la legalidad deben desarrollar dicho principio en cada ámbito de la vida pública. Por otra parte, Kant insiste en la idea de que en política, así como en derecho y en materia de conocimiento (ciencia), todo ha de ser expuesto a la luz de la razón pública universal, porque su universalidad radica en que la razón humana es intersubjetiva.
Finalmente, la justicia pasó a convertirse en "justicia social" de la mano de Rousseau y más tarde con Marx. Para Rousseau, todo contrato social es justo en la medida en que representa la voluntad general (el bien común). Por su parte, Marx defiende que la justicia social llegará cuando el derecho burgués se amplíe a toda la población, lo cual exige que desaparezcan las diferencias sociales de clase.
Como veremos a continuación, John Rawls se situará en el lado contractualista, asumirá buena parte de las ideas kantianas actualizándolas al contexto del liberalismo político contemporáneo y centrará su reflexión filosófica en torno al concepto de justicia distributiva.

II. LA CRÍTICA AL UTILITARISMO.

Cuando John Rawls publicó en 1971 su Teoría de la justicia dejó claro que su filosofía política se iba a construir partiendo de un rechazo absoluto al utilitarismo, que era la corriente ético-política de moda en el mundo anglosajón.
El utilitarismo, iniciado por los ingleses Jeremy Bentham (s. XVIII) y John Stuart Mill (s. XIX), se basaba en primar lo bueno sobre lo justo en toda consideración ética o política. Esta corriente define el bien como utilidad social. Así pues, se trata de diseñar los mecanismos para conocer las demandas sociales mayoritarias y actuar consecuentemente. El objetivo es maximizar el bienestar, conseguir "la mayor felicidad para el mayor número".
Rawls enfoca su crítica al utilitarismo en tres puntos:
a) Los llamados decisores sociales (hombre o grupo de hombres elegidos racionalmente para determinar las demandas mayoritarias) conducen una despersonalización del proceso político y conllevan la eliminación de la pluralidad y diversidad de las propias demandas sociales.
b) La decisión acerca de qué es el bien se vuelve, por tanto, unilateral porque depende de unos pocos.
c) Las garantías de libertad quedan en suspenso, ya que son simples "medios" eventuales y contingentes para la consecución del bienestar. Ayer, la sociedad reclamaba libertades por encima de todo; hoy, la mayoría social reclama seguridad. Si todo depende de las demandas mayoritarias, piensa Rawls, las libertades básicas se someten a la incertidumbre.

Frente al utilitarismo, Rawls va a primar lo justo sobre lo bueno, como hizo Kant. Por eso, se ha puesto a su filosofía el apodo de "deontológica[1]" o "formal" (porque, al igual que Kant, le da más importancia al deber y a la justicia), para distinguirla de otras filosofías prácticas llamadas "teleológicas" o "materiales" (que convierten a la praxis moral y política en un instrumento para lograr fines concretos como pueden ser la felicidad, el placer o el bien). El utilitarismo sería un ejemplo de filosofía material.

III. LA CRÍTICA DE RAWLS AL CONCEPTO DE JUSTICIA DISTRIBUTIVA: EL PROBLEMA DEL DISEÑO DE LA ESTRUCTURA BÁSICA DE LA SOCIEDAD.

Ya hemos dicho que la filosofía de Rawls se centra en el concepto de justicia distributiva. Sin embargo, no toma su significado de cierto autor o filosofía anterior, sino que reflexiona sobre él y lo precisa. Rawls logra distinguir dos sentidos muy distintos de la justicia distributiva:
1º) Entendida como asignación (justicia asignativa), la justicia se plantea en torno a la pregunta sobre cómo repartir o distribuir los bienes y asignar recursos. Esta noción, según Rawls, tiende a la eficiencia como horizonte, es decir, a una concepción de la racionalidad puramente instrumental, técnica o estratégica. Por ello, se abandona la reflexión moral sobre las razones de elección de un modelo de organización social frente a otro. Es decir, desde el punto de vista de la justicia asignativa, la justicia es independiente a si el Estado es totalitario o no, si es autoritario o no, si es democrático o no, etc. Sólo atiende a una cosa: si el reparto es eficaz, con el fin de mejorar los mecanismos técnicos de distribución.
2º) Entendida como equidad (así la defiende Rawls), la cuestión se centra en cómo organizar de forma justa la estructura básica de la sociedad. Se trata, por tanto, de pensar "cómo deben estar reguladas las instituciones de la estructura básica (...) para que un sistema social de cooperación equitativo, eficiente y productivo se pueda mantener a través del tiempo, de una generación a la siguiente". De esta forma, la reflexión de Rawls sobre la justicia distributiva se plantea el problema de la justificación y determinación de las bases morales de la estructura básica de la sociedad.
Debe quedar claro que la estructura básica de la sociedad es el diseño elemental del Estado, es decir, la Constitución, los derechos fundamentales y las instituciones políticas y sociales. Otra cosa serán las diversas políticas e ideologías que puedan tener lugar en dicho marco elemental que, en cualquier caso, deberán respetar los límites establecidos.

IV. LOS PRINCIPIOS DE JUSTICIA.

Una vez delimitado el ámbito de la justicia como equidad (estructura básica de la sociedad), podemos presentar los principios en que ésta se manifiesta:
1º) Principio de libertad: "cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros". Se trata de una reformulación del a priori del derecho kantiano. Un esquema de libertades no es un simple conjunto ni una serie, sino un sistema donde las libertades deben compaginarse y restringirse unas a otras, mostrando su interdependencia. Por ejemplo, concebimos las siguientes libertades básicas:
-de expresión;
-de asociación;
-de conciencia;
-de pensamiento;
-libertad política;
-posesión de la propiedad personal;
-no ser objeto de detención arbitraria.
Cabrían más, desde luego, pero lo importante de este ejemplo es entender que, al constituir todas ellas un esquema, forman un sistema, se hacen interdependientes y así configuran restricciones. Por ejemplo, nadie puede reclamar racionalmente su derecho a la libertad de expresión si su acción suprime la misma libertad en otra persona, o bien si atenta contra otras libertades.
Pues bien, Rawls considera que el principio de libertad debe ofrecer el abanico más amplio de libertades que cumpla todas las exigencias de compatibilidad dentro del propio esquema y que sea igual para todas las personas.

2º) El principio de equidad: este principio no regula las libertades, sino las desigualdades sociales y económicas (por ejemplo, el acceso a los cargos públicos y el reparto de cargas fiscales y bienes). Se divide en dos:
a) El principio de igualdad de oportunidades, según el cual los cargos públicos deben estar abiertos a todas las personas con independencia de su condición social y económica.
b) El principio de la diferencia (o "MAXIMIN"), que regularía la distribución de tasas y cargas fiscales, así como el reparto de bienes, de tal forma que resultase en el mayor beneficio de los miembros más desfavorecidos de la sociedad.

Rawls insiste en que, pese a que todos los principios de justicia mencionados son importantes, el primero (el principio de libertad) es prioritario y, de los dos en que se divide el segundo, es más importante el principio de igualdad de oportunidades que la regla MAXIMIN. Esta precisión resulta fundamental para que los principios de justicia sean operativos a la hora de solucionar posibles conflictos entre ellos.

V. LA POSICIÓN ORIGINAL Y EL VELO DE LA IGNORANCIA.

Una de la teorías más polémicas de Rawls es su hipótesis de la posición original. Se trata de una situación imaginaria (al más puro estilo de la polis ideal platónica) en la cual se garantizaría la equidistancia entre las partes de un conflicto ético-político, para lograr unanimidad en el acuerdo. Dicha equidistancia haría que el acuerdo se construyese sobre la base de una estricta racionalidad compartida, imparcial, en vez de una lucha de intereses o un simple triunfo de la mayoría sobre la minoría. La equidistancia entre las partes en conflicto sólo puede lograrse, piensa Rawls, si cada una de ellas asume "el velo de la ignorancia", es decir, si pone en suspenso sus intereses, sus ventajas y desventajas, sus particularidades, sus prejuicios e incluso conocimientos respecto a otros.
Rawls insiste en que es una situación hipotética, irreal, ahistórica (es decir, nunca ha ocurrido ni ocurrirá). Sólo cumple la función teórica de representar el lugar "racional" donde se fundamentan los principios de justicia anteriormente señalados.

VI. LA RAZÓN PÚBLICA.

La hipótesis de la posición original fue presentada en 1971, en su Teoría de la justicia. Desde entonces, ha sido objeto de innumerables críticas desde todos los frentes. En sus dos últimos escritos, El derecho de gentes (1999) y Justicia como equidad: una reformulación (2001), Rawls contesta a esas críticas y trata de corregir o, mejor dicho, complementar su hipótesis de la posición original con el concepto de "razón pública", un concepto, dicho sea de paso, con fuertes resonancias kantianas.
Antes de explicarlo, conviene resumir las críticas vertidas sobre la posición original:
- Se trata de una quimera racionalista, irreal, imposible, inútil.
- Sólo se podría sostener por medio de la imposición.
- En ella desaparecen todos los rasgos sociales, etnológicos, psicológicos... connaturales a los seres humanos.
- La equidistancia entre las partes, incluso si fuese lograda, no garantizaría unanimidad en los acuerdos: puede haber discrepancias racionales.
- La posición original no sirve de fundamento racional para los principios de justicia, no es una fundamentación convincente.
- El velo de la ignorancia sólo es posible por medio de la voluntad de acuerdo de las partes en conflicto, lo cual genera contradicción y constituye una petición de principio. Se supone que si hubiese voluntad de acuerdo no habría conflicto, y si hay conflicto es que no existe voluntad de acuerdo.
- La posición original rezuma "etnocentrismo", se le da prioridad intelectual al racionalismo de Occidente frente a otros discursos posibles, se aniquila la diversidad cultural en aras de una sola tradición: la razón moderna e ilustrada.

Ante este aluvión de críticas, Rawls propondrá el uso público de la razón (o razón pública) como un ámbito imparcial al que debe recurrir todo miembro particular del Estado liberal para denunciar vulneraciones de derechos y libertades, así como cualquier otro menoscabo a la justicia de la estructura básica de la sociedad (por ejemplo, demandar la injusticia de cierta ley o de cierta actuación política). El “uso público de la razón” obliga a los participantes a plantear sus exigencias no como defensa de intereses particulares, sino de forma racional y universal, argumentando a partir de derechos y deberes ciudadanos y proyectando sus exigencias sobre esos mismos derechos y deberes. La estructura básica de la sociedad debe garantizar asimismo el acceso de cualquier ciudadano a la razón pública.
Si nos fijamos, el uso público de razón personaliza o encarna en una acción más concreta y factible lo que antes quedaba diluido en el terreno abstracto y teórico de la posición original. Sin embargo, los críticos de Rawls siguen considerando que la razón pública es etnocéntrica y suprime la diversidad cultural, ya que obliga a los ciudadanos a construir demandas por medio de un discurso racionalista ceñido a una estructura legal preestablecida. O bien se impone por la fuerza (lo cual generaría contrasentido con que la razón pública es "de todos"), o bien por el puro voluntarismo de la población (lo que nos llevaría a un optimismo ingenuo), o bien resultaría inoperante.
En defensa de Rawls, cabe decir que su teoría de la justicia no pretende establecer procedimientos, sino criterios de validez. Por tanto, es absurdo (e ingenuo) pedirle a Rawls un procedimiento técnico para establecer justicia. Su filosofía práctica nos brinda un criterio de validez para criticar si un Estado político es justo o no, si una demanda pública es justa o no, etc.

VII. COMPARACIÓN ENTRE RAWLS Y OTROS AUTORES CONTEMPORÁNEOS.

Vamos a comparar la filosofía práctica de John Rawls con dos autores, uno totalmente ajeno a su posición filosófica, el estadounidense Richard Rorty (1931-2007), y otro que, al igual que Rawls, es neokantiano, pero pretende corregir y "suplir" las carencias de Rawls en cuanto a la fundamentación filosófica de la "razón pública", el alemán Jürgen Habermas (nacido en 1929).
Richard Rorty puede ser considerado como uno de los más grandes pensadores relativistas de todos los tiempos, aunque él mismo nunca quiso calificarse de relativista y optó por el título de "pragmatista". Podemos presentarlo como un relativista que aporta soluciones a los desafíos que plantea el propio relativismo (principalmente soluciones al problema de ausencia de criterios de validez). Para Rorty, todo acuerdo intersubjetivo, sea sobre asuntos prácticos o teóricos, es posible en la medida en que las personas que participan en él hablan y se entienden. La única barra de medir la “eficacia” o la “validez” de todo acuerdo es el lenguaje compartido, o sea, el hecho de que las razones aducidas por unos resulten comprensibles para los otros y viceversa. No es posible, según Rorty, establecer un criterio de validez externo a la práctica discursiva o argumentativa. Lo “bueno”, lo “justo”, la “felicidad”, el “placer”… y, en general, la validez de las normas éticas y políticas será aquello que se acepta justificadamente por todos los participantes en un discurso abierto. Nadie puede imponer desde fuera verdades absolutas u objetivas. Rorty sostiene que los únicos criterios válidos que sirven para distinguir entre discursos legítimos e ilegítimos son la democracia y la solidaridad. Por democracia entiende la total apertura hacia el punto de vista de cualquier “otro” que pretenda sumarse al discurso. Por solidaridad entiende el esfuerzo de cada uno por hacerse entender o por facilitar la máxima inclusión de todo “otro”. Simplemente poniendo en marcha este par de criterios, Rorty confía en que el pragmatismo haga todo lo demás, es decir, nos inste a buscar continuamente acuerdos para resolver nuestros problemas y así aprender a convivir en un mundo de diversos.
Por otra parte encontramos la solución de Habermas, conocida como "ética del discurso". Él sí distingue, a diferencia de Rorty, entre el uso práctico y el uso teórico de la razón. La racionalidad teórica se basa en comprobar cómo la realidad choca contra nuestras creencias ingenuamente aceptadas, de modo que la misma realidad nos insta a crear nuevas creencias, las cuales, presumiblemente, terminarán haciéndose añicos y así vuelta a empezar. El criterio de validez para la racionalidad teórica es la fuerza de los hechos, el mundo objetivo. En cambio, en el ámbito práctico de la ética y de la política no hay un mundo de hechos que ponga a prueba nuestras teorías, sino que lo único que encontramos son normas y leyes que pueden ser o no ser aceptadas. Por lo tanto, según Habermas, el criterio de validez para toda norma moral y ley política es la ausencia o presencia de acuerdo. Para Habermas, la cuestión es: ¿cuáles son las condiciones de posibilidad para el ejercicio de la racionalidad práctica? En otras palabras: ¿cuál es su fundamento?
Para Habermas, la carencia principal del planteamiento de Rawls reside en su negativa de buscar una fundamentación filosófica de la racionalidad en su uso público. Así, no queda claro cuáles serían las condiciones de posibilidad del entendimiento mutuo (de la intersubjetividad) más allá de la indefinida “posición original” y el “velo de la ignorancia”, lo que nos llevaría otra vez al puro pragmatismo de Rorty, a la mera idea de un “voluntarismo” imprescindible para lograr el acuerdo. Más aún, esta carencia, de un modo u otro, es común, según Habermas, a todas las corrientes contemporáneas, puesto que todas ellas desterraron por principio la posibilidad de fundamentar filosóficamente la racionalidad práctica. Habermas tratará, por tanto, de retomar las intenciones kantianas, el proyecto de la Ilustración, pero asumiendo el giro lingüístico de la filosofía y los desafíos de la postmodernidad (principalmente el problema del multiculturalismo). Así pues, como veremos, la ética discursiva habermasiana se propone ofrecer un criterio universal de racionalidad práctica para que las carencias del “voluntarismo” se vean reforzadas por un “cognitivismo” de fondo.
Lo primero que propone la ética del discurso es abandonar la idea kantiana acerca de que “lo fenoménico” (inclinaciones, motivos subjetivos, instituciones del Estado y de la sociedad, etc.) y “lo inteligible” (el deber, la voluntad libre y el a priori del derecho) son dos ámbitos separados. Por consiguiente, la ética del discurso afirma que ambos conviven y se entremezclan en la praxis comunicativa cotidiana. A partir de aquí, de este factum, Habermas considera inviable el planteamiento kantiano de un discurso monológico interno universalista (apoyado en el yo transcendental) como punto de partida. De lo que se trata es que a través de la praxis comunicativa cotidiana afloren planteamientos de intereses universales, mejor dicho, universalizables por los usos del lenguaje, es decir, susceptibles de ser reconocidos justificadamente como “universales” por todos los agentes del discurso. Lo universal no abandona el discurso, tampoco viene de fuera ni puede ser establecido de forma dogmática. Tiene que poder ser expresado en razones a la luz de todos, y lo que aún es más importante, debe estar abierto a la entrada renovada de argumentos.
El problema radica en cómo construir un discurso de esas características más allá del puro voluntarismo. De entrada, es cierto que el planteamiento de Habermas va más allá del mero voluntarismo en la medida en que las “razones” transcienden a la voluntad de los individuos, a diferencia de lo que sostiene Rorty (que se conforma en la “aceptabilidad” de hecho). Pero, obviamente, no es fácil conseguir que aflore esa “universabilidad de intereses” en la praxis comunicativa cotidiana, la cual, desgraciadamente, se parece más a un campo de batalla, a una competición de opiniones, pareceres, etc., o a un conflicto entre intereses particulares. ¿Cómo universalizar intereses? ¿Cómo transformar meras opiniones en razones?
Al explorar las condiciones de posibilidad de la racionalidad práctica discursiva, Habermas encuentra que la ética discursiva no corresponde en modo alguno a un modelo “deontológico”, frío y desencarnado, que desdeñe la sensibilidad, la diversidad cultural, el contexto histórico-social, etc., sino que viene a integrar todos estos aspectos como ingredientes fundamentales para su desarrollo. Así, por ejemplo, la “empatía” es vital para que los participantes de la ética discursiva reconozcan y se abran al punto de vista del “otro”, para que sean capaces de integrarlo en sí mismos y le ayuden a expresar sus propios argumentos, supliendo sus carencias si corresponde o, por el contrario, haciendo un constante ejercicio de autocrítica. Es imprescindible que los individuos, la sociedad y el Estado desarrollen competencias y habilidades para facilitar que los argumentos se abran camino al dominio público. La ética discursiva no se cierra a las diversas concepciones acerca del “bien”, de la “justicia”, etc., (sean o no religiosas), pues intenta que todos se sumen e integren en un diálogo constructivo, en gran medida cognitivo, para acordar normas de convivencia mutuamente vinculantes. Según Habermas, el Estado laico ha adquirido en buena parte de las sociedades contemporáneas cierto carácter secular, y esto lo reviste de una aparente “validez objetiva”, verdaderamente dañina si nos impide reconocer, por ejemplo, que ha habido movimientos políticos en defensa de derechos universales promovidos por sectores religiosos (pensemos en Martin Luther King o en Mahatma Gandhi). Cuanta más conciencia tengamos de la enorme diversidad cultural y lingüística que se abre camino a medida que se rompen las fronteras geográficas del aislamiento de las “naciones”, de las “etnias” y de las “culturas”, tanto más visible se hace la urgencia de aprender a vivir en un mundo de diversos. Por tanto, es mejor concebir el marco de la ética discursiva en términos de una aldea global que en los límites perfectamente demarcados de un imperio de la razón. La filosofía práctica ha llegado a la conclusión de que no es posible (ni deseable) recuperar conceptos sustantivos sobre el bien o la justicia, pues hacerlo nos llevaría otra vez a los errores de la modernidad y al pensamiento metafísico y dogmático. Sin embargo, para Habermas, este hecho no ha de llevarnos al escepticismo ni al puro relativismo, pues nos da la clave para comprender la naturaleza de la racionalidad: contra lo que pensaba la tradición occidental, no es un edificio del saber construido sobre bases indubitables, sino una “forma” en constante evolución cuyo “contenido” siempre está por establecer. De modo que, al no haber contenidos sustantivos necesarios y universales ni posibilidad de establecerlos, la racionalidad práctica sólo puede sobrevivir como discurso, abriéndose radicalmente a la argumentación. La meta sigue siendo la universalidad, pero ya no su punto de partida.

VII. LA VIGENCIA DEL PENSAMIENTO DE RAWLS.

Quizás el mayor logro de la filosofía de Rawls haya sido tender un puente de debate entre la filosofía continental y la filosofía analítica del mundo anglosajón, dos tradiciones que pasaron casi todo el siglo XX desconectadas una de otra. Es casi un guiño o un ejemplo de justicia poética que el pensamiento de fondo fuese Kant, ya que su filosofía es un canto a la intersubjetividad. Por tanto, Rawls sigue vigente en la filosofía contemporánea porque ha abierto un debate en el que participan autores americanos y europeos, neokantianos, utilitaristas, neohegelianos y neoaristotélicos.
Pero al margen de la vigencia en el ámbito de la discusión académica, las ideas de John Rawls y los problemas a los que apuntan siguen siendo hoy tan urgentes como lo fueron en su momento, tras el fin de la II Guerra Mundial y durante la Guerra Fría. Los Estados liberales sufren en la actualidad un problema de legitimación que se pone de manifiesto ante el auge de nacionalismos radicales, fundamentalismos religiosos, conflictos étnicos, sociales, políticos, económicos... Incluso instituciones como las Naciones Unidas han sido puestas en entredicho por países que no reconocen ni se someten a sus resoluciones, que no aceptan el derecho internacional. Huelga decir que los derechos humanos se incumplen día tras día en todos los rincones del mundo. La necesidad de adquirir una base filosófica para afrontar el problema del diseño de estructuras básicas de la sociedad, para ser competente en el debate multicultural, para no dejarse llevar por el fanatismo y el sectarismo, son razones que nos instan a reclamar el conocimiento de la filosofía de Rawls y del debate que mantienen sus ideas junto a otras filosofías contemporáneas.
Hoy, que vemos cómo se impone la globalización económica y el liberalismo económico (que no político), parece imprescindible retomar la idea de Rawls de que la estructura básica de la sociedad debe ser un ámbito libre de totalitarismos e ideologías, es decir, un ámbito garantizador de que otros órdenes sociales y económicos son posibles, siempre que se sometan a la luz de la razón de tod@s.



[1] Palabra que deriva del griego "deon", que significa "deber".

ORTEGA

ORTEGA Y GASSET

Quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser.


I. LA REBELIÓN DE LAS MASAS.
No sabemos lo que nos pasa, por eso, nos pasa lo que nos pasa.

Sin duda, la obra más famosa de Ortega y Gasset (1883-1955), que le valió el reconocimiento internacional y ha sido traducida a más de una docena de idiomas, es La rebelión de las masas, publicada en 1929. En ella, el pensador madrileño realiza una disección crítica de las sociedades contemporáneas (de su época, pero perfectamente extensible a la nuestra) desde un punto de vista filosófico impregnado de psicología y de elementos sociológicos. Retrato, pues, de la psicología del “hombre” contemporáneo y de la estructura social por lo que refiere a la relación entre masa e individuo en los países occidentales desarrollados tras la industrialización.
Para afrontar este análisis crítico, Ortega se sirve de tres conceptos: “sociedad-masa”, “hombre-masa” y “minoría selecta”.
a)      “Sociedad-masa”.
Ortega percibe cierta homogeneidad en las sociedades contemporáneas debido a la abundancia económica, el desarrollo tecnológico y la igualdad política. Los contrastes seculares entre ricos y pobres, amos y esclavos, oprimidos y opresores, se han atenuado. El libre mercado ha permitido cierto reparto de la riqueza, no sobre la base de la justicia distributiva, sino por la movilidad social que posibilita, en principio, el ascenso social de clases pobres a clases ricas o burguesas, así como el decaimiento de las antiguas aristocracias por el cese progresivo de privilegios. Por otra parte, el aumento de producción gracias al desarrollo de la industria y de la tecnología ha permitido la abundancia de bienes de consumo, tanto primarios como secundarios. Por último, la igualdad política que brindan las democracias ha generado cierta estabilidad política en el sentido de que el poder ha dejado de oscilar de unas manos a otras por la pura fuerza de la guerra o de las revoluciones, gracias a que ahora se funda en el simple apoyo electoral. Todos estos factores, combinados, conforman la base sobre la que se consolida el orden público y una relativa comodidad.
b)      “Hombre masa”.
Delante de una persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal– por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás.
El filósofo madrileño realiza un auténtico retrato psicológico del hombre-masa. Éstos serían sus principales rasgos:
-          No percibe la fatalidad ni la tragedia. Para él, la vida es fácil.
-          Disfruta de una sensación de dominio y triunfo porque se afirma tal cual es. Da por bueno y completo su haber moral e intelectual, es decir, considera justificado a priori su comportamiento y, a la vez, considera satisfecho su saber, no se siente ignorante. En términos kantianos diríamos: el hombre-masa vive en una situación de minoría de edad no reconocida. Respecto al conocimiento, hoy hablaríamos de analfabetismo funcional (creer que uno sabe leer y escribir, pero no entender lo que lee ni lo que escribe). En definitiva, la sensación de satisfacción plena y a priori implica una total ausencia de responsabilidades, así como de afrontar la necesidad de proyectos. Por eso, dice Ortega, el hombre-masa va a la deriva. Aunque sus poderes sean enormes, no construye nada. Y finalmente sentencia: Es el niño mimado de la historia.
-          El hombre-masa no escucha, se cierra en sus propias creencias (de las que se siente plenamente satisfecho), imponiendo su opinión no razonada (vulgar) sin contemplaciones, según el régimen de acción directa.
-          Aun sintiéndose vulgar, es decir, indiferente y homogéneo, el hombre-masa proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias (morales e intelectuales) superiores a él. En otras palabras diríamos: para el hombre-masa no hay maestros de los que aprender, porque él considera que lo ha aprendido todo.
-          Se caracteriza igualmente por la libre expansión de sus deseos vitales y por la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Sólo le preocupa su bienestar (puro egoísmo) pero al mismo tiempo es insolidario con las causas de su bienestar. Responde, exactamente, a la psicología del niño mimado. Debido a ello, no sería capaz de reconocer el deterioro de esas causas ni sabría cómo demonios recuperarlo en caso de pérdida.
-          Finalmente, el hombre-masa es incapaz de otro esfuerzo que el estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa. Por ello, vive sin principios morales ni ideológicos (régimen de acción directa).
c)      “Minoría selecta”
A ella pertenece todo aquel que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores.
Siempre hay una minoría de personas que no se conforman con lo dado, sino que afrontan el problema de su existencia, la necesidad de proyectos para transformar, con mayor o menor fortuna, la realidad. La minoría selecta es, en cierto sentido, una élite aristocrática en sentido griego, es decir, “los mejores”, pero no una élite gobernante, sino existencial. Son minoría porque, lamentablemente, en las sociedades contemporáneas ha habido una máxima extensión del hombre-masa. Los mejores son los menos, aunque su influencia sobre la masa en ciertos momentos de la historia ha resultado decisiva.
Sin embargo, como ya había advertido en El tema de nuestro tiempo (1923), no se trata de entender la historia por la tarea de la masa amorfa de una humanidad indiferenciada, como tampoco por el puro despliegue de personalidades sobresalientes o genios; el conflicto entre masa e individuo es un índice de una estructura funcional de la humanidad. (…) La humanidad en todos los estadios de su evolución, ha sido siempre una estructura funcional, en la que los hombres más enérgicos –cualquiera que sea la forma de esta energía– han operado sobre las masas, dándoles una determinada configuración (…).

Conclusión:
El tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse… el hombre corre el peligro de deshumanizarse.

La división de la sociedad que plantea Ortega y Gasset no es una división en clases sociales (como pensaba Marx), sino en clases de personas: hombres-masa y minorías excelentes. De entrada, esto implica que el salto de la teoría a la praxis no se produce cuando la clase dominada cobra conciencia de clase y se rebela contra el poder dominante. La verdadera “revolución” no es, para Ortega, la lucha de clases en el terreno de las relaciones de producción, sino algo que atañe primeramente a cada persona y su lucha por hacerse cargo de su circunstancia, afirmándose a sí misma sin diluirse en la masa uniforme. Las clases sociales al estilo marxista serían, en términos de Ortega, otro tipo más de masas amorfas donde las personalidades se diluyen y se deshumanizan.

II. ONTOLOGÍA DE ORTEGA: YO Y MI CIRCUNSTANCIA.
No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvaré a mí.
Esta famosa sentencia resume perfectamente la ontología de Ortega: la realidad es subjetividad atada a una circunstancia. La conciencia, el “yo”, el “sujeto”, no son irreductibles al mundo como pensaba Descartes, sino que se encuentran enraizados a él de forma elemental. En otras palabras: sin mundo no habría conciencia y viceversa. El mundo es siempre “mundo-entorno”, es decir, realidad que gira en torno a una vida concreta e intransferible. Por otra parte, la conciencia es siempre conciencia-vivida, no pura, fría y desencarnada. De modo que ni la conciencia ni el mundo se encuentran separados, ni son irreductibles, ni son neutrales entre sí. El sueño idealista (que encontramos en Kant y más atrás en Descartes) concibe un “yo” inteligible, universal y necesario independiente del mundo. El sueño realista (que se inició en el empirismo moderno y culminó con el positivismo científico) considera que el mundo es, ante todo, neutral, objetivo e “inerte” (no vivido) con respecto al sujeto.
Buena parte de estas ideas fueron planteadas desde la fenomenología de Edmund Husserl, que Ortega conoce y asume en gran medida. Husserl consideraba que la conciencia humana, no solo la cotidiana sino la puramente intelectual (el tipo de conciencia de la que hablaba Descartes), es siempre “conciencia-de-algo”; el puro pensamiento no existe, siempre se encuentra atado a un quid, un qué, un contenido determinado. El “yo pienso” cartesiano es en realidad un “yo pienso algo”. Dado que la conciencia está dirigida a algo que en principio no es ella misma, Husserl la definía como conciencia intencional (no en el sentido de que alberga intenciones o voliciones, sino en el sentido de que nunca es neutral con respecto a su propio contenido). Por esa razón, resulta absurdo hablar de dualismo mente-cuerpo, o de la oposición sujeto-objeto. La realidad, tal y como se presenta para el ser humano, se revela como conciencia vivida, corpórea, conciencia atada a un mundo circundante, el cual tampoco se vuelve ajeno o neutral a la propia conciencia, ya que se percibe como entorno vivido, personal e igualmente intransferible.
Sin embargo, más allá de la influencia de Husserl y la fenomenología, está la de Nietzsche. De éste asumirá Ortega el vitalismo, es decir, la centralidad de la vida en toda consideración acerca de la realidad. Asumirá, con Nietzsche, el rasgo central de la vida, esto es: la fatalidad: que cada uno de nosotros se encuentra arrojado a una circunstancia intransferible de la que se debe ocupar y preocupar, que no hemos elegido, y ante la cual caben dos actitudes opuestas: la fortaleza de espíritu (cuando se afronta la fatalidad) o la debilidad (cuando la conciencia se refugia en trasmundos imaginarios que aportan seguridad y presunta certeza). Al igual que pensaba Nietzsche, el mundo vivido, la circunstancia, es, para Ortega, histórica (biográfica) y a la vez proyecto, está abierta al futuro mediante la acción creativa, el quehacer[1].
Ortega tiene el mérito de introducir en España todas estas ideas filosóficas, actualizando el pensamiento español al nivel del debate filosófico de su Europa contemporánea, y a la vez tiene la brillantez de construir su propia filosofía frente al vitalismo nietzscheano más radical y frente a una fenomenología (la de Husserl) que ya en su época comenzaba a mostrar disidencias internas. Pero, a nuestro juicio, la mayor aportación de Ortega y Gasset quizás haya sido alejar el pensamiento filosófico de los círculos eruditos y académicos más endogámicos (circunscritos a la Universidad) y expandir sus ideas por medio del lenguaje periodístico, los artículos de prensa y las revistas a un público más diverso y abierto.
Siguiendo a Ortega, toda la aridez conceptual de los párrafos anteriores se resuelve de forma nítida y directa:
1-      La vida humana, como ya hemos dicho, es historia (biografía) y proyecto (cuidado y responsabilidad: acción en la circunstancia vivida, quehacer).
2-      En cuanto histórica y biográfica, la vida auténtica implica memoria, pasar sobre el pasado, es decir, conservarlo tanto en el recuerdo como en la acción presente, tratando de aprender de él para evitar errores.
3-      En cuanto proyecto y quehacer, la vida auténtica implica hacer lo que hay que hacer y evitar hacer cualquier cosa. Los actos en la vida auténtica se vuelven necesarios, no caprichosos. Y en eso estriba, dice Ortega, la dificultad del acierto.
4-      El quehacer verdadero es indisociable a la circunstancia de cada cual. Los actos, por lo tanto, no deben imitar modelos de conducta porque de otro modo negamos nuestro auténtico quehacer, es decir, el carácter intransferible de nuestra circunstancia.
5-      La vida verdadera, auténtica, es invención de la existencia. Pero invención no arbitraria o caprichosa, sino en sentido etimológico, "desvelamiento", "hallazgo", "descubrimiento". Debemos hallar la existencia, encontrarla, descubrirla. La fatalidad de la vida, “el pie forzado” en que nos sitúa la circunstancia, nos marca el camino para realizar nuestra propia existencia. O nos afirmamos en nuestra circunstancia, comprometiéndonos con ella, o nos negamos a nosotros mismos toda vez que rehusemos hacernos responsables.
Queda claro, por tanto, que el hombre-masa será ese individuo que no se hace cargo de su circunstancia, ya que, al sentirse "como todo el mundo", se vuelve indiferente ante ella. De modo que tampoco se hace cargo de sí mismo y, por esa razón, se deshumaniza, se pierde, se desmemoria, se hace pasivo, en cierto sentido se vuelve "inerte".

III. EPISTEMOLOGÍA DE ORTEGA: EL PERSPECTIVISMO (O DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA).

En su obra La deshumanización del arte e ideas sobre la novela (1925) el pensador madrileño dedica el primer capítulo a una lección básica de fenomenología, y presenta de forma muy didáctica su teoría epistemológica: el perspectivismo.
Nos insta a imaginar una escena del crimen. El investigador llega al lugar y se dispone a interrogar a los testigos. En función de la cercanía y de las relaciones personales de cada testigo con la víctima, que yace muerta, el testimonio de los hechos se distorsiona. Lo que a un testigo le resulta brutal y conmovedor, a otro le es indiferente, y esa indiferencia le sirve, en cambio, para fijar la atención en otros detalles que pasaban desapercibidos para los que tenían un trato personal con el muerto. Así, el investigador, recopilando información, se va componiendo poco a poco la cadena de acontecimientos, las relaciones de la víctima con su entorno personal, los posibles móviles del delito, etc.
Este ejemplo ilustra cómo la verdad de los hechos se encuentra fragmentada siempre en múltiples perspectivas o puntos de vista sobre la realidad. Cada perspectiva es única e intransferible, ya que las circunstancias vividas son igualmente únicas e intransferibles. Sin embargo, ello no implica, según Ortega, que la verdad no exista. Ciertamente, no es posible adoptar el punto de vista absoluto sobre la realidad. Todas las perspectivas tienen su importancia, su porción de verdad; son verdades parciales, selectivas. Por lo tanto, es posible concebir una verdad integral, como integración de diversas perspectivas. Cuantas más perspectivas se integren, mayor será la precisión y la veracidad de los hechos. La verdad integral no es sintética, sino inclusiva. Esto significa que las diversas perspectivas que la componen no se diluyen  ni desaparecen, sino que conviven en ella, la alimentan y la mantienen. Al ser inclusiva, la verdad integral se encuentra siempre abierta a la entrada de nuevas perspectivas.
Ortega no se cansará en defender el perspectivismo frente al puro racionalismo y a la pura objetividad (ya sea realista o idealista), dado que imponen una perspectiva sobre las demás en nombre de la universalidad o incluso de la neutralidad empírica de los hechos.
Es cierto que el perspectivismo es relativismo (la verdad es selectiva, parcial, relativa a un punto de vista), pero no descarta la posibilidad de formar verdades integrales, las cuales serán siempre más ricas y verídicas que los meros puntos de vista aislados. Ortega llama falso relativismo a esa filosofía que sostiene el aislamiento absoluto de todas las perspectivas, su total e imposible incomunicación. Lo califica de "falso" porque se refuta a sí mismo, es decir, no puede sostenerse como criterio de verdad porque se impondría a sí mismo sobre los demás, yendo en contra de lo que él mismo afirma.

IDEAS Y CREENCIAS
Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión.

Otro asunto que podríamos ubicar en la epistemología de Ortega y Gasset es la diferencia entre ideas y creencias. En su obra homónima (Ideas y creencias, de 1940), partiendo de que los conceptos son los utensilios con que el ser humano interpreta el mundo y le da sentido a la realidad, Ortega sostiene que existen dos formas bien distintas de tratar los conceptos: o bien los convertimos en creencias, o bien los transformamos en ideas.
Las creencias son conceptos no razonados, no debatidos, no criticados, asumidos por aprendizaje cultural, por hábitos y costumbres, por mera imitación o adopción. Cuando un concepto se pone bajo examen (por medio de la discusión, de la reflexión, de la crítica o del debate) dicho concepto se convierte inmediatamente en idea. Toda idea es, pues, un concepto criticado y abierto a la crítica. Las creencias, por el contrario, se vuelven acríticas. ¿Qué importancia tiene esto? Naturalmente, las creencias nunca son reconocidas como tales, ya que se dan por sentado, se asumen sin más como algo obvio que no merece discusiones. Por lo tanto, podemos estar anclados a una creencia sin darnos cuenta. Sin embargo, el mayor peligro de las creencias es que impiden que los conceptos se adapten al devenir de las circunstancias, que siempre son cambiantes y exigen redefinirlos, actualizarlos. Pero es que, además, las creencias se cierran en banda ante otras perspectivas, impiden el diálogo y el debate, imposibilitan el acuerdo, en suma, coartan la posibilidad de establecer verdades integrales.

IV. LA TEORÍA DE LAS GENERACIONES.

Hemos visto que el perspectivismo, aún siendo relativismo, permite integrar diversos puntos de vista en vez de alienarlos unos a otros. Sin embargo, hay otra teoría en la filosofía de Ortega y Gasset que servirá de puente entre la pluralidad de vidas y circunstancias vividas: la teoría de las generaciones. Ortega defenderá esta teoría como un recurso indispensable para la sociología, la psicología social y la historiografía capaz de interpretar (o al menos ayudar a la interpretación) de los fenómenos históricos. De ahí que afirme que la generación es el concepto más importante de la historia.
Ya sabemos lo que es una generación de seres humanos: la simultaneidad y sincronía de los individuos que han nacido frente a unas circunstancias históricas peculiares y de su posición ante sus progenitores. Los miembros de una generación son coetáneos. Aunque haya diferencias obvias entre ellos, todos han nacido en una circunstancia compartida que viene de atrás (es una herencia histórica) y se proyecta hacia el futuro (es decir, se abre a una serie de posibilidades y proyectos). Ante dicha circunstancia, cada generación demuestra su peculiar actitud y sentimiento vital. Por ejemplo, la generación del 98, marcada por la pérdida de las colonias que evidenciaba el clima de decadencia política y social, se caracterizó por el pesimismo. En cambio, las generaciones del 14 (a la que Ortega pertenece) y del 27 son vitalistas, optimistas, se muestran deseosas de cambios políticos, sociales, económicos y culturales.
Según Ortega, el ser humano es, quiera o no, gregario por naturaleza. Este gregarismo inevitable, es decir, esa tendencia a formar agrupaciones, se basa en la convivencia, en la coexistencia del grupo en un entorno compartido. La convivencia funciona como límite del grupo. De ahí que las generaciones se circunscriban a un país, a un territorio determinado.
Sin embargo, dentro del grupo, cada generación define un sentimiento y una actitud vital respecto a las circunstancias y a la herencia recibida de sus progenitores.
Precisamente, ante los progenitores caben dos actitudes: la aceptación o el rechazo.
La aceptación define épocas acumulativas y conservadoras, puesto que la generación acepta la herencia recibida. En dichas épocas el mando suele recaer en los viejos. Son, dice Ortega, épocas de senectud.
Por el contrario, el rechazo define épocas eliminatorias o polémicas, revolucionarias, rebeldes o progresistas. Son épocas de juventud que rompen con lo anterior por la creencia de la nueva generación en sí misma, en su propia capacidad para afrontar los proyectos y responsabilizarse de las circunstancias.
Ortega insiste en que los grupos humanos redefinen su actitud vital en un periodo aproximado de quince años, con cercanía al ciclo biológico.
Toda generación es un cuerpo social formado por élites y masa: (...) no es un puñado de hombre egregios, ni simplemente una masa; [una generación] es como un nuevo cuerpo social íntegro, con su minoría selecta y su muchedumbre (...) compromiso dinámico entre masa e individuo es el concepto más importante de la historia, y, por decirlo así, el gozne sobre el que ésta ejecuta sus movimientos.
Del compromiso entre masa e individuo depende que pasemos de una época de senectud a una época de juventud. Depende que el individuo se diluya en la masa o bien afronte su compromiso histórico-generacional. Depende que la masa aísle a las minorías vanguardistas o que se contagie de sus corazones de vanguardia. El compromiso entre masa e individuo es dinámico, cambiante, mutable, vivo.
Por todo ello, las generaciones definen, según Ortega, un criterio social verdadero.

V. EL RACIOVITALISMO O RAZÓN VITAL.

El raciovitalismo ocupa el último periodo del pensamiento del autor, que se divide en tres etapas: objetivista, perspectivista y raciovitalista. En esta última, Ortega no abandona su filosofía inicial acerca de la circunstancia ni tampoco el perspectivismo, sino que viene a integrarlos en una sola filosofía definida como razón vital. Se trata, en resumen, de sostener una posición que supere la “irracionalidad” del vitalismo más radical y a la vez se distancie frente al sesgo “antivital” del puro racionalismo.
Ortega analiza estas corrientes de pensamiento (vitalismo y racionalismo) y presenta su propuesta (raciovitalismo) en un artículo publicado en la Revista de Occidente, en 1925, bajo el título “Ni vitalismo ni racionalismo”.
En él Ortega distingue tres tipos diferentes de vitalismo: uno científico y dos filosóficos. El científico corresponde al determinismo biológico, es decir, a la reducción del conocimiento y del razonamiento a procesos orgánicos y bioquímicos que se pueden describir mediante las ciencias biológicas. En segundo lugar está el vitalismo de H. Bergson, filósofo que considera que la razón humana tiene un papel secundario con respecto a la intuición vital en el proceso de conocimiento. La intuición permite describir la vivencia interna de los pensamientos, de forma que su descripción es más verídica y exacta que la simple racionalidad abstracta. En tercer lugar, Ortega presenta su propia concepción de raciovitalismo, según la cual la razón es en sí misma un proceso vital más, se da en la vida, no se escinde de ella. Así, todo pensamiento es siempre pensamiento vivido y experimentado por alguien de carne y hueso. La razón está “contaminada” por los estados anímicos, las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, las voliciones, el inconsciente… es decir, por todos aquellos componentes que conforman la conciencia viva de una persona. No por ello la razón debe ser rechaza como defectuosa. Al contrario, en la medida en que la razón es un fenómeno vital y la vida es el centro de la realidad, la razón en sí misma se convierte en el vehículo de acceso idóneo a la realidad, siempre y cuando reconozca sus propios límites y no se pierda en delirios de grandeza (racionalismo).
El racionalismo tradicional atribuye a la razón poderes absolutos, bien de la manera en que lo entendían racionalistas como Descartes, Leibniz, Spinoza o Malebranche –para quienes la razón era fuente de todo conocimiento posible y podía llegar a conocerlo todo–, bien de la forma en que lo entendía el idealismo kantiano –para quien la razón, aun cuando es limitada, tiene la capacidad de establecer sus propios límites. En esta medida, Ortega caracteriza el racionalismo como utopismo revolucionario, en tanto que sus pretensiones de verdad y de validez se imponen sobre la diversidad caótica de perspectivas, generando horizontes utópicos a los cuales no se puede llegar si no es por el camino violento de la revolución.
En cambio, la razón vital nace en sí misma limitada, reconoce su limitación en tanto que se sabe “viva” e indisociable a la vida. Pero, en la medida en que se reconoce como acción viva del hombre vivo, sirve a la vida, aclarándola, reflexionando sobre ella, conceptualizándola en el buen sentido de la palabra (es decir, no imponiendo conceptos abstractos a la realidad vivida, sino poniendo palabras que saquen a la luz la experiencia del propio pensamiento). La razón vital es la posibilidad de reconocer la propia circunstancia vital, su historia, su proyección futura. Es reconocimiento humilde de la propia perspectiva, pero también capacidad de asumir otras perspectivas y de configurar verdades integrales.
Resumiendo las tesis del raciovitalismo:
a)      La vida es realidad radical. La razón es secundaria con respecto a la vida, en el sentido de que tiene lugar en ella.
b)      La razón pasa de ser legisladora de la realidad (racionalismo) a ser una especie de “cronista” de ésta (raciovitalismo).
c)      Dado que la vida es realidad radical, la reflexión sobre la vida será el punto de anclaje de toda teoría filosófica.
d)     La vida en cuanto realidad radical no es meramente vida biológica (para la cual sólo cabe una descripción de tipo científico), sino, ante todo, existencia, es decir, conciencia de la propia vida.
e)      La vida es ser-en-el-mundo. Pero el mundo no es la Naturaleza ajena, sino la circunstancia vital, biográfica, proyectiva. Cada circunstancia es singular porque pertenece a la vida de cada uno. Limita, en tanto que demanda unas responsabilidades, un ocuparse de ella, un quehacer. Pero ello no implica determinismo, sino dilema. La persona decide si se ocupa de su circunstancia o no, si la afronta o no. Ese grado de libertad básico y elemental nos otorga en cierta medida el poder de “decidir” nuestra propia existencia, aun cuando la vida sea siempre fatalidad y un estar arrojados a la circunstancia.
f)       La razón vital, por último, es necesariamente razón histórica, memoria, porque toda comprensión de la circunstancia vital precisa entender su llegar a ser, su recorrido histórico. La memoria histórica es imprescindible, según Ortega, para entender el presente y su proyección futura.

VI. EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO.

Ortega y Gasset publicó El tema de nuestro tiempo en 1923. Se considera una obra fundamental porque en ella se constata el paso de la etapa perspectivista a la etapa raciovitalista y se pone de manifiesto cómo el raciovitalismo viene para integrar sus diversas teorías filosóficas, desde la teoría de las generaciones, su ontología de la circunstancia y la doctrina del punto de vista.
Los temas principales de esta obra se resumen en los siguientes:
1- La teoría de las generaciones.
2- El retardo de la política frente al advenimiento del futuro por el pensamiento[2].
3- Revalorización de la vida como centro de todos los valores.
4- Epistemología renovada: la doctrina del punto de vista.
5- La apuesta por el raciovitalismo, o síntesis entre racionalismo y vitalismo.

El texto de selectividad es un extracto del capítulo X, titulado "La doctrina del punto de vista". Queda claro que la temática principal del texto será, pues, la epistemología de Ortega, la cual viene justificada por su ontología (yo y mi circunstancia) e inmediatamente integrada en el raciovitalismo.

Cabe decir, por último, que, en conjunto, El tema de nuestro tiempo afronta tres líneas de discusión:
a) ¿Cómo se determina el tiempo histórico en las sociedades?
El diagnóstico de la situación presente se realiza mediante la teoría de las generaciones, el pensamiento como medidor de la anticipación[3] y a través de la perspectiva adquirida.
b) ¿Cuál es la posición filosófica correcta para afrontar el presente?
Aquí debemos situar la crítica del utopismo revolucionario (vástago del racionalismo), la crítica del falso relativismo (o pensamiento débil que se refuta a sí mismo) y, frente a ambas posiciones, la apuesta por el perspectivismo (en resumen: defensa de las verdades relativas, parciales, selectivas -es decir, perspectivas- y posibilidad de integración no sintética, sino inclusiva -verdad integral).
c) ¿Cuáles deben ser las actitudes (mentales, éticas, políticas...) idóneas para encarar este presente?
Apuesta por la razón vital.



[1] Además de la influencia nietzscheana y de Husserl, Ortega también presenta rasgos en común con Martin Heidegger, que fue alumno de Husserl. El término orteguiano "quehacer" es prácticamente idéntico al "cuidado" del "Dasein" heideggeriano. "Dasein", en alemán, significa literalmente "Ser-ahí", y es un concepto inventado por Heidegger para definir la existencia. Cuando Ortega habla de "yo y mi circunstancia" se refiere a lo mismo que Heidegger cuando dice que el "Dasein" es "ser-en-el-mundo".
[2] Ortega dedica un capítulo a desarrollar esta idea, según la cual la política maneja ideologías y conceptos anclados en el pasado, originados en épocas remotas que no son capaces de reconocer el devenir de las circunstancias. Por eso, las respuestas políticas a los problemas contemporáneos resultan anacrónicas y estériles, y lo que es peor, se vuelven sectarias. Por el contrario, el pensamiento filosófico, en la medida en que penetra en la vida como realidad radical, se convierte en el lugar ideal para contemplar las pulsiones sociales del momento, su actitud respecto a la herencia tradicional y las posibilidades futuras (proyectos) que se reclaman.
[3] Ver nota 2.