martes, 13 de octubre de 2015

TEMA 1: LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA

TEMA 1: LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA
1.1 LÍNEA CRONOLÓGICA DEL PARADIGMA ANTIGUO (Visión diacrónica):
A) Edad “obscura” (obscuro= “oculto, que se esconde o substrae”): época de la cultura griega anterior a las primeras manifestaciones escritas. Se cree que el alfabeto griego se pone en marcha entre los siglos IX y VIII a. C.
B) Grecia arcaica (siglos VIII-VI a. C.): este es un periodo de fuerte tradición mitológica escrita (la Ilíada y la Odisea atribuidas a Homero, Los trabajos y los días y la Teogonía de Hesíodo, así como las diversas Odas del poeta Píndaro). También en esta época evoluciona la polis como forma de organización social: ciudades-Estado independientes políticamente (autónomas) y económicamente (autárquicas). Gracias a la navegación, las diversas ciudades griegas se diseminan por toda la costa del Mediterráneo, desde el Mar Egeo, Asia Menor, norte de Egipto, hasta el sur de Italia, Sicilia y muchas otras pequeñas colonias en el oeste. El control mercantil naval así como el intercambio cultural de bienes materiales y conocimientos explican el florecimiento que experimentará Grecia en los siglos siguientes.
A finales de la Grecia arcaica (ya en los siglos VII y VI) tiene lugar el nacimiento de la filosofía con los pensadores presocráticos y sus cosmologías (teorías sobre el origen y el sentido del cosmos). A esta etapa del pensamiento se la conoce como el tránsito del mito al logos.
C) Grecia clásica (siglos V y IV a. C.): este breve lapso de apenas dos siglos es el más fructífero para la cultura griega desde casi cualquier punto de vista (económico, militar, político, artístico, filosófico y literario).
Los historiadores están de acuerdo en considerar el fin de las Guerras Médicas como el punto de inicio de esta época (fecha simbólica el 487 a.C.). El gobernante Pericles es responsable de instaurar la primera democracia de la historia: la democracia ateniense. El poderío naval de Atenas (demostrado en la batalla de Salamina) la erigirá en centro económico y cultural del mundo antiguo.
Desde el punto de vista cultural, durante el siglo V surgen en Atenas diversos géneros literarios, como la tragedia (Esquilo, Sófocles y, más tarde, Eurípides) y la comedia (Aristófanes). También surge la historiografía de la mano de los primeros historiadores (el innovador Heródoto y, después, el genial Tucídides). La medicina se desarrolla con Hipócrates (conocido por su famoso juramento, que representa el ideal del buen médico, dedicado en cuerpo y alma a la salud del paciente). Igualmente florecen las ciencias (sobre todo geometría y astronomía). Eclosionan las artes del discurso: gramática, retórica y oratoria (se hacen populares porque resultan útiles en los debates políticos que tienen lugar constantemente en el Ágora). También la música. Se establece, por otra parte, el canon artístico, o sea, un conjunto de normas aprendidas en las escuelas de arte (la proporción, el equilibrio y la figuración realista), y a partir de ese canon se crean numerosas obras de arte, destacando la escultura y la arquitectura. En suma, una auténtica explosión cultural.
Pero no es oro todo lo que reluce. En la segunda mitad del siglo V a. C. estallan las Guerras del Peloponeso, que enfrentan a la Liga de Esparta contra la Liga de Atenas. Las rencillas seculares entre ambas ciudades llegan a su clímax con las pretensiones atenienses de convertirse en capital de toda Grecia. Se trata de guerras civiles, sangrientas y fratricidas que duran aproximadamente treinta años. Como resultado, Grecia se deteriora, y ese clima de decadencia será aprovechado por el rey Filipo de Macedonia: a mediados del siglo IV a. C. conquistará todas las ciudades griegas. Esto marcará el fin de la polis como modelo de organización política  y social.
Respecto al contexto filosófico, la Grecia clásica nos brinda el giro antropológico de la filosofía, una apuesta por la centralidad del ser humano como tema de debate. Los sofistas por un lado, y Sócrates, Platón y Aristóteles por otro, serán quienes definan el pensamiento venidero (hasta nuestros días) como una pugna entre relativismo-escepticismo y realismo-idealismo a la hora de fundamentar racionalmente la validez del conocimiento humano (razón teórica) y la validez de las normas morales y políticas (razón práctica).
D) Helenismo (siglos III a. C. – año 313 de nuestra era, Edicto de Milán promulgado por el emperador romano Constantino).
El helenismo es un largo periodo histórico que abarca numerosas culturas y tradiciones, con el único punto en común de que, para todas ellas, la cultura griega seguirá siendo referencia (tanto en el uso del griego como lengua culta, cuanto en el aprecio a su arte, literatura, conocimiento y filosofía).
Se considera que el imperio alejandrino marca el inicio del helenismo porque, por una parte, destruye las fronteras del "mundo conocido" por los griegos, encaminándose al cosmopolitismo (idem est, sentimiento de pertenencia del individuo a un mundo de diversas culturas) frente a los mitos tradicionales de autoctonía (i.e., sentimiento de "pertenencia a la tierra" por parte de los antiguos ciudadanos y habitantes de la polis). Por otra parte, el imperio alejandrino es responsable de extender la cultura griega más allá de sus fronteras, convirtiéndola en referencia cultural universal.
Durante el Helenismo, la capital cultural del mundo se traslada a Alejandría, gracias a dos instituciones que impulsa el primer Ptolomeo, antiguo general de Alejandro Magno: el Museo y la Biblioteca. Durante el Helenismo suceden tres cosas. En primer lugar, se produce una compilación de todo el saber antiguo (se organizan los escritos de Platón y Aristóteles, se compilan las obras poéticas, trágicas, etc., según el género literario; se redactan las versiones de las obras mitológicas de Homero y Hesíodo que han llegado a nuestros días). En segundo lugar, se especializan diversas ciencias. Cabe destacar, en matemáticas, a Euclides (sus Elementos de geometría marcarán un antes y un después en la manera de plantear ensayos matemáticos); en física, Arquímedes; en astronomía brillará el sistema geocéntrico de Ptolomeo (no confundir con el general de Alejandro Magno), que permanecerá inalterable hasta Copérnico. En medicina, conviene resaltar la figura de Galeno y su estudio de los fluidos corporales, como la bilis (llamados por él "humores"), continuador de la medicina hipocrática. En tercer lugar, la filosofía se organiza en torno a las llamadas escuelas helenísticas: estoicismo, epicureísmo y escepticismo. Todas tienen en común perseguir la felicidad del individuo, que se ve "arrojado" a un mundo cosmopolita donde ya no hay lugar para el ejercicio de la democracia directa. Estas filosofías responden, en suma, al sentimiento de pérdida de control sobre el mundo, cuyos límites se hacen cada vez más amplios, en un Imperio Romano que se afana en defender sus vastas fronteras.
Alejandría pervivirá hasta ser arrasada por orden del emperador. Este será el principio del fin del Helenismo. El emperador Constantino proclamará, en el Edicto de Milán (313 d. C.), la oficialización del cristianismo, considerada a partir de entonces como única religión verdadera y, por lo tanto, única verdad. Todo el pensamiento antiguo quedará tachado de herejía. Así dará comienzo un nuevo paradigma.

1.2 EL PASO DEL MITO AL LOGOS (Visión sincrónica).
Hasta hace apenas cien años, se consideraba que, en la antigua Grecia, alrededor del siglo VII a. C., surgió de forma espontánea el pensamiento racional precursor de la ciencia moderna. Según esta teoría de la generación espontánea, el pensamiento mitológico, totalmente fantástico y de corte animista-religioso, fue abandonado, de buenas a primeras, por los filósofos presocráticos, quienes desarrollaron de forma novedosa un pensamiento racional que trataba de explicar el mundo sin recurrir a fuerzas sobrenaturales y fantasiosas. El problema de esta teoría es que no logra explicar por qué en Grecia (y no, por ejemplo, en el antiguo Egipto, en Mesopotamia, en la India o en China) surgió la filosofía.
Por suerte, los estudios de filología clásica que se desarrollaron a partir de la segunda mitad del s. XIX, más la aportación de diversos filósofos a lo largo del XX, han echado por tierra esa teoría, demostrando que el tránsito del mito al logos no es un corte radical.
Para empezar, las palabras épos, mithos y lógos se usaban indistintamente en griego arcaico para referirse al decir relevante, no trivial, digno de consideración. Las obras de Hesíodo y las atribuidas a Homero se denominaban épos (de ahí la palabra "epopeya", que es la narración de un gran acontecimiento protagonizado siempre por un personaje ilustre[1]). Dentro de cada obra, se llamaba mithos y lógos a cualquier fragmento significativo (es decir, cualquier escena o conjunto de versos que aportase algo digno de consideración en sí mismo). Esto revela que, para los antiguos griegos, la mitología encierra cierta sabiduría y anima a la reflexión[2].
Las obras de Homero y Hesíodo remiten a numerosos temas que entroncan con la filosofía: el origen del cosmos, el sentido de la vida, la condición humana, la responsabilidad moral, la justicia, la tragedia... No es de extrañar, por tanto, que la filosofía haya surgido del mito.
Sin embargo, una vez aparecen los primeros filósofos las diferencias con la mitología se hacen evidentes. A grandes rasgos, el mito siempre es narrado por una diosa: el poeta invoca a la Musa para que le cante los grandes acontecimientos que "se deben recordar". El filósofo (excepto Parménides), no invoca a la musa ni escribe en versos, se limita a reflexionar sobre el sentido de la realidad y a transcribir el producto de sus reflexiones. Por otra parte, el discurso mitológico explica la realidad aludiendo a la intervención de dioses y fuerzas sobrenaturales (recordemos la historia del cazador Orión y las Pléyades, o la historia del titán Prometeo, quien roba el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, acción por la que será condenado a un sufrimiento eterno, su cuerpo encadenado a una roca y picoteado por los cuervos). El discurso racional, en cambio, expone una teoría y la justifica con argumentos lógicos.
Ahora bien, en los presocráticos hay una mezcla de ambos discursos. No existe todavía la prosa ni el ensayo, se están creando. Parménides escribe versos que le narra una diosa. Heráclito y Anaximandro escriben aforismos, una mezcla de lenguaje racional y poético.
Heráclito será el primero en utilizar la palabra lógos para hablar de la "razón" que recorre la naturaleza. No es la razón humana, tuya, mía, sino "el orden que da sentido a la realidad".
Si consideramos la Ilíada de Homero, donde se narra la guerra de Troya y la cólera de Aquiles, veremos que no hay "buenos y malos", sino que cada personaje tiene su razón de ser. Aquiles, Héctor, Odiseo, Paris, Agamenón, Helena, etc., viven y luchan en una guerra trágica y sangrienta, pero todos se limitan a vengar la muerte de sus seres queridos o bien a conservar su honor (es decir, actúan por razones que no pueden esquivar). Por eso, podemos decir que en los mitos griegos, en las grandes obras de Homero y Hesíodo, hay una razón latente, un lógos que interrelaciona todos los acontecimientos y todas las decisiones[3]. Por eso, no debe extrañarnos que la primera pregunta filosófica (y el origen del pensamiento racional), haya surgido de la mitología griega, y sea esta: ¿por qué y cómo puede haber orden (sentido, razón) en el puro caos (sinsentido, tragedia)?[4]

1.3 LOS PRESOCRÁTICOS: EL PENSAMIENTO COSMOLÓGICO.
Los presocráticos fueron una serie de filósofos, anteriores a Sócrates[5], que vivieron entre los siglos VII y VI a. C en diversas ciudades griegas a lo largo y ancho del Mediterráneo. Se caracterizan por desarrollar teorías sobre el origen y el sentido del cosmos. Todos buscan el principio que rige la naturaleza (physis). A ese principio lo llaman arjé.
Resumiendo, la filosofía presocrática se plantea dos preguntas relacionadas:
1ª) ¿Cuál es el principio que rige o gobierna el cosmos?
2ª) ¿Por qué y cómo puede haber orden en el caos?
Los historiadores se han puesto de acuerdo en clasificar a los presocráticos en dos grandes grupos, según defiendan un sólo arjé o varios: monistas y pluralistas, respectivamente.
MONISTAS:
a) Los jonios o milesios: Tales de Mileto, su discípulo Anaximandro y el discípulo de este último, Anaxímenes. Viven en Jonia, Asia Menor (costa del Egeo de la actual Turquía).
A Tales de Mileto se le atribuyen dos ideas filosóficas: 1ª) El arjé es el agua. Se trata de pensar "el agua" no como elemento físico-material (H2O), sino atendiendo a sus cualidades naturales: la humedad, el fluir, filtrarse, solidificarse y evaporarse. Por eso, considera que el agua cohesiona el cosmos y funciona como principio rector. 2ª) Se le atribuye la siguiente frase: "Todo está lleno de dioses". A este pensamiento se le denomina "hilozoísmo" (del griego hyle= "materia", y zoé= "vida"). Significa que, en el cosmos, todas las cosas están interrelacionadas, es decir, que, para conocer la verdad de una cosa debemos explorar las relaciones que mantiene con el resto. De ahí que nada resulte trivial o irrelevante: todo encierra una razón de ser, y el sabio se encarga de descubrirla.
Anaximandro sostiene que el arjé es el áperion= "lo indefinido, aquello que no se puede definir". Afirma que todo nace del ápeiron y, al morir o perecer, vuelve a él. Describe el mundo (la realidad, el cosmos) como sucesión de injusticias, de lucha, guerra, de estados de desorden y desequilibrio donde unas cosas se imponen a otras. Pero sostiene que el paso del tiempo pone a cada cosa en un sitio, es decir, genera un orden y una justicia (equilibrio) en abstracto[6]. Se trata de un pensamiento muy parecido al de Heráclito.
Anaxímenes, por su parte, considera que el arjé del cosmos es el aire (y recalcamos que atiende a sus cualidades (condensar y rarificar), no lo piensa como compuesto físico-material de oxígeno, nitrógeno, hidrógeno y CO2.
b) Los pitagóricos: se trata de una secta religiosa y hermética cuyo fundador, según se cuenta, fue Pitágoras de Samos.
Los pitagóricos afirman que el arjé es el número. Pero no los números en general, ni un número cualquiera, sino uno en concreto que, para ellos, tiene carácter sagrado: la tetraktis. Se trata de la organización de cuatro números que, a su juicio, estructuran y ordenan toda la realidad: el uno (que representa la unidad, es decir, "el todo mayor que la suma de las partes", en el sentido de que si me amputan la mano, yo sigo siendo "yo"); el dos (que representa la dualidad, es decir, una realidad que tiene siempre dos caras o que se forma por oposición (afirmación-negación, día-noche, izquierda-derecha, par-impar, masculino-femenino....); el tres (que llaman el "cierre", en tanto que tres puntos forman el polígono más simple, el triángulo); y el cuatro (que llaman "sólido", y representa el despliegue de la estructura armónica de la tetraktis en un triángulo equilátero de lados formados por cuatro puntos cada uno, y que dispone, de arriba a abajo, los cuatro números, de forma que resulte divisible en múltiples triángulos equiláteros).
La importancia que los pitagóricos atribuyen a los números para la comprensión de la realidad influye notablemente en Platón. Al igual que su hipótesis de la inmortalidad y transmigración de las almas (metempsícosis).
Cabe destacar que fueron los primeros (que sepamos) en descubrir las relaciones entre música y matemáticas (armonía musical), con su estudio de los intervalos y su transcripción en fracciones (cuartos, octavas).
c) Heráclito de Éfeso
Apodado "el oscuro" por ser despiadado con el lector, Heráclito escribe aforismos, una mezcla de lenguaje racional y poético que genera frases de difícil interpretación y encierran significado filosófico.
Según Heráclito, el arjé del cosmos es el fuego (el continuo encenderse-apagarse, el consumir y brotar de la llama, que se mantiene viva al mismo tiempo que destruye). Considera que la realidad es puro movimiento, constante fluir (dinamismo de la realidad), y además guerra perpetua, lucha y combate (dialéctica, tensión entre contrarios).
Es el primer filósofo en introducir la palabra lógos para referirse a la razón (orden) que atraviesa la naturaleza (physis). ¿Cuál es, según Heráclito, ese orden? Pues lo que hemos leído en el párrafo anterior: la dialéctica y el dinamismo. Heráclito afirma que el lógos es el mismo para todos los mortales (habitamos la misma realidad), pero también dice que, pese a ello, vivimos como si cada uno de nosotros tuviésemos nuestro propio entendimiento. Es decir, Heráclito diferencia entre la razón natural que regula el cosmos, y la razón humana con la que generamos nuestras propias opiniones y pensamientos.
También es el primero en utilizar la palabra aletheia= verdad. Esta palabra está formada por el prefijo a (que indica negación) y por la raíz leth (tomada de un verbo que significa "ocultarse"). Por lo tanto, aletheia significa, literalmente, "desocultarse, salir a la luz". Según Heráclito, el sabio es aquel capaz de no conformarse con las apariencias de las cosas. Su amor al saber (su filosofía) lo lleva a descubrir las razones de todas las cosas, razones que pasan desapercibidas por el grueso de los mortales, que vivimos conformados en nuestra cotidianidad, sin preguntarnos por qué las cosas son así ni cuál es su sentido.
Antes de conocer a Sócrates, se cree que Platón fue discípulo de Crátilo (principal continuador de Heráclito). De él tomará esa idea de dinamismo, mutabilidad o cambio perpetuo para caracterizar el mundo sensible.
d) Parménides de Elea
Parménides escribió su Poema de la diosa sobre los caminos del saber. En él afirma que sólo hay un camino de la verdad: "que el ser es y el no-ser no es". Por lo tanto, lo único verdadero, lo único "que es", es "el ser". A partir de aquí, Parménides caracteriza "el ser" como arjé del cosmos. Afirma que el "el ser" es:
-inmutable (no puede cambiar, siempre es el mismo, porque si cambiase dejaría de ser lo que fue o lo que será... o sea, introduciría el no-ser, cosa que, según se dice al comienzo, no puede darse ya que el no-ser "no es").
-inmóvil (no puede moverse, "el ser" representa la quietud, ya que, si se moviese, cambiaría de posición, y hemos razonado que "el ser" es inmutable).
-eterno (no puede tener principio ni final, nacimiento ni muerte, porque nacería del no-ser y, tras perecer, volvería al no-ser).
-circular ("el ser" es "la redonda verdad"; fijémonos que eterno no es sinónimo de infinito. Lo infinito es aquello que se extiende sin límites, lo eterno, en cambio, es sinónimo de perfección: para representar la eternidad, los antiguos griegos, como Parménides, representaban el movimiento circular uniforme que veían en las estrellas: es una figura cerrada).
-perfecto (volvemos a la representación del círculo como figura de perfección: una línea cerrada cuyos puntos están todos a la misma distancia del centro). Parménides interpreta la imperfección como sinónimo de no-ser.
-indivisible ("el ser" no se puede dividir porque la división supondría la irrupción de un no-ser que divide; en otras palabras: entre una parte y otra y otra ¿qué habría? si decimos "algo", entonces es "ser" (luego, no habría división), y si decimos "nada", entonces es no-ser; el no-ser no es, por tanto, bajo cualquier condición, "el ser" resulta indivisible)
Platón beberá de la filosofía de Parménides para caracterizar "el ser" de las ideas.
e) Heráclito vs Parménides
Pese a las diferencias entre ambos, los dos introducen cuatro conceptos que marcarán la historia de la filosofía (y que influyen, de forma decisiva, en Platón):
Conceptos ontológicos: "esencia" y "apariencia". Los dos filósofos sostienen que la realidad se presenta de dos formas: como apariencia y como esencia. La apariencia es falsa, engañosa (como la punta del iceberg); la esencia, en cambio, es la auténtica realidad que permanece oculta, sumergida, y que sólo se descubre a través de la reflexión filosófica. Para Heráclito, la esencia es el puro dinamismo de la realidad, mientras que la apariencia consiste en creer que las cosas "permanecen". Para Parménides justamente al contrario: la esencia es "el ser" inmóvil, y la apariencia es la ilusión del cambio y del movimiento.
Conceptos epistemológicos: "verdad" y "opinión". Ambos pensadores dicen que el filósofo accede a la verdad, mientras el común de los mortales vive en la ignorancia, en la mera "opinión". La verdad es, para Heráclito y Parménides, el conocimiento de la esencia. La opinión es simplemente la creencia en las apariencias.
f) Eléatas vs heraclíteos
Parménides y Heráclito influyen y atraen a numerosos filósofos, que fundarán dos escuelas enfrentadas: los eléatas o parmenídeos, y los heraclíteos.
Los defensores de Parménides dedicarán todos sus esfuerzos en demostrar la negación del movimiento, mientras que, los defensores de Heráclito tratarán de demostrar la afirmación del puro movimiento. A este debate filosófico se le conoce como dialéctica ser-devenir. El "ser" representa la quietud, la inmutabilidad, mientras que el "devenir" representa el puro dinamismo, el fluir, el movimiento.
Para ilustrarlo con un ejemplo, pensemos en el desarrollo de una planta a lo largo del tiempo: semilla-brote-planta-flor-fruto-semilla... Pues bien, los eléatas dirían: el "ser" de la planta permanece inalterable sea cual sea su estado, porque en el "ser planta" están contenidos, indivisibles, todos sus momentos; los heraclíteos dirían: no hay "ser" de la planta porque la planta es puro dinamismo, cambio continuo de un estado a otro, o sea, "el ser planta" está abocado al movimiento y al cambio continuo, la quietud es una ilusión.
Los presocráticos "pluralistas" llegan para resolver este debate y demostrar en qué sentido hay movimiento y en cuál permanencia. Para lograrlo, se verán obligados a introducir principios múltiples.
LOS PLURALISTAS
a) Empédocles: afirma que el arjé son los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. Lo que permanece, aquello que nunca varía, es la existencia de cuatro elementos. Lo que cambia (y explica el movimiento y la mutabilidad de las cosas) es la diversa combinación de elementos (más o menos aire, más o menos agua, etc.). Subrayamos que los elementos no son compuestos físico-materiales, sino cualidades naturales: el aire (condensar-rarificar), el fuego (ascender), el agua (la humedad, el fluir, el penetrar), la tierra (caer, empujar hacia abajo).
b) Anaxágoras: defiende que el arjé son las homeomerías ("semillas"), las cuales resultan innumerables (que no infinitas) y cada una con propiedades únicas. El cosmos se ordena a partir de estas semillas, dispuestas y combinadas para formar los diversos entes. Pero, ¿quién o qué las dispone y las ordena? Según Anaxágoras, la physis revela un intelecto o inteligencia ordenadora (en griego: nous). Tal intelecto no es humano ni divino, es simplemente algo inherente a la naturaleza, responsable de que en el cosmos haya orden y sentido en vez de puro caos. Cabe resaltar que Platón tomará esta idea del nous para caracterizar al Demiurgo.
c) Atomistas (Leucipo y Demócrito): según los atomistas, el arjé del cosmos y de la physis son los átomos, elementos indivisibles y minúsculos que se combinan aleatoriamente porque se mueven en el vacío. Lo único que permanente son los átomos. El movimiento se debe, como hemos dicho, a la existencia del vacío, el cual permite que los átomos se desplacen y se agreguen o disgreguen. Para los atomistas, la naturaleza del mundo es, en último término, el azar (combinaciones aleatorias de átomos).
1.4 EL GIRO ANTROPOLÓGICO DE LA FILOSOFÍA GRIEGA. SÓCRATES Y LOS SOFISTAS.
Al empezar la Grecia clásica (siglo V a. C.) se produce el denominado "giro antropológico" de la cultura griega, no sólo de la filosofía. El ser humano (y su cultura) se sitúa en el centro de la reflexión filosófica, del arte, de la literatura, de la historia y de la medicina. Es parecido a lo que ocurrirá en el Renacimiento quince siglos después, pero, en este caso, no se produce una ruptura con la tradición, sino que se construye sobre ella. Por eso, no debe extrañarnos que el historiador Heródoto, fundador de la historiografía como disciplina de conocimiento, a la vez que intenta desentrañar la verdad de los acontecimientos narrados en la Ilíada, por ejemplo, defiende la verdad de los vaticinios de los oráculos (ver textos).
Para comprender el giro antropológico y la explosión cultural de la Grecia clásica es imprescindible detenernos, aunque sea por encima, en la Atenas de Pericles, ciudad que se convertirá en eje y transmisora de la ilustración griega.
1.4.1 LA ATENAS DE PERICLES: LA PRIMERA DEMOCRACIA.
Tras la victoria de los griegos ante los persas en las Guerras Médicas, Atenas sale reforzada y sobresale entre las demás ciudades-Estado gracias a su poderío naval. El gobernador Pericles instaura la primera democracia de la historia. Recordemos que la palabra democracia está formada por demos ("pueblo") y kratos ("poder").
La democracia ateniense vive su esplendor en los primeros cincuenta años del siglo V. Luego, en tiempos de Sócrates, comienzan a registrarse las primeras críticas de corrupción y demagogia. En la segunda mitad del siglo V suceden las Guerras del Peloponeso, que concluyen con la derrota de Atenas. A la oligarquía (gobierno de los ricos y poderosos) le sucede el Gobierno de los Treinta Tiranos. Una serie de revueltas derroca la tiranía y restaura la democracia, pero en una forma decadente que Platón criticará. Los años de Pericles nunca volverán a darse.
En términos ideales (y respecto a los cuales se aproximaba enormemente la Atenas de Pericles), la democracia funcionaba en base a tres principios político-morales: isonomía, isegoría y parrhesia. La isonomía era el sometimiento por igual de todos los ciudadanos ante la ley (no había intocables). La isegoría era el derecho de todo ciudadano a tomar la palabra en el ágora (Asamblea de ciudadanos), para expresar su opinión sobre el tema que se debatiese. Por último, la parrhesia era la obligación moral de todo ciudadano a expresarse con absoluta franqueza en los debates políticos.
La democracia ateniense era directa, no representativa o indirecta. Los ciudadanos estaban obligados a personarse en el ágora cada vez que se celebraba un debate político, y esto ocurría a diario. Los ciudadanos también estaban obligados a desempeñar labores judiciales (se realizaban sorteos para decidir al juez). Igualmente, los ciudadanos estaban obligados a realizar el servicio militar (solo los ciudadanos eran soldados). De todas las demás labores administrativas se encargaban los esclavos.
En la Atenas de la época clásica había unas doscientas mil personas. De ellas, solo veinte mil eran ciudadanos. De hecho, la palabra demos, que significa "pueblo", sólo se refiere a los ciudadanos. Los requisitos para ser reconocido ciudadano se reducían a ser hombre mayor de edad con raíces atenienses. Los niños, los extranjeros, las mujeres y los esclavos quedaban fuera de la política y carecían de derechos. Para la mentalidad griega de la época, el machismo, la xenofobia y el racismo estaban a la orden del día. Pensemos que los griegos llamaban bárbaros a cualquier persona que no supiese hablar griego (barbarós es una onomatopeya en griego antiguo que imita los balbuceos incomprensibles de lenguas extranjeras).
No obstante, si un hombre era ciudadano, no importaba su profesión, ni su inteligencia, ni su cuna (si era o no de familia aristocrática), ni su riqueza. A los ciudadanos pobres la polis les otorgaba una "paga"  para que no descuidasen sus obligaciones políticas. Este interés sin paragón por la participación de la ciudadanía en la política explica por qué los ciudadanos atenienses deseaban adquirir cultura y conocimientos: cuanto mayor fuese su conocimiento, mayor éxito cosecharían en los debates políticos y más convincentes o persuasivos resultarían a oídos del resto. En cierto sentido, la búsqueda de éxito persuasivo abocará a la democracia ateniense a la demagogia y, finalmente, a su autodestrucción (perfectamente ejemplificada en la condena de Sócrates).
1.4.2 SÓCRATES Y EL MÉTODO SOCRÁTICO
Sócrates, ciudadano ateniense nacido en el 470 a. C. y condenado a muerte en el 399 a. C., es considerado el primero de los tres grandes filósofos del paradigma antiguo (junto a su discípulo Platón y el discípulo de este, Aristóteles). Situado siempre frente a los sofistas es, sin embargo, con ellos, responsable de producir el viraje antropológico de la filosofía griega.
Uno de los aspectos más llamativos de Sócrates es que no escribió ninguna obra, siendo fiel a su filosofía, como veremos a continuación. Por eso, más que un "autor", Sócrates debe ser considerado un acontecimiento histórico, es decir, su filosofía está ligada indisolublemente a su figura de carne y hueso.
Lo que sabemos de él depende de los testimonios de diversas personas que le conocieron en vida, principalmente Platón, pero también el historiador Jenofonte y, con menor relevancia filosófica, el autor de comedias Aristófanes, que se burla de él en una obra titulada Las nubes.
A temprana edad Sócrates mostró interés por el conocimiento de los presocráticos. Visitó numerosas escuelas pero las diversas cosmologías no le resultaron convincentes. En un peregrinaje al templo de Delfos, la frase del oráculo le marcó para siempre: "Conócete a ti mismo". Sócrates dedujo que la verdad hay que encontrarla en uno mismo; la verdad es, ante todo, autoconocimiento. Como veremos, la filosofía de Sócrates se ejerce a través del llamado "método socrático", que desarrolla en dos fases este pensamiento.
1ª fase: la ironía ("Sólo sé que no sé nada")
Sócrates se hacía pasar por un ignorante total, excepto en una cosa, y es que reconocía su propia ignorancia. Cuando presenciaba conversaciones, discursos, debates, etc., enseguida mostraba interés y animaba a sus interlocutores a que le ilustrasen en el tema que estuviesen tratando: la justicia, la política, el arte, la virtud, el amor, etc. De entrada, Sócrates provocaba la sensación de ser absolutamente respetuoso con los pensamientos ajenos. En principio, era todo oídos. Esto envalentonaba al interlocutor, que se quedaba satisfecho y seguro de sí mismo. Pero, al momento, Sócrates comenzaba el asedio con preguntas: "¿Por qué?", "¿Qué es...?, "¿En qué consiste...?, casi como un niño pequeño  que desea saber más, buscando siempre que el interlocutor le ofreciese la definición exacta de aquello que estuviesen tratando (el amor, la belleza, la justicia...). Las preguntas iban dirigidas a que el interlocutor razonase los presupuestos de lo que había afirmado. La intención de Sócrates era llevarlo a un callejón sin salida, para que reconociese sus prejuicios y, por lo tanto, su total ignorancia respecto a todo aquello que, antes, había dado por sentado.[7]
Con la ironía socrática, podía ocurrir una de dos cosas: o bien el interlocutor mandaba a Sócrates a paseo (cosa bastante común, ya que no suele haber buenos perdedores), o bien reconocía la propia ignorancia y liberaba su mente de prejuicios. Sólo en este segundo caso, el interlocutor estaba preparado para la siguiente fase del método (y, en cierto sentido, se convertía en discípulo).
2ª fase: la mayéutica ("Dar a luz mi propio pensamiento").
La palabra mayéutica viene del antiguo griego y significa "ayudar en el parto": es la acción de las matronas y las parteras. Sócrates se hacía llamar "matrona de ideas", en el sentido de que ayudaba a sus alumnos a "parir" o "liberar" el conocimiento que llevaban dentro. ¿Cómo lo lograba? Con un juego o dialéctica "pregunta-respuesta" similar al de la ironía, pero cuyo objetivo no era dejar en evidencia al interlocutor, sino perseguir la exacta definición de aquello que se está discutiendo (belleza, virtud, amistad, técnica, arte, etc.). Durante la mayéutica, uno pregunta y el otro responde (a veces pregunta Sócrates, otras veces el interlocutor; los roles se intercambian). Lo importante es ir generando hipótesis (definiciones provisionales), para examinarlas, analizarlas y criticarlas con contraejemplos. La mayéutica es un verdadero ejercicio de pensamiento, casi podríamos decir que es la gimnasia del saber, porque mantiene nuestra mente limpia de prejuicios y nos obliga a argumentar y razonar sin dar nunca nada por supuesto.
Es importante percatarnos de que la mayéutica socrática nunca alcanza la exacta definición, esta parece escaparse continuamente. Todas las hipótesis se revelan, tarde o temprano, insuficientes, porque siempre aparece un contraejemplo o una contradicción de términos y es necesario empezar un camino alternativo. Este hecho desanimaba a los más impacientes. Pero Sócrates, lejos de concluir que la verdad no existe o es inalcanzable, decía: la verdad de la idea que estamos intentando definir es lo que nos permite seguir avanzando en la definición, o sea, lo que nos permite seguir ofreciendo argumentos y contraejemplos. Que no se alcance, no significa que no exista. Y el camino andado no es inútil, puesto que hemos eliminado hipótesis que, de otro modo, se habrían convertido en prejuicios. Si la verdad no existiese o fuese incognoscible, no podríamos ejercer la dialéctica del pensamiento, no habría preguntas ni respuestas.
Esto que acabamos de explicar, es lo que llevó a Platón a pensar que las ideas (la idea de bien, justicia, virtud, técnica... pero también "casa", caballo", "nube", etc.) están en un plano de realidad distinto de la realidad cotidiana: son trascendentales.
Sócrates se ganó tantos amigos como enemigos. Pero entre estos últimos, gente poderosa e influyente a la que Sócrates sacaba de quicio en el espacio público del ágora, porque los dejaba en ridículo al poner de manifiesto su ignorancia (o malicia) y su incapacidad de resultar convincentes en su presencia. Lo acusaron de profanar las creencias y tradiciones religiosas y de corromper la mente de los jóvenes atenienses. Se le dio la opción de exiliarse (condena al ostracismo) y perder sus derechos de ciudadano, o bien de afrontar la muerte bebiendo de la cicuta (veneno mortal). Sócrates eligió la muerte para dar ejemplo: haciendo ver que su juicio era a todas luces injusto, y que no estaba dispuesto a desdecirse. Exiliarse habría significado, para Sócrates, caer derrotado.
Cabe decir, por último, que a Sócrates se le atribuye la primera noción del llamado "intelectualismo moral". Este pensamiento argumenta que el comportamiento moralmente deplorable y la injusticia provienen de la ignorancia, mientras que, al contrario, el saber y la sabiduría nos encaminan al bien y a la justicia. Se considera que Platón y Aristóteles desarrollan, cada uno a su modo, la misma idea. También suele decirse que, frente al intelectualismo moral se sitúan los sofistas, pero esto es algo totalmente discutible[8].
1.4.3 LOS SOFISTAS
Los sofistas fueron pensadores griegos de distinta procedencia que viajaron a Atenas en calidad de extranjeros (metecos). Carecían, por ello, de derechos políticos y rango de ciudadanía. De modo que estaban obligados a cobrar por sus clases de filosofía, de retórica (teoría de la argumentación) y de oratoria (arte del discurso). Los historiadores están de acuerdo en considerar que sus filosofías (escepticismo y relativismo principalmente) fueron muy populares en Atenas debido a que proporcionaban una serie de recursos para lograr el éxito social de la ciudadanía, es decir: la persuasión de los oyentes en los debates políticos. Se atribuye a los sofistas el lema de la retórica: "Hacer más fuerte el argumento más débil".
Son, junto a Sócrates, los pensadores que introducen el giro antropológico de la filosofía. Destacaremos, por orden de relevancia, cinco:
Protágoras: es el fundador del relativismo, filosofía que sostiene que toda verdad depende del ser humano y su cultura. Suya es la famosa sentencia: "El hombre es la medida de todas las cosas". En función de nuestra educación y nuestro punto de vista atribuimos la validez de las cosas. La verdad y la validez en sí son inalcanzables, porque depende de nuestra perspectiva (lo que es válido para ti, no lo es para mí, y viceversa).
Gorgias: es el fundador del escepticismo, según el cual no podemos conocer la verdad ni hallar la validez de las normas políticas y morales. Su argumento es el siguiente: "Nada es; si fuese, sería incognoscible; si fuese cognoscible, sería incomunicable". Gorgias afirma que el lenguaje humano supone una barrera infranqueable entre nuestro pensamiento (significados) y las cosas en sí (referentes). Es decir, que cuando pensamos o decimos "algo", ese algo no es una realidad independiente (no teletransportamos cosas a nuestra mente cuando las pensamos ni las enviamos por el aire con nuestras palabras). El lenguaje y el pensamiento nos alienan respecto a la verdad o realidad en sí de las cosas.
Antifonte: afirma que la realidad humana es una contraposición entre physis ("naturaleza") y nómos ("convención"). Las leyes naturales son necesarias e inviolables (por ejemplo, el ciclo día-noche, el que todos los humanos seamos mortales, etc.); en cambio, las leyes humanas (las convenciones y normas culturales) son artificiales, no tienen validez más allá de la que nosotros le otorguemos.
Hipias: puede ser considerado un precursor del "cosmopolitismo" y defensor de la igualdad de todas las personas ante la ley (incluyendo a mujeres y esclavos). Afirma que los seres humanos, por naturaleza, somos diferentes, pero la cultura es siempre convencional, artificial, de manera que no existen razones para que las diferencias naturales se trasladen a las normas morales y políticas. El esclavo debería tener tantos derechos como el hombre libre.
Calicles: al igual que Hipias, sostiene que todos somos diferentes por naturaleza. Pero concluye algo diametralmente opuesto: la única ley natural y verdadera es que los fuertes someten a los débiles. Este pensamiento encierra una crítica incisiva y corrosiva a la democracia ateniense -que se creía moralmente superior a las demás formas de gobierno griegas-, a saber: en la democracia, dice Calicles, los débiles (que son mayoría) se han organizado para dominar a la minoría fuerte. Por tanto, ni siquiera la democracia se libra de seguir el precepto de la única ley natural y verdadera: el gobierno del más fuerte.
Es importante señalar que los sofistas desencadenan una atmósfera relativista y escéptica que amenaza la posibilidad del conocimiento humano, tanto teórico como práctico. Por eso, Sócrates, Platón y Aristóteles enfrentarán sus filosofías a los sofistas, hasta el punto de que no resultan comprensibles sin ese enfrentamiento.




[1] El personaje central de la Ilíada es Aquiles, en la Odisea, Ulises (u Odiseo); en la Teogonía de Hesíodo, los dioses.
[2] Según el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (s. XX), es un prejuicio tachar a la mitología griega de "politeísmo religioso". En Homero y en Hesíodo se describen los dioses, los titanes, los semidioses y los principales héroes mortales, pero todo ello a través de narraciones mucho más cercanas a la literatura que a la religión: no son "libros sagrados", no presentan dogmas de fe, sino historias dignas de contar, porque no dejan indiferente a quien las lee o a quien las oye recitadas por el poeta.
[3] Aquiles mata a Héctor, porque Héctor mató a su mejor amigo. Héctor mató al mejor amigo de Aquiles para defender a su hermano Paris. Paris es odiado por los aqueos porque secuestró a Helena, hija de Agamenón. Agamenón, rey de los aqueos, quiere defender su honor. Helena y Paris están enamorados. Paris mata a Aquiles para salvar su propia vida, etc., etc. En las epopeyas mitológicas todos los comportamientos, tanto de los dioses como de los mortales, están interrelacionados y tienen su "razón de ser".
[4] La mitología griega define la vida como pura tragedia, guerra, lucha, insatisfacción y pérdida. Pero, al mismo tiempo, describe la gloria, el honor y la grandeza de los mortales que forjan un sentido, un carácter de ser, en esa lucha y cuenta atrás para dejar huella. La filosofía, por el contrario, tratará de hallar sentido a través del pensamiento, sin plasmarlo en personajes literarios ni epopeyas.
[5] Los presocráticos pluralistas, así como las diversas escuelas presocráticas, se extienden más allá de la Grecia arcaica. En tiempos de Sócrates, en pleno siglo V, estaba "de moda" el atomismo de Leucipo y Demócrito, y continuaban los debates entre los seguidores de Heráclito y los de Parménides.
[6] Ojo, el orden (justicia, equilibrio) del que habla Anaximandro nunca se da como tal en un momento concreto, es decir, no se puede alcanzar en sí mismo: sólo se realiza a través del tiempo en la sucesión de estados de desequilibrio (injusticias). Por eso lo llama ápeiron y es abstracto. Pensemos, por ejemplo, en lo que hemos dicho sobre la Ilíada: cada personaje vive una tragedia (una injusticia), pero al leer la obra en conjunto descubrimos las razones que empujan a cada uno, de forma que comprendemos el sentido de la tragedia (y, por tanto, descubrimos el orden o la justicia en el aparente caos).
[7] Por ejemplo, era común en la época de Socrátes que los ciudadanos definiesen el concepto "justicia" comparando las realidades políticas de diversas polis. Cada ciudad (al ser autónoma y autárquica) tenía su propio sistema de gobierno. En Atenas había democracia, pero en Corinto, Esparta, Tebas, Argos... había otras formas políticas: oligarquías, monarquías, aristocracias, tiranías, etc. Muchos griegos llegaban a la conclusión de que, fuese cual fuese el sistema de gobierno, siempre ocurría lo mismo: gobernaban los más fuertes, sometiendo a los débiles. Por tanto, concluían, la justicia es la ley natural del gobierno del más fuerte. Así pues, Sócrates, al toparse con un ciudadano afín a esta idea, le pedía, de entrada, que la expusiese para ilustrarle, puesto que él se tenía por ignorante en la materia. El interlocutor comenzaba a enumerar casos concretos: en Tebas hay esto, en Argos esto otro, en Esparta aquello, etc., etc. Sócrates razonaba, de la mano del interlocutor, que la idea de justicia, lo que hay en común (o abstracto) entre todos los ejemplos mencionados es, efectivamente, "la ley del más fuerte". Al asentir su pensamiento, el interlocutor quedaba satisfecho. Pero entonces Sócrates le decía: " ya que has mostrado a un ignorante como yo el sentido de la justicia, ilústrame, por favor, tú que sabes, en este otro tema: ¿qué es la injusticia?". El interlocutor, sorprendido o no, trataba de definirla aludiendo, de nuevo, a casos concretos, pero esta vez eligiendo sólo ejemplos de gobiernos corruptos y tiránicos. ¿Qué es la injusticia? La tiranía. ¿Y qué es la tiranía? El gobierno del tirano. ¿Y qué es el tirano? El que somete a la polis para su propio beneficio. ¿Y cómo puede someterla? Porque tiene la fuerza. "Entonces -decía Sócrates- ¿estás diciendo que la injusticia es la ley del más fuerte?". "En efecto", respondía el interlocutor. "¿Y no es lo mismo que has dicho de la justicia?". He aquí el callejón sin salida.
[8] El sofista Protágoras, por ejemplo, desarrolla una teoría de la educación encaminada a formar ciudadanos justos y virtuosos. Los sofistas son pensadores diversos y complejos a quienes la tradición les ha colgado el San Benito de "anti-filósofos". En muchos casos se debe al desconocimiento de su filosofía; en otros, se debe a que los principales sofistas, como veremos a continuación, son enemigos acérrimos del dogma e imposibles de edulcorar por la tradición religiosa del paradigma medieval, la cual se extiende más allá de la Edad Media.

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