ORTEGA
Y GASSET
Quien en nombre de la libertad renuncia a
ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su
existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser.
I. LA REBELIÓN DE LAS MASAS.
No sabemos lo que nos pasa, por eso, nos
pasa lo que nos pasa.
Sin duda, la
obra más famosa de Ortega y Gasset (1883-1955), que le valió el reconocimiento
internacional y ha sido traducida a más de una docena de idiomas, es La rebelión de las masas, publicada en
1929. En ella, el pensador madrileño realiza una disección crítica de las
sociedades contemporáneas (de su época, pero perfectamente extensible a la nuestra)
desde un punto de vista filosófico impregnado de psicología y de elementos
sociológicos. Retrato, pues, de la psicología del “hombre” contemporáneo y de
la estructura social por lo que refiere a la relación entre masa e individuo en
los países occidentales desarrollados tras la industrialización.
Para afrontar
este análisis crítico, Ortega se sirve de tres conceptos: “sociedad-masa”,
“hombre-masa” y “minoría selecta”.
a) “Sociedad-masa”.
Ortega
percibe cierta homogeneidad en las
sociedades contemporáneas debido a
la abundancia económica, el desarrollo tecnológico y la igualdad política.
Los contrastes seculares entre ricos y pobres, amos y esclavos, oprimidos y
opresores, se han atenuado. El libre mercado ha permitido cierto reparto de la
riqueza, no sobre la base de la justicia distributiva, sino por la movilidad
social que posibilita, en principio, el ascenso social de clases pobres a
clases ricas o burguesas, así como el decaimiento de las antiguas aristocracias
por el cese progresivo de privilegios. Por otra parte, el aumento de producción
gracias al desarrollo de la industria y de la tecnología ha permitido la
abundancia de bienes de consumo, tanto primarios como secundarios. Por último,
la igualdad política que brindan las democracias ha generado cierta estabilidad política en el sentido de
que el poder ha dejado de oscilar de unas manos a otras por la pura fuerza de
la guerra o de las revoluciones, gracias a que ahora se funda en el simple
apoyo electoral. Todos estos factores, combinados, conforman la base sobre la
que se consolida el orden público y
una relativa comodidad.
b) “Hombre
masa”.
Delante de una persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo
aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal– por razones especiales,
sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se
siente a salvo al saberse idéntico a los demás.
El filósofo
madrileño realiza un auténtico retrato psicológico del hombre-masa. Éstos
serían sus principales rasgos:
-
No percibe la fatalidad ni la tragedia. Para él, la
vida es fácil.
-
Disfruta de una sensación de dominio y triunfo porque
se afirma tal cual es. Da por bueno y completo su haber moral e intelectual, es
decir, considera justificado a priori
su comportamiento y, a la vez, considera satisfecho su saber, no se siente
ignorante. En términos kantianos diríamos: el hombre-masa vive en una situación
de minoría de edad no reconocida. Respecto al conocimiento, hoy hablaríamos de analfabetismo funcional (creer que uno
sabe leer y escribir, pero no entender lo que lee ni lo que escribe). En
definitiva, la sensación de satisfacción plena y a priori implica una total ausencia de responsabilidades, así como
de afrontar la necesidad de proyectos. Por eso, dice Ortega, el hombre-masa va a la deriva. Aunque sus poderes sean
enormes, no construye nada. Y finalmente sentencia: Es el niño mimado de la historia.
-
El hombre-masa no escucha, se cierra en sus propias
creencias (de las que se siente plenamente satisfecho), imponiendo su opinión
no razonada (vulgar) sin contemplaciones, según el régimen de acción directa.
-
Aun sintiéndose vulgar, es decir, indiferente y
homogéneo, el hombre-masa proclama el
derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias (morales e
intelectuales) superiores a él. En otras palabras diríamos: para el hombre-masa
no hay maestros de los que aprender, porque él considera que lo ha aprendido todo.
-
Se caracteriza igualmente por la libre expansión de sus
deseos vitales y por la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la
facilidad de su existencia. Sólo le preocupa su bienestar (puro egoísmo) pero
al mismo tiempo es insolidario con las causas de su bienestar. Responde,
exactamente, a la psicología del niño mimado. Debido a ello, no sería capaz de
reconocer el deterioro de esas causas ni sabría cómo demonios recuperarlo en
caso de pérdida.
-
Finalmente, el hombre-masa es incapaz de otro esfuerzo
que el estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa. Por ello,
vive sin principios morales ni ideológicos (régimen de acción directa).
c) “Minoría
selecta”
A ella
pertenece todo aquel que se exige más que
los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores.
Siempre hay
una minoría de personas que no se conforman con lo dado, sino que afrontan el
problema de su existencia, la necesidad de proyectos para transformar, con
mayor o menor fortuna, la realidad. La minoría selecta es, en cierto sentido,
una élite aristocrática en sentido griego, es decir, “los mejores”, pero no una élite gobernante, sino existencial.
Son minoría porque, lamentablemente, en las sociedades contemporáneas ha habido
una máxima extensión del hombre-masa. Los mejores son los menos, aunque su influencia sobre la masa en ciertos
momentos de la historia ha resultado decisiva.
Sin embargo,
como ya había advertido en El tema de
nuestro tiempo (1923), no se trata de
entender la historia por la tarea de la masa amorfa de una humanidad
indiferenciada, como tampoco por el puro despliegue de personalidades
sobresalientes o genios; el conflicto entre masa e individuo es un índice de
una estructura funcional de la humanidad. (…) La humanidad en todos los estadios
de su evolución, ha sido siempre una estructura funcional, en la que los
hombres más enérgicos –cualquiera que sea la forma de esta energía– han operado
sobre las masas, dándoles una determinada configuración (…).
Conclusión:
El tigre no puede dejar de ser tigre, no
puede destigrarse… el hombre corre el peligro de deshumanizarse.
La división de la sociedad que plantea
Ortega y Gasset no es una división en clases sociales (como pensaba Marx), sino
en clases de personas: hombres-masa y minorías excelentes. De entrada, esto
implica que el salto de la teoría a la praxis no se produce cuando la clase
dominada cobra conciencia de clase y se rebela contra el poder dominante. La
verdadera “revolución” no es, para Ortega, la lucha de clases en el terreno de
las relaciones de producción, sino algo que atañe primeramente a cada persona y
su lucha por hacerse cargo de su circunstancia, afirmándose a sí misma sin
diluirse en la masa uniforme. Las clases sociales al estilo marxista serían, en
términos de Ortega, otro tipo más de masas amorfas donde las personalidades se
diluyen y se deshumanizan.
II. ONTOLOGÍA
DE ORTEGA: YO Y MI CIRCUNSTANCIA.
No
somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está
absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las
circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual
tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la
salvo a ella, no me salvaré a mí.
Esta famosa
sentencia resume perfectamente la ontología de Ortega: la realidad es
subjetividad atada a una circunstancia. La conciencia, el “yo”, el “sujeto”, no
son irreductibles al mundo como pensaba Descartes, sino que se encuentran
enraizados a él de forma elemental. En otras palabras: sin mundo no habría
conciencia y viceversa. El mundo es siempre “mundo-entorno”, es decir, realidad
que gira en torno a una vida concreta e intransferible. Por otra parte, la
conciencia es siempre conciencia-vivida, no pura, fría y desencarnada. De modo
que ni la conciencia ni el mundo se encuentran separados, ni son irreductibles,
ni son neutrales entre sí. El sueño idealista (que encontramos en Kant y más
atrás en Descartes) concibe un “yo” inteligible, universal y necesario independiente
del mundo. El sueño realista (que se inició en el empirismo moderno y culminó
con el positivismo científico) considera que el mundo es, ante todo, neutral,
objetivo e “inerte” (no vivido) con respecto al sujeto.
Buena parte
de estas ideas fueron planteadas desde la fenomenología de Edmund Husserl, que
Ortega conoce y asume en gran medida. Husserl consideraba que la conciencia
humana, no solo la cotidiana sino la puramente intelectual (el tipo de
conciencia de la que hablaba Descartes), es siempre “conciencia-de-algo”; el
puro pensamiento no existe, siempre se encuentra atado a un quid, un qué, un contenido determinado. El
“yo pienso” cartesiano es en realidad un “yo pienso algo”. Dado que la conciencia está dirigida a algo que en principio
no es ella misma, Husserl la definía como conciencia intencional (no en el sentido de que alberga intenciones o
voliciones, sino en el sentido de que nunca es neutral con respecto a su propio
contenido). Por esa razón, resulta absurdo hablar de dualismo mente-cuerpo, o
de la oposición sujeto-objeto. La realidad, tal y como se presenta para el ser
humano, se revela como conciencia vivida, corpórea, conciencia atada a un mundo
circundante, el cual tampoco se vuelve ajeno o neutral a la propia conciencia,
ya que se percibe como entorno vivido, personal e igualmente intransferible.
Sin embargo,
más allá de la influencia de Husserl y la fenomenología, está la de Nietzsche.
De éste asumirá Ortega el vitalismo, es decir, la centralidad de la vida en
toda consideración acerca de la realidad. Asumirá, con Nietzsche, el rasgo
central de la vida, esto es: la fatalidad: que cada uno de nosotros se
encuentra arrojado a una circunstancia intransferible de la que se debe ocupar
y preocupar, que no hemos elegido, y ante la cual caben dos actitudes opuestas:
la fortaleza de espíritu (cuando se afronta la fatalidad) o la debilidad
(cuando la conciencia se refugia en trasmundos imaginarios que aportan
seguridad y presunta certeza). Al igual que pensaba Nietzsche, el mundo vivido,
la circunstancia, es, para Ortega, histórica (biográfica) y a la vez proyecto,
está abierta al futuro mediante la acción creativa, el quehacer[1].
Ortega tiene
el mérito de introducir en España todas estas ideas filosóficas, actualizando
el pensamiento español al nivel del debate filosófico de su Europa
contemporánea, y a la vez tiene la brillantez de construir su propia filosofía
frente al vitalismo nietzscheano más radical y frente a una fenomenología (la
de Husserl) que ya en su época comenzaba a mostrar disidencias internas. Pero,
a nuestro juicio, la mayor aportación de Ortega y Gasset quizás haya sido
alejar el pensamiento filosófico de los círculos eruditos y académicos más
endogámicos (circunscritos a la Universidad) y expandir sus ideas por medio del
lenguaje periodístico, los artículos de prensa y las revistas a un público más
diverso y abierto.
Siguiendo a
Ortega, toda la aridez conceptual de los párrafos anteriores se resuelve de
forma nítida y directa:
1-
La vida humana,
como ya hemos dicho, es historia (biografía)
y proyecto (cuidado y responsabilidad: acción en la circunstancia vivida,
quehacer).
2-
En cuanto
histórica y biográfica, la vida auténtica implica memoria, pasar sobre el pasado, es decir, conservarlo tanto en el recuerdo
como en la acción presente, tratando de aprender de él para evitar errores.
3-
En cuanto
proyecto y quehacer, la vida auténtica implica hacer lo que hay que hacer y evitar hacer cualquier cosa. Los actos
en la vida auténtica se vuelven necesarios, no caprichosos. Y en eso
estriba, dice Ortega, la dificultad del
acierto.
4-
El quehacer verdadero es indisociable a la
circunstancia de cada cual. Los actos,
por lo tanto, no deben imitar modelos de conducta porque de otro modo negamos
nuestro auténtico quehacer, es decir, el carácter intransferible de nuestra
circunstancia.
5-
La vida
verdadera, auténtica, es invención de la existencia. Pero invención no
arbitraria o caprichosa, sino en sentido etimológico,
"desvelamiento", "hallazgo", "descubrimiento".
Debemos hallar la existencia, encontrarla, descubrirla. La fatalidad de la vida, “el pie forzado” en que nos sitúa la
circunstancia, nos marca el camino para realizar nuestra propia existencia.
O nos afirmamos en nuestra circunstancia,
comprometiéndonos con ella, o nos negamos a nosotros mismos toda vez que
rehusemos hacernos responsables.
Queda claro,
por tanto, que el hombre-masa será ese individuo que no se hace cargo de su
circunstancia, ya que, al sentirse "como todo el mundo", se vuelve
indiferente ante ella. De modo que tampoco se hace cargo de sí mismo y, por esa
razón, se deshumaniza, se pierde, se desmemoria, se hace pasivo, en cierto
sentido se vuelve "inerte".
III.
EPISTEMOLOGÍA DE ORTEGA: EL PERSPECTIVISMO (O DOCTRINA DEL PUNTO DE VISTA).
En su obra La deshumanización del arte e ideas sobre la
novela (1925) el pensador madrileño dedica el primer capítulo a una lección
básica de fenomenología, y presenta de forma muy didáctica su teoría
epistemológica: el perspectivismo.
Nos insta a
imaginar una escena del crimen. El investigador llega al lugar y se dispone a
interrogar a los testigos. En función de la cercanía y de las relaciones
personales de cada testigo con la víctima, que yace muerta, el testimonio de
los hechos se distorsiona. Lo que a un testigo le resulta brutal y conmovedor,
a otro le es indiferente, y esa indiferencia le sirve, en cambio, para fijar la
atención en otros detalles que pasaban desapercibidos para los que tenían un
trato personal con el muerto. Así, el investigador, recopilando información, se
va componiendo poco a poco la cadena de acontecimientos, las relaciones de la
víctima con su entorno personal, los posibles móviles del delito, etc.
Este ejemplo
ilustra cómo la verdad de los hechos se
encuentra fragmentada siempre en múltiples perspectivas o puntos de vista sobre
la realidad. Cada perspectiva es única e intransferible, ya que las
circunstancias vividas son igualmente únicas e intransferibles. Sin embargo,
ello no implica, según Ortega, que la verdad no exista. Ciertamente, no es posible adoptar el punto de vista absoluto sobre la realidad. Todas las
perspectivas tienen su importancia, su porción de verdad; son verdades
parciales, selectivas. Por lo tanto, es posible concebir una verdad integral, como integración de diversas perspectivas. Cuantas más perspectivas
se integren, mayor será la precisión y la veracidad de los hechos. La verdad integral no es sintética, sino
inclusiva. Esto significa que las diversas perspectivas que la componen no se
diluyen ni desaparecen, sino que
conviven en ella, la alimentan y la mantienen. Al ser inclusiva, la verdad
integral se encuentra siempre abierta a la entrada de nuevas perspectivas.
Ortega no se
cansará en defender el perspectivismo
frente al puro racionalismo y a la pura objetividad (ya sea realista o
idealista), dado que imponen una perspectiva sobre las demás en nombre de la
universalidad o incluso de la neutralidad empírica de los hechos.
Es cierto que
el perspectivismo es relativismo (la
verdad es selectiva, parcial, relativa a un punto de vista), pero no descarta la posibilidad de formar
verdades integrales, las cuales serán siempre más ricas y verídicas que los
meros puntos de vista aislados. Ortega llama falso relativismo a esa filosofía que sostiene el aislamiento
absoluto de todas las perspectivas, su total e imposible incomunicación. Lo
califica de "falso" porque se refuta a sí mismo, es decir, no puede
sostenerse como criterio de verdad porque se impondría a sí mismo sobre los
demás, yendo en contra de lo que él mismo afirma.
IDEAS Y
CREENCIAS
Nuestras convicciones más arraigadas, más
indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite,
nuestros confines, nuestra prisión.
Otro asunto que
podríamos ubicar en la epistemología de Ortega y Gasset es la diferencia entre ideas y creencias. En
su obra homónima (Ideas y creencias,
de 1940), partiendo de que los conceptos
son los utensilios con que el ser humano interpreta el mundo y le da sentido a
la realidad, Ortega sostiene que existen dos formas bien distintas de
tratar los conceptos: o bien los convertimos
en creencias, o bien los transformamos en ideas.
Las creencias son conceptos no razonados,
no debatidos, no criticados, asumidos por aprendizaje cultural, por hábitos y
costumbres, por mera imitación o adopción. Cuando un concepto se pone bajo
examen (por medio de la discusión, de la reflexión, de la crítica o del debate)
dicho concepto se convierte inmediatamente en idea. Toda idea es, pues, un
concepto criticado y abierto a la crítica. Las creencias, por el contrario,
se vuelven acríticas. ¿Qué importancia tiene esto? Naturalmente, las creencias
nunca son reconocidas como tales, ya que se dan por sentado, se asumen sin más
como algo obvio que no merece discusiones. Por lo tanto, podemos estar anclados a una creencia sin darnos cuenta. Sin
embargo, el mayor peligro de las
creencias es que impiden que los conceptos se adapten al devenir de las
circunstancias, que siempre son cambiantes y exigen redefinirlos,
actualizarlos. Pero es que, además, las
creencias se cierran en banda ante otras perspectivas, impiden el diálogo y el
debate, imposibilitan el acuerdo, en suma, coartan la posibilidad de establecer verdades integrales.
IV. LA TEORÍA
DE LAS GENERACIONES.
Hemos visto
que el perspectivismo, aún siendo relativismo, permite integrar diversos puntos
de vista en vez de alienarlos unos a otros. Sin embargo, hay otra teoría en la filosofía de Ortega y Gasset que servirá de
puente entre la pluralidad de vidas y circunstancias vividas: la teoría de las
generaciones. Ortega defenderá esta teoría como un recurso indispensable
para la sociología, la psicología social y la historiografía capaz de
interpretar (o al menos ayudar a la interpretación) de los fenómenos históricos.
De ahí que afirme que la generación es el
concepto más importante de la historia.
Ya sabemos lo que es una generación de
seres humanos: la simultaneidad y sincronía de los individuos que han nacido
frente a unas circunstancias históricas peculiares y de su posición ante sus
progenitores. Los miembros de una generación son coetáneos. Aunque haya diferencias obvias entre ellos, todos han
nacido en una circunstancia compartida que viene de atrás (es una herencia
histórica) y se proyecta hacia el futuro (es decir, se abre a una serie de
posibilidades y proyectos). Ante dicha circunstancia, cada generación demuestra
su peculiar actitud y sentimiento vital. Por ejemplo, la generación del 98,
marcada por la pérdida de las colonias que evidenciaba el clima de decadencia
política y social, se caracterizó por el pesimismo. En cambio, las generaciones
del 14 (a la que Ortega pertenece) y del 27 son vitalistas, optimistas, se
muestran deseosas de cambios políticos, sociales, económicos y culturales.
Según Ortega,
el ser humano es, quiera o no, gregario por naturaleza. Este gregarismo inevitable, es decir, esa
tendencia a formar agrupaciones, se basa en la convivencia, en la coexistencia del
grupo en un entorno compartido. La
convivencia funciona como límite del grupo. De ahí que las generaciones se
circunscriban a un país, a un territorio determinado.
Sin embargo,
dentro del grupo, cada generación define
un sentimiento y una actitud vital respecto a las circunstancias y a la
herencia recibida de sus progenitores.
Precisamente,
ante los progenitores caben dos
actitudes: la aceptación o el rechazo.
La aceptación define épocas acumulativas y conservadoras, puesto que la generación acepta la herencia
recibida. En dichas épocas el mando suele recaer en los viejos. Son, dice
Ortega, épocas de senectud.
Por el
contrario, el rechazo define épocas eliminatorias o polémicas,
revolucionarias, rebeldes o progresistas. Son épocas de juventud que
rompen con lo anterior por la creencia de la nueva generación en sí misma, en
su propia capacidad para afrontar los proyectos y responsabilizarse de las
circunstancias.
Ortega insiste
en que los grupos humanos redefinen su actitud vital en un periodo aproximado
de quince años, con cercanía al ciclo biológico.
Toda generación es un cuerpo social formado
por élites y masa: (...) no es un
puñado de hombre egregios, ni simplemente una masa; [una generación] es como un nuevo cuerpo social íntegro, con
su minoría selecta y su muchedumbre (...) compromiso
dinámico entre masa e individuo es el concepto más importante de la
historia, y, por decirlo así, el gozne sobre el que ésta ejecuta sus movimientos.
Del
compromiso entre masa e individuo depende que pasemos de una época de senectud
a una época de juventud. Depende que el individuo se diluya en la masa o bien
afronte su compromiso histórico-generacional. Depende que la masa aísle a las
minorías vanguardistas o que se contagie de sus corazones de vanguardia. El
compromiso entre masa e individuo es dinámico, cambiante, mutable, vivo.
Por todo
ello, las generaciones definen, según Ortega, un criterio social verdadero.
V. EL
RACIOVITALISMO O RAZÓN VITAL.
El raciovitalismo ocupa el último periodo
del pensamiento del autor, que se divide en tres etapas: objetivista,
perspectivista y raciovitalista. En esta última, Ortega no abandona su
filosofía inicial acerca de la circunstancia ni tampoco el perspectivismo, sino
que viene a integrarlos en una sola filosofía definida como razón vital. Se trata, en resumen, de sostener una posición que supere la
“irracionalidad” del vitalismo más radical y a la vez se distancie frente al
sesgo “antivital” del puro racionalismo.
Ortega
analiza estas corrientes de pensamiento (vitalismo y racionalismo) y presenta
su propuesta (raciovitalismo) en un artículo publicado en la Revista de Occidente, en 1925, bajo el
título “Ni vitalismo ni racionalismo”.
En él Ortega distingue tres tipos diferentes de
vitalismo: uno científico y dos filosóficos. El científico corresponde al determinismo biológico, es decir, a la
reducción del conocimiento y del razonamiento a procesos orgánicos y
bioquímicos que se pueden describir mediante las ciencias biológicas. En segundo lugar está el vitalismo de H.
Bergson, filósofo que considera que la razón humana tiene un papel
secundario con respecto a la intuición vital en el proceso de conocimiento. La
intuición permite describir la vivencia interna de los pensamientos, de forma
que su descripción es más verídica y exacta que la simple racionalidad
abstracta. En tercer lugar, Ortega
presenta su propia concepción de raciovitalismo, según la cual la razón es
en sí misma un proceso vital más, se da en la vida, no se escinde de ella. Así,
todo pensamiento es siempre pensamiento vivido y experimentado por alguien de
carne y hueso. La razón está “contaminada” por los estados anímicos, las
sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, las voliciones, el
inconsciente… es decir, por todos aquellos componentes que conforman la
conciencia viva de una persona. No por ello la razón debe ser rechaza como
defectuosa. Al contrario, en la medida en que la razón es un fenómeno vital y
la vida es el centro de la realidad, la razón en sí misma se convierte en el
vehículo de acceso idóneo a la realidad, siempre y cuando reconozca sus propios
límites y no se pierda en delirios de grandeza (racionalismo).
El
racionalismo tradicional atribuye a la razón poderes absolutos, bien de la
manera en que lo entendían racionalistas como Descartes, Leibniz, Spinoza o
Malebranche –para quienes la razón era fuente de todo conocimiento posible y
podía llegar a conocerlo todo–, bien de la forma en que lo entendía el
idealismo kantiano –para quien la razón, aun cuando es limitada, tiene la
capacidad de establecer sus propios límites. En esta medida, Ortega caracteriza
el racionalismo como utopismo
revolucionario, en tanto que sus pretensiones de verdad y de validez se
imponen sobre la diversidad caótica de perspectivas, generando horizontes
utópicos a los cuales no se puede llegar si no es por el camino violento de la
revolución.
En cambio, la
razón vital nace en sí misma limitada, reconoce su limitación en tanto que se
sabe “viva” e indisociable a la vida. Pero, en la medida en que se reconoce
como acción viva del hombre vivo, sirve a la vida, aclarándola, reflexionando
sobre ella, conceptualizándola en el buen sentido de la palabra (es decir, no
imponiendo conceptos abstractos a la realidad vivida, sino poniendo palabras
que saquen a la luz la experiencia del propio pensamiento). La razón vital es
la posibilidad de reconocer la propia circunstancia vital, su historia, su
proyección futura. Es reconocimiento humilde de la propia perspectiva, pero
también capacidad de asumir otras perspectivas y de configurar verdades
integrales.
Resumiendo las tesis del raciovitalismo:
a)
La vida es realidad radical. La razón es secundaria con
respecto a la vida, en el sentido de que tiene lugar en ella.
b)
La razón pasa de ser legisladora de la realidad
(racionalismo) a ser una especie de “cronista” de ésta (raciovitalismo).
c)
Dado que la vida es realidad radical, la reflexión
sobre la vida será el punto de anclaje de toda teoría filosófica.
d)
La vida en cuanto realidad radical no es meramente vida
biológica (para la cual sólo cabe una descripción de tipo científico), sino,
ante todo, existencia, es decir,
conciencia de la propia vida.
e)
La vida es ser-en-el-mundo. Pero el mundo no es la
Naturaleza ajena, sino la circunstancia vital, biográfica, proyectiva. Cada
circunstancia es singular porque pertenece a la vida de cada uno. Limita, en
tanto que demanda unas responsabilidades, un ocuparse de ella, un quehacer.
Pero ello no implica determinismo, sino dilema. La persona decide si se ocupa
de su circunstancia o no, si la afronta o no. Ese grado de libertad básico y
elemental nos otorga en cierta medida el poder de “decidir” nuestra propia
existencia, aun cuando la vida sea siempre fatalidad y un estar arrojados a la
circunstancia.
f)
La razón vital, por último, es necesariamente razón
histórica, memoria, porque toda comprensión de la circunstancia vital precisa
entender su llegar a ser, su recorrido histórico. La memoria histórica es
imprescindible, según Ortega, para entender el presente y su proyección futura.
VI. EL TEMA
DE NUESTRO TIEMPO.
Ortega y
Gasset publicó El tema de nuestro tiempo en
1923. Se considera una obra fundamental porque en ella se constata el paso de
la etapa perspectivista a la etapa raciovitalista y se pone de manifiesto cómo
el raciovitalismo viene para integrar sus diversas teorías filosóficas, desde
la teoría de las generaciones, su ontología de la circunstancia y la doctrina
del punto de vista.
Los temas
principales de esta obra se resumen en los siguientes:
1- La teoría
de las generaciones.
2- El retardo
de la política frente al advenimiento del futuro por el pensamiento[2].
3-
Revalorización de la vida como centro de todos los valores.
4-
Epistemología renovada: la doctrina del punto de vista.
5- La apuesta
por el raciovitalismo, o síntesis entre racionalismo y vitalismo.
El texto de
selectividad es un extracto del capítulo X, titulado "La doctrina del
punto de vista". Queda claro que la temática principal del texto será,
pues, la epistemología de Ortega, la cual viene justificada por su ontología
(yo y mi circunstancia) e inmediatamente integrada en el raciovitalismo.
Cabe decir,
por último, que, en conjunto, El tema de
nuestro tiempo afronta tres líneas de discusión:
a) ¿Cómo se
determina el tiempo histórico en las sociedades?
El
diagnóstico de la situación presente se realiza mediante la teoría de las
generaciones, el pensamiento como medidor de la anticipación[3] y a
través de la perspectiva adquirida.
b) ¿Cuál es
la posición filosófica correcta para afrontar el presente?
Aquí debemos
situar la crítica del utopismo revolucionario (vástago del racionalismo), la
crítica del falso relativismo (o pensamiento débil que se refuta a sí mismo) y,
frente a ambas posiciones, la apuesta por el perspectivismo (en resumen:
defensa de las verdades relativas, parciales, selectivas -es decir,
perspectivas- y posibilidad de integración no sintética, sino inclusiva -verdad
integral).
c) ¿Cuáles
deben ser las actitudes (mentales, éticas, políticas...) idóneas para encarar
este presente?
Apuesta por
la razón vital.
[1]
Además de la influencia nietzscheana y de Husserl, Ortega también presenta
rasgos en común con Martin Heidegger, que fue alumno de Husserl. El término
orteguiano "quehacer" es prácticamente idéntico al "cuidado"
del "Dasein" heideggeriano. "Dasein", en alemán, significa
literalmente "Ser-ahí", y es un concepto inventado por Heidegger para
definir la existencia. Cuando Ortega habla de "yo y mi circunstancia"
se refiere a lo mismo que Heidegger cuando dice que el "Dasein" es
"ser-en-el-mundo".
[2]
Ortega dedica un capítulo a desarrollar esta idea, según la cual la política
maneja ideologías y conceptos anclados en el pasado, originados en épocas
remotas que no son capaces de reconocer el devenir de las circunstancias. Por
eso, las respuestas políticas a los problemas contemporáneos resultan
anacrónicas y estériles, y lo que es peor, se vuelven sectarias. Por el
contrario, el pensamiento filosófico, en la medida en que penetra en la vida
como realidad radical, se convierte en el lugar ideal para contemplar las
pulsiones sociales del momento, su actitud respecto a la herencia tradicional y
las posibilidades futuras (proyectos) que se reclaman.
[3] Ver nota 2.
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