NIETZSCHE
(1844-1900)
Obras:
Nietzsche
posee una extensa producción escrita. Entre sus numerosas obras destacamos:
-El nacimiento de la tragedia en el espíritu
de la música (1872)
-Sobre el porvenir de nuestras escuelas (1872)
-Sobre la verdad y la mentira en sentido
extramoral (1873)
-Consideraciones intempestivas,
compilación de cuatro obras que llevan los siguientes títulos:
Primera consideración intempestiva: David
Strauss, el confesor y el escritor (1873)
Segunda consideración intempestiva: Sobre la
utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (1874)
Tercera consideración intempestiva:
Schopenhauer como educador (1874)
Cuarta consideración intempestiva: Richard
Wagner en Bayreuth (1876)
-Humano, demasiado humano. Un libro para
espíritus libres (1878)
-Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios
morales (1881)
-La gaya ciencia (1882)
-Así habló Zaratustra. Un libro para todos y
para ninguno (1883, I y II; 1884, III; 1885, IV)
-Más allá del bien y del mal. Preludio a una
filosofía del futuro (1886)
-La genealogía de la moral. Un escrito
polémico (1887)
-El Anticristo. Maldición sobre el
cristianismo (1888)
-El caso Wagner. Un problema para los amantes
de la música (1888)
-El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a
martillazos (1889)
-Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es (1889)
Nietzsche se
sume en la locura a comienzos de la década de los noventa, hasta su muerte, en
1900. No llegó a terminar su obra más deseada, La voluntad de poder. Intento
de transvaloración de todos los valores, de la cual sólo se conservan
manuscritos.
ASPECTOS
PRELIMINARES
Nietzsche es
considerado un maestro de la lengua
germánica. Su pensamiento, profundamente filosófico, tiene valor incalculable
desde el punto de vista literario. Salvando a Platón, no encontraremos quizá
en toda la historia de la filosofía otro autor con semejante carga artística. En Nietzsche se da una perfecta comunión
entre la razón abstracta o teórica y la razón poética[1]. No impone su estilo por
capricho, sino por la urgencia que marca su pensamiento de fondo, el cual se
constituye como distanciamiento frente a toda la tradición heredada. La
embriaguez poética, el sentimiento, la fuerza metafórica de la literatura, son
armas que utiliza con una sola intención: denunciar la decadencia del
pensamiento occidental, demostrar que la tradición racional de Occidente, en
lugar de resolver cuestiones, genera una contradicción constante entre la
verdad supuesta (el ser) y la vida (el devenir).
En historia
de la filosofía, Nietzsche marca el fin
de la modernidad y abre una nueva conciencia (postmoderna). No hace borrón
y cuenta nueva como acaso Descartes cuando reinició la pregunta filosófica
radical y puso en duda todo el pensamiento heredado. Por el contrario,
Nietzsche retoma cuestiones centrales que recorren la filosofía desde sus
orígenes griegos: la cuestión ontológica "ser-devenir", las cuestiones
epistemológicas en torno a los conceptos "verdadero-falso" y
"sujeto-objeto", la cuestión ética sobre la naturaleza del bien y del
mal... Habrá que ver cómo las lleva al límite antes de arrojarlas al abismo,
cómo las destruye, generando nuevas
categorías y perspectivas que marcarán, en las décadas siguientes a su muerte,
y tras el horror del nazismo, una nueva forma de hacer filosofía
(postmodernidad).
Hay que tener
en cuenta que, pese a la profundidad de
sus reflexiones, Nietzsche estudió filología clásica. Así como fue gran
conocedor de literatura clásica, no lo fue tanto de obras filosóficas. Sus
juicios lapidarios contra grandes pensadores (Parménides, Sócrates, Platón,
Kant...), la mayoría de las veces injustos y desproporcionados, revelan una
lectura apoyada en la tradición escolar, es decir, una lectura filtrada por
bloques conceptuales heredados y simplificadores. Por ejemplo, Nietzsche asume
a Kant a partir de la interpretación simplista que de él realizó Schopenhauer.
Juzga a la filosofía griega a raíz de su recepción medieval. No queremos decir
que Nietzsche desconociese las fuentes originales. Lo que decimos es que lee a
los clásicos, pero a través de los anteojos de la tradición.
Si existiese
una lista de filósofos malditos,
Nietzsche figuraría en los primeros puestos. Fue incomprendido en vida, tachado
de radical, subjetivo, encerrado en sus propias fantasmagorías. A pesar de
sobresalir con sus primeras obras en el ámbito filológico, y tras haber gozado
de relativo éxito intelectual sobre todo a raíz de la amistad con Wagner, a medida que Nietzsche profundizaba en su
propio pensamiento se fue alejando más y más de sus coetáneos.
Schopenhauer, que había sido su principal influencia, se convirtió para
Nietzsche en una cáscara vacía; Wagner, una caricatura de la décadence. Naturalmente, la enemistad
fue recíproca. Aunque las obras de Nietzsche gozaban de relativo éxito (el
suficiente para vivir de la escritura), pocas personas figuraban en su círculo
de amistades, y menos aún simpatizaban con sus pensamientos (cabe destacar,
entre estos últimos, a su fiel editor). Finalmente, la caída de Nietzsche en la
locura sirvió para que muchos detractores celebrasen su destino "merecido".
Sin embargo, la guinda del repudio nietzscheano fue obra de su entorno
familiar. Tras su muerte, la hermana, Elisabeth
Förster-Niezsche, ferviente seguidora del nazismo, encontró en las páginas
del filósofo mil y una soluciones a la cuestión
judía, con tal de manipular aquí y allá, omitir ciertos párrafos, corregir
otros y darle ese aire de superioridad aria para situarlo en la vanguardia del
pensamiento nazi.
Lo que no
quita que Nietzsche sea peligroso,
pura dinamita (como él mismo se considera).
Enseñar a filosofar con el martillo
no es un eslogan para atraer espíritus rebeldes e ingenuos, es una forma de
hacer filosofía que intenta desnudar la base del pensamiento establecido para
exponer sus miserias, sus carencias y contradicciones, su total inconveniencia.
Por ejemplo, la crítica nietzscheana a la virtud de la compasión, como emblema
del cristianismo, es durísima. La compasión, dice Nietzsche, es un sentimiento
de débiles ante los débiles, una disminución del valor, del vigor, un rebajarse
a la altura del betún. Al expresarlo con tanta energía, sus palabras no
desentonan en absoluto con las arengas de Queipo de Llano, de Hitler o de
cualquier otro discurso que legitime el genocidio; pero esto sería sacarlas de
contexto: la crítica a la moral de débiles por oposición a la moral de héroes. Si
nos quedamos en la superficie, corremos el riesgo de confundirnos. Si
profundizamos demasiado, tal vez no toquemos fondo y no sepamos remontar la
subida.
CUATRO
NÚCLEOS DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANA
Su
pensamiento aborda todo tipo de cuestiones filosóficas: ética, política,
antropología, epistemología y ontología. Pero siempre orbitando alrededor de
cuatro núcleos que fueron madurando desde sus obras más tempranas hasta su
máxima profundidad en su última década de producción filosófica:
1- La denuncia del nihilismo en la tradición
judeo-cristiana y en todo el pensamiento occidental desde sus orígenes griegos.
2- El superhombre o afirmación de la vida.
3- La voluntad de poder.
4- El eterno retorno de lo idéntico.
En Así habló Zaratustra, considerada la
obra más original de toda la producción nietzscheana, aparecen los cuatro
núcleos señalados. Pero resulta curioso el modo en que lo hacen, y nos da una
pista acerca del grado de dificultad y a la vez aceptación que el autor
esperaba acerca de su propia filosofía. Zaratustra desciende de su retiro de
ermitaño para anunciar a los cuatro vientos la muerte de Dios en manos del
hombre (nihilismo). A los espíritus que le hacen caso y confían en sus
palabras, Zaratustra les muestra la verdad del superhombre (afirmación de la
vida). Sin embargo, sólo los más próximos oirán algo sobre la voluntad de
poder. Por último, el pensamiento del eterno retorno aparece únicamente en
introspecciones del propio Zaratustra, que se debate acerca del sentido de tal
noción en un mar de dudas y confusiones.
I. EL
NIHILISMO.
LO APOLÍNEO Y
LO DIONISÍACO.
En El nacimiento de la tragedia Nietzsche
describe los orígenes de la cultura griega como un equilibrio entre dos fuerzas
o movimientos antagónicos, asociados a los dioses Apolo y Dionisio. El primero
representa la naturaleza del orden, el "ser", la permanencia y
estabilidad, lo ideal y comedido, lo solemne; el segundo simboliza caos,
desenfreno, puro movimiento sensible, devenir constante y embriagador. Al ser fuerzas antagónicas e interdependientes,
cada una de ellas se comprendía a través de (o como ruptura a partir de) la
otra: lo apolíneo brotaba como orden que pone a cada cosa en su sitio a raíz de
una situación caótica, y lo dionisíaco recuperaba el devenir sensible rompiendo
el estancamiento o quietud del orden establecido. Siendo así, no había
propiamente guías ni cánones culturales, sino que se creaban continuamente
reglas, normas y valores de forma única e irrepetible. No había decadencia
cultural porque, según Nietzsche, todavía no existían ídolos, es decir,
horizontes en sí mismos inalcanzables respecto a los cuales medir distancias
universalmente. La virtud (el valor) se realizaba sin moralina, o sea, sin
pretensión ejemplarizante, sin intención de servir como modelo normativo de
acción. Y esta ausencia de cánones, ídolos y modelos permitió el florecimiento
cultural y la máxima creatividad en la cultura griega, traslucidos en la
tragedia mejor que en ningún otro lugar.
La décadence
comienza con la tendencia de imponer un carácter pretenciosamente civilizatorio
a la cultura. Se crean normas, valores, modelos, cánones culturales que
sirven como barra de medir las cosas. El caos se exilia, deja de estar en la
raíz de la comprensión de lo apolíneo. De este modo, lo dionisíaco se amordaza, y todo lo sensible y embriagador que brotaba
de él por oposición a lo apolíneo se censura como barbarie, incultura,
irracionalidad.
Para
Nietzsche, la razón (lógos) iniciada
y defendida por la filosofía griega tendrá un papel protagonista en la
imposición unilateral de lo apolíneo, en el retiro, olvido o rechazo de lo
dionisíaco, en suma, en el fin del juego enriquecedor entre ambas fuerzas. De
ahí que el filósofo se presente a lo
largo del pensamiento nietzscheano como criminal de los criminales, auténtico falsificador
donde los haya.
Heráclito,
dice Nietzsche, tendrá eternamente razón al afirmar que la realidad es puro
devenir, que "el ser" inmóvil es mera ilusión, pero se equivocó al
rechazar la validez epistemológica de los sentidos. El gran error de la
filosofía, la gran falsedad, llega, a juicio de Nietzsche, con Parménides,
cuando afirma que "el ser es y el no ser no es". De aquí brotará la
separación entre dos mundos: el verdadero (el ser inmóvil, permanente, estable,
inteligible) y el aparente (el devenir, lo sensible y mutable). El principio
filosófico de Parménides expresa el principio lógico de no-contradicción:
"es imposible que la misma cosa sea y a la vez no sea". Sobre él orbitará
todo el pensamiento venidero. Pero, según Nietzsche, esa lógica aparentemente
perfecta expresa una contradicción no reconocida: la separación entre el mundo
de la vida (atravesado por el no-ser: la muerte, el cambio, la transformación,
el azar y la contingencia) y el mundo del pensamiento (fundado en la pura
estabilidad: lo permanente, necesario y universal). A raíz de Parménides, la
filosofía de Platón (y Sócrates) construirá una forma inalterable de concebir
la realidad: el dualismo sensible-inteligible. En la Edad Media, el
cristianismo adapta la separación ser-devenir al dogma religioso. Nietzsche
denomina a la tradición judeo-cristiana "platonismo para el pueblo".
En suma: el pensamiento occidental tomará la verdad, la justicia, lo bueno, la
belleza, en fin... todos los criterios de validez, como objetos de veneración en
un trasmundo inexistente, por oposición a la vida. Lo primero y más cercano
para nosotros (la vida) queda relegado a la última posición, desestimado,
tildado como "aparente", mientras que lo más alejado de nosotros (el
trasmundo abstracto de las ideas universales) se convertirá en ídolo, se llamará verdadero y servirá
como criterio normativo para la corrección y el juicio sobre todas las cosas.
EL NIHILISMO
COMO NEGACIÓN DE LA VIDA.
Nietzsche percibe
que el pensamiento occidental, determinado en gran medida por la tradición
judeo-cristiana, tiende a separar los ámbitos sensible e inteligible, de forma
que la realidad misma (lo sensible, la propia vida) queda siempre subsumida en
un trasmundo inexistente[2]. Paradójicamente, la
búsqueda de certeza ha obligado al ser humano a censurar gran parte de la
realidad sensible, al perseguir una verdad pura que no siempre encaja en el
devenir constante del mundo vivido. La consecuencia principal de esta separación
(es decir, el nihilismo) indica una pérdida de conciencia del entorno real y
concreto, a la vez que la fe ciega en la validez del trasmundo.
Para
Nietzsche, la incoherencia entre el mundo "inteligible" y la propia
vida revela síntomas de enfermedad cultural, de décadence. Los trasmundos conforman una barrera entre nuestra
conciencia y las vivencias, no sólo en el ámbito del conocimiento, también en
la vida cotidiana. Nuestras experiencias son reasumidas por el “bagaje”
cultural, absorbidas hasta perecer en la conciencia interna, en los conceptos,
en las etiquetas. El trato humano se oprime, se inhibe, para que toda
conversación y todo “contacto” se puedan remitir siempre a una reconstrucción
objetiva. Recordamos aquello que hemos vivido simplemente “pensando en ello”,
cuando el recuerdo verdadero es aquel que presenciamos (y revivimos) en la
acción presente –para Nietzsche la memoria no es un almacén interno de
recuerdos, sino el despliegue externo de lo que ya hemos vivido-. Las
conciencias permanecen “enclaustradas”, enmudecidas bajo el lenguaje común, los
tópicos, las representaciones, lo políticamente correcto. La vida auténtica se
oculta con eufemismos –y esto no quiere decir que la esencia de la vida sea según
Nietzsche algo grotesco, sino que nos educamos en una cultura que prohíbe
embriagarnos de nuestras vivencias, una cultura para la cual la embriaguez es
tan sólo un estado alcohólico, un peligroso “estar fuera de nosotros mismos”.
En suma,
Nietzsche considera que la cultura occidental está enferma, es una
"pseudo-cultura" atravesada por el nihilismo, por la creencia en
trasmundos vacíos que niegan la vida. En su aspecto religioso, la división
entre mundo terrenal y mundo verdadero (divino) es tajante, el rechazo de lo
corporal, mundano, sensual y sensible se hace dogma, la vida se juzga pecado y
precisa de la penitencia o del martirio para la conquista de "otra"
vida en el más allá. Pero, en su aspecto científico y racional, Occidente ha
seguido creando trasmundos nihilistas: el lenguaje representativo, la
conciencia objetiva, la certeza y la racionalidad... son formas de reconstruir
la realidad sensible de modo que resulte previsible, calculable, reductible,
susceptible de juicios de valor, de marcas y etiquetas. Occidente ha construido morales, instituciones, conceptos y
procedimientos que determinan la vida, la anulan mediante una señalización de
caminos correctos e incorrectos, válidos y no válidos, legítimos e ilegítimos,
morales e inmorales, a modo de guía. Todo esto nos indica, según Nietzsche, que
la búsqueda de certeza no es más que una búsqueda de seguridad ante el miedo a
la vida.
Así pues,
cuando el Zaratustra nietzscheano llega para anunciar "la muerte de Dios
en manos del hombre", no sólo se refiere al nihilismo religioso de la
tradición judeo-cristiana -es decir, no se trata únicamente de reconocer que
los pilares medievales han caído por el avance de la ciencia y del Estado. Para
Nietzsche, las "sombras" de Dios son múltiples y se reproducen por
doquier: Humanidad, Ciencia, Moral, Razón, Lenguaje, Conciencia, Estado,
Progreso... Todas reinventan el nihilismo porque son nociones en sí mismas
vacías construidas sobre la separación entre el ser (orden impuesto y permanente)
y el devenir (la vida). De ahí que Nietzsche nos hable
de una sola tradición, el "monótono-teísmo"[3].
EL NIHILISMO
COMO VACUIDAD DE LOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES
A través de
su obra, el lector asiste a la destrucción
de conceptos fundamentales para el pensamiento occidental. Su análisis es tan
incisivo y radical que puede incluso despertar voz de alarma, como cuando
afirma que "hay que ser superior a la humanidad por fuerza, por altura de
alma, por desprecio". Para Nietzsche, la humanidad no existe, lo que
existen son hombres de carne y hueso, con su vida e historia irrepetibles. El
concepto "humanidad", en tanto que sombra de Dios (o concepto
nihilista), resulta de una homogenización de todos los seres humanos como individuos. El individuo, como tal, no
presenta ningún rasgo característico, más que su mera pertenencia a la
humanidad. Es un simple ejemplar, que se nivela junto a otros idénticos y cae
bajo el dominio del gran concepto "humanidad", el cual se presenta en
el pensamiento establecido como sujeto de logros, progresos, conquistas...
Pero, para Nietzsche, es una burda estafa, un espejismo inexistente.
En El ocaso de los ídolos, Nietzsche nos
dice que uno de los rasgos más peculiares y repudiables de la idiosincrasia del
filósofo es su manía de establecer conceptos-momia, de ahí que acuse a la
filosofía tradicional de egipticismo. Los "conceptos-momia" son nociones
que surgen a través de una mortificación
de todos los elementos vitales que pudieron haberles dado origen. Por ejemplo,
la idea de perfección, en lugar de
comprenderse a raíz de la vida en referencia a lo sensible, lo diferente y lo
concreto, se sitúa en cambio junto a una serie de conceptos
"supremos" (como lo verdadero, lo bueno, lo incondicionado, lo
existente) sub specie aeterni ("desde
la perspectiva de lo eterno") en un plano metafísico universal y permanente
o realidad en sí, superior desde el
punto de vista ontológico y epistemológico, el "ser" por oposición al
devenir. Según Nietzsche, la propia filosofía construye un ens realissimum ("ente realísimo") llamado
"Dios" que reúne en una sola palabra todos los conceptos supremos.
Frente a Dios, está el mundo de la vida, el devenir, el cual, despojado de todo
"ser", de toda validez ontológica y epistemológica, se juzga
engañoso, falaz, contingente, innecesario... La peor enfermedad de la
filosofía, afirma Nietzsche, ha consistido en otorgar a Dios el rango
ontológico de causa sui, o sea, causa
de sí mismo, "causa incausada" o "motor inmóvil",
fundamento de la realidad que no precisa de ningún otro fundamento. Es la
expresión máxima de la validez otorgada a un trasmundo imaginario.
II. EL
SUPERHOMBRE O LA AFIRMACIÓN DE LA VIDA.
TRANSVALORACIÓN
DE TODOS LOS VALORES
Tras el
diagnóstico del nihilismo, queda clara cuál ha de ser la función de la
filosofía: curar a Occidente de la décadence,
acabar con su enfermedad. Pero esto implica romper con todo lo que se da por
establecido. Según Nietzsche, se precisan "oídos nuevos para música
nueva".
Esa
"música nueva", o nueva filosofía, deberá:
-Afirmar la
vida y negar todo trasmundo imaginario.
-Destruir la
separación ser-devenir de tal forma que afirmemos "el ser del
devenir" o bien "el devenir del ser".
-Concebir el
tradicionalmente repudiado "mundo aparente" como único mundo
verdadero, y el venerado "mundo verdadero" como absolutamente falso.
-Aceptar la
realidad suprema de lo sensible, sensual, terrenal, mundano, diferente,
concreto, mutable, contingente y azaroso.
-Destruir el
dualismo sujeto-objeto, que es heredero de la separación ser-devenir (porque la
tradición ha considerado que el sujeto es el pensamiento anclado en los
trasmundos, y el objeto es aquello que cae bajo el dominio de criterios
normativos).
-Destruir los
criterios normativos en todos los ámbitos de la cultura (moral, conocimiento,
arte, política...) con el objetivo de liberar una posición de absoluta libertad
creativa más allá del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, de lo
válido y lo no válido. En otras palabras: decir sí a los caminos errantes y equivocados.
-Comprender
la libertad creativa como capacidad de crear eternamente valores únicos y
renovados. En otras palabras: quemar las momias de la tradición y forjar en su
lugar valores "vivos". Para lo cual, en efecto, se precisa comprender
que la conciencia es corpórea, es decir, que "somos nuestro entorno".
-Percibir el
instante, este instante, como única
realidad. O sea, no someter la realidad al tribunal del tiempo abstracto.
-Desterrar a
los sacerdotes, o sea, a los
veneradores de trasmundos imaginarios y de criterios normativos.
-Redimir el
azar, esto es, liberarlo del dominio que le impone el trasmundo (evitar el
cálculo, la previsión, las guías). Para ello, es imprescindible aceptar el azar
como fatalidad, o sea, como destino (y
tragedia). En otras palabras: no temer a la vida.
-Considerar
que no hay otra vida además de ésta. Para ello, además de redimir el azar, será
preciso aceptar sin culpa ni remordimientos nuestra propia historia.
-Realizar la
virtud sin moralina, sin pretensión ejemplarizante y, por supuesto, sin
guiarnos por modelos de conducta.
Todo lo
anterior se puede resumir en una sola frase: decir sí a la vida. El superhombre
nietzscheano es aquel que pone fin a la décadence
mediante la pura fuerza creativa y libre. Nietzsche denomina la acción del
superhombre como transvaloración de todos
los valores.
EL CAMELLO,
EL LEÓN Y EL NIÑO
Así habló Zaratustra contiene un
capítulo titulado "De las tres transformaciones" donde se nos informa
acerca de qué es el superhombre. Nietzsche se sirve de una metáfora para
representar tres tipos de conciencia humana. En su primera transformación, la conciencia
se convierte en "camello". Se trata de una conciencia educada y anclada
en la tradición nihilista. Se comporta como un animal de carga, doméstico, transporta
"convenciones", trasmundos imaginarios que le acompañan en su viaje
vital a modo de guía. Los trasmundos son descritos como una "pesada
carga" porque limitan la fuerza del ser humano, le someten a un camino
correcto y, al igual que el auriga en el platónico mito del carro alado, le
zarandean continuamente para que no se pierda ni decaiga. Los trasmundos
"mortifican" todo a su paso, hacen que su entorno sea desértico. Lo
cual resulta agotador. De pronto, la conciencia sufre una segunda transformación
y se convierte en león, en fiera que dirige toda su fuerza contra la pesada
carga que transporta: quiere destruirla, librarse de ella porque limita su sed
de vivir. Desea explorar caminos prohibidos, sentirse libre, para lo cual
deberá deshacerse de todas aquellas normas y convenciones impuestas
culturalmente. Pero el león es puramente destructivo, no creativo: se libera de
la carga, destruye las normas, pero no sabe cómo realizarse en la pura libertad.
Para ello es preciso, dice Zaratustra, una tercera transformación: cuando el
león se transforma en niño. El niño percibe sin prejuicios su entorno, y no
sólo lo percibe, sabe que él es su
entorno y lo demuestra con su actitud incesantemente lúdica y creativa:
allí donde va y en función de lo que le rodea, plantea reglas nuevas para
juegos nuevos. Esa capacidad de inventar juegos característica de los niños es
una forma metafórica de expresar la actitud del superhombre: decir sí a lo que nos depara el azar, afirmar
nuestro entorno, las diferencias percibidas, lo concreto e irrepetible. Por
ejemplo, pensemos en la diferencia entre niños y adultos a la hora de caminar
por la vía pública. Mientras los adultos siguen "la línea recta"
caminando por la acera sin desviarse, los niños zigzaguean, saltan, hacen
piruetas, cuentan las baldosas y pisan sólo las impares, caminan hacia atrás o
con los ojos cerrados, luego corren a toda velocidad, se persiguen, ríen,
cantan... un sinfín de acciones que resultarían absurdas para una mente adulta
basada en la racionalidad y en la moderación. El niño simboliza al superhombre
porque se comporta acorde a la voluntad de poder.
MORAL DE
ESCLAVOS FRENTE A MORAL DE HÉROES.
El
comportamiento humano sometido al dominio de la tradición nihilista se
convierte, a juicio de Nietzsche, en una moral de débiles (o de esclavos). La
fuerza (el poder) queda limitada, secuestrada por normas e imposiciones,
regulada y dosificada, cuando no directamente anulada. Los "grandes
imperativos" de las morales religiosas y de las filosofías tradicionales
organizan todas las disposiciones y facultades del ser humano, les dicen qué
hacer y cómo hacerlo, subordinan unas a otras (como ocurre en la ética
platónica con las virtudes), y todo ello en una suerte de preparatoria ante la
vida. El resultado es la disminución de poder, la ceguera ante el devenir y la
diferencia. Debido a la incoherencia entre el ser y el deber ser (es decir, la
contradicción entre la vida y el imperativo moral), surge el remordimiento, el
sentimiento de culpa, la frustración, el pecado, el arrepentimiento. Para
Nietzsche, el filósofo y genio moderno Pascal es uno de los ejemplos más
tristes de la historia acerca de cómo un espíritu fuerte puede quedar
marchitado por la autoimposición de la moral de débiles. Su clarividencia ante
el universo y la vida chocaba frontalmente con los trasmundos de la religión
cristiana. Le tocó vivir en una época marcada todavía por la fe ciega en el
dogma religioso. Así que no pudo más que rebajarse a sí mismo, considerarse
enfermo, loco, imperfecto, débil, con tal de no contradecir la verdad
establecida.
El ejemplo de
Pascal nos sirve para ilustrar qué entiende exactamente Nietzsche por
"fuerza" y "poder". Porque no se trata de fuerza bruta,
animal, "bárbara". Los espíritus fuertes, como el de Pascal, gozan de
extrema lucidez para percibir "el ser" (no como trasmundo, sino
indisociable al "devenir"). Esa lucidez se encuentra ligada íntima y
profundamente a la pura sensibilidad, facultad de la que ya sabemos fue
inexorablemente condenada y rechazada por la tradición pero que resulta
indispensable para tener los ojos abiertos al mundo de la vida. Por lo tanto,
uno de los rasgos característicos de la moral de débiles es la inhibición de la
sensibilidad. Así pues, la moral kantiana, basada en imperativos categóricos
(decisiones formalmente universales y racionales carentes de deseo), es la expresión máxima de la
moral de esclavos. Por eso Nietzsche juzga a Kant como un "cristiano
alevoso".
Frente a la
moral de esclavos se impone la moral de héroes; en otras palabras: frente a la
debilidad, la fuerza; frente al mero hombre,
el superhombre. En la moral de héroes, todo lo bueno es aquello que aumenta el
poder y genera satisfacción por superar toda resistencia, por conquistar la
realidad. En cambio, todo lo malo es aquello que denota disminución de fuerza,
es decir, debilidad. Los propios conceptos "bueno" y
"malo", "el bien" y "el mal", están tan
contaminados por la tradición nihilista que Nietzsche busca un lugar para el
superhombre lejos de tales limitaciones, un lugar que necesariamente le sitúe más allá del bien y del mal.
DEFINICIÓN
DEL SER HUMANO: LA CUERDA ENTRE EL ANIMAL Y EL SUPERHOMBRE
En otro
lugar, Nietzsche afirma que "el hombre es la cuerda entre el animal y el
superhombre", dando a entender que el humano vive en tensión entre dos
fuerzas, la puramente animal e instintiva, y la posición de dominio libre y
creativo del superhombre. Por un lado, el ser humano tiene un aspecto biológico,
natural e irracional (instintivo) en la medida en que proviene de la vida y no
de Dios. En este sentido vemos una clara influencia del darwinismo en el
pensamiento del autor. Pero, por otro lado, el ser humano aspira a dominar la
naturaleza. El superhombre vendría dado por el absoluto dominio de la realidad,
pero no en sentido racionalista (como imposición de la razón y del cálculo),
sino en sentido artístico y creativo. En cambio, la animalidad sería un dejarse
dominar por el instinto. Así es como interpreta Nietzsche la "voluntad de
vivir" de la que hablaba Schopenhauer, es decir, como una renuncia del ser
humano al poder, o como una claudicación ante el instinto animal e irracional.
INCISO: LA
CRÍTICA A SCHOPENHAUER
Arthur
Schopenhauer fue un filósofo alemán muy influyente en el siglo XIX,
principalmente entre los jóvenes (Nietzsche quedó atrapado por sus pensamientos
a edad temprana), porque se alejaba de la tradición racionalista y profundizaba
en los aspectos más irracionales del ser humano. Su obra principal se titula El mundo como voluntad y representación.
En ella, Schopenhauer presenta su filosofía a partir de una interpretación muy
simplista de Kant. Opina que el kantiano "mundo fenoménico" (o sea,
la realidad intersubjetiva de fenómenos) es el "mundo de la
representación", es decir, una imagen creada por el hombre que simboliza
la realidad a través del filtro cultural (lenguaje, hábitos, prejuicios, etc.).
Frente a ese mundo "teatral" se encuentra "la cosa en sí",
la auténtica realidad. Ya sabemos que Kant negó la posibilidad de conocer la
cosa en sí, pues, a su juicio, se encuentra fuera de los límites del
conocimiento humano porque trasciende la experiencia intersubjetiva y carece de
intuiciones. Sin embargo, Schopenhauer no tiene reparos a la hora de
caracterizar y definir la realidad en sí: en su opinión, se trata de una
voluntad inconsciente, irracional, fundada en un sentimiento de insatisfacción
perpetua y en el consiguiente deseo de satisfacerla. Para ello, el ser humano
ha creado el mundo de la representación, que alimenta los deseos de la voluntad
inconsciente y genera ilusión de progreso, de logros, de que las necesidades se
satisfacen y los objetivos se cumplen. El mundo de la representación, además de
ilusorio, es embriagador, ya que suministra alimento para la voluntad
inconsciente y también la oculta de su forma más trágica y cruda (la cruda
realidad es que el deseo nunca se satisface). En este sentido, Schopenhauer
llama al mundo de la representación el "Velo de Maya", tomando
presentada la divinidad hindú de la apariencia y de la ilusión.
A partir de
esta interpretación ontoepistemológica, Schopenhauer establece el "saber
vivir", que no es otra cosa que "querer la vida tal y como se nos presenta"
aun sabiendo que el mundo es falso, mera ilusión y simple alimento de una
voluntad irracional que nos domina.
Nietzsche,
quien estuvo atraído por tales pensamientos, terminó por rechazar de pleno esa noción
de voluntad: "Mi principio es que la voluntad de los anteriores psicólogos
es una generalización injustificada, que no
existe tal voluntad, que en lugar de concebir las diversas expresiones de
una voluntad determinada bajo
diversas formas, se ha esfumado el carácter de la voluntad al amputarle su
contenido, su dirección; eminentemente es el caso de Schopenhauer; lo que él
llama voluntad no es más que una fórmula hueca[4]".
III. LA
VOLUNTAD DE PODER
INDISOCIABILIDAD
ENTRE PODER Y VOLUNTAD.
Según Nietzsche,
toda voluntad indica dirección de algo, es decir, mandato y control que
encamina las cosas a una meta, les impone finalidad, sentido. En Schopenhauer
no ocurría así, porque la voluntad era un mero estado de insatisfacción
universal, el cual resultaba indiferente a sus diversas formas de realización,
oculto tras el Velo de Maya. La voluntad, si existe, no puede ser indiferente ni
substraerse a lo que ordena, ya que resultaría contradictorio con el sentido
"rector" o "director" que implica la palabra.
Con esta
apreciación tenemos ya parcialmente definida la voluntad nietzscheana, tenemos
su forma, pero todavía falta su contenido. Para Nietzsche, el contenido de la
voluntad, aquello por lo que ella se determina en cada caso, es el poder, la fuerza. A su
juicio, la voluntad es siempre "voluntad de poder"; ambos conceptos
resultan indisociables, porque de otro modo regresaríamos a una fórmula hueca.
El poder, por tanto, es el contenido afirmativo
de la voluntad, o sea, el modo en que la voluntad se realiza a sí misma por y a
través de la vida.
El filósofo
francés Gilles Deleuze, gran intérprete de Nietzsche, nos dice que el alemán
"(...) reprocha a los principios el ser siempre demasiado generales en
relación a lo que pretenden capturar o solucionar. (...) Si, al contrario, la
voluntad de poder es un buen principio (...) es porque es un principio
esencialmente plástico, que no es más
amplio que lo que condiciona, que se metamorfosea con lo condicionado, que se
determina en cada caso con lo que determina[5]". Esto significa que
la voluntad se comprende siempre en relación al poder que determina, al igual
que el poder se comprende en relación a la voluntad que lo dirige. Por lo
tanto, la voluntad no es mera imposición
sobre las cosas, no es simple mandato o control, sino que depende por completo
del poder, o sea, de una relación entre fuerzas. Lo que implica que, si esa
relación varía, la voluntad también. A eso se refiere Deleuze con la plasticidad del principio nietzscheano.
LA VOLUNTAD
DE PODER COMO PRINCIPIO COSMOLÓGICO
Tratemos de
aclarar el asunto con citas del propio Nietzsche. Éste escribe: "La fuerza
es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere[6]". Sólo así el
concepto de fuerza obtiene sentido "victorioso": "El concepto de
fuerza es victorioso por naturaleza,
porque la relación de la fuerza con la fuerza (...) es la dominación: de dos
fuerzas en relación, una es dominante; la otra, dominada[7]".
Estos
pensamientos reflejan que Nietzsche reserva un papel fundamental para la
voluntad de poder más allá de la voluntad humana. Al definirse a partir del
concepto de fuerza, la voluntad de poder se convierte en principio ontológico
que estructura la realidad. ¿Cómo lo hace? Deleuze nos lo explica de la
siguiente forma: En cualquier relación de fuerzas, cada una de ellas tiene una
cualidad única que se desprende de su interacción con las demás y de su génesis
recíproca; las habrá dominantes y otras serán subordinadas, pero sean cuales
sean, se necesitan unas a otras para ser lo que son en dicha relación. Pues bien,
la voluntad de poder actuaría:
a) Como complemento
interno de cada fuerza; aparecería en una relación (x + dx), donde
"x" representa la fuerza y "dx" el incremento (sea positivo
o negativo) que adquiere la fuerza por la voluntad de poder. Este incremento
determina la cantidad de la fuerza, pero no su cualidad (si es
"activa", "dominante", o bien "reactiva",
"subordinada"), la cual sólo se comprende a partir de su relación con
las demás. Por ello, la voluntad de poder también actúa:
b) Como principio trascendental de la relación
entre fuerzas. Esto puede representarse en la relación (dx / dy), donde
"dy" simboliza el diferencial que asigna a cada fuerza su peculiar
incremento (dx) en función de la interacción con las demás, es decir,
considerando la relación entre todas las fuerzas en conjunto (su génesis
recíproca).
En otras
palabras, Nietzsche considera inútil querer medir la cantidad de una fuerza (el
puro incremento) sin considerar su interacción con las demás,, pues será aquí
donde se desprendan las cualidades y donde cobren verdaderamente sentido las
cantidades, es decir, donde el incremento resulte a ojos vista positivo o
negativo. En suma: "La voluntad de poder es el elemento del que se
desprenden a un tiempo la diferencia de cantidad de las fuerzas en relación, y
la cualidad que, en esta relación, corresponde a cada fuerza[8]".
Por este
motivo, Nietzsche juzga inútil el conocimiento científico. La ciencia funciona
con el uso de magnitudes, midiendo la cantidad de éstas en cada objeto dado y
calculando a tenor de ciertas ecuaciones matemáticas que permiten interpretar
unas magnitudes en términos de otras. Por ejemplo, asignando valores numéricos
a la masa y a la aceleración de un cuerpo podemos interpretarlo en términos de
fuerza usando la famosa ecuación de Newton. Se conciben las cantidades sin
tener en cuenta las cualidades: a la ecuación newtoniana le resulta indiferente
si el cuerpo en cuestión es un vehículo, una bola de cañón o el puño de un
boxeador. Hay innumerables entes que podrían satisfacer las condiciones de la
ecuación. Por lo tanto, la calculabilidad de los entes (reducción a magnitudes
físicas) comporta una pérdida de sentido de la realidad, es decir, un desprecio
del contexto en que se sitúa dicho ente y una absoluta desconsideración de sus
relaciones e interacciones con los demás.
EL CARÁCTER
NO ANTROPOMÓRFICO DE LA VOLUNTAD DE PODER.
Deleuze afirma
que en la voluntad de poder "no hay nada de antropomórfico[9]"; no se trata de la
voluntad humana. Su plasticidad
ontológica indica que se puede aplicar a cualquier relación de fuerzas en
cualquier ámbito de la realidad, sea en el arte, en la historia, en la
naturaleza, en las relaciones humanas... Tomemos, por ejemplo, una pieza
musical. La voluntad de poder sería responsable de cohesionar todos los fragmentos
musicales en la misma pieza, a la vez que otorgaría una cualidad única para
cada sonido y también para cada silencio en función de su interacción con los
demás. Si consideramos los sonidos y los silencios de forma aislada no generan
música. Ésta surge sólo en el momento en que se expresan las relaciones de
fuerza entre ellos, relaciones que es capaz de realizar y expresar la voluntad
de poder a lo largo de la pieza. Este ejemplo puede servirnos para entender
cómo el principio nietzscheano se caracteriza por afirmar las diferencias, es decir, por expresar de forma única la
génesis diferencial de cada ente a lo largo de su relación con los demás.
IV. EL ETERNO
RETORNO DE LO IDÉNTICO
La voluntad
de poder, según hemos comentado, es un principio ontológico que afirma las
diferencias en toda relación de fuerzas. Pero Nietzsche considera que todavía
es necesario otro pensamiento para asegurar el
devenir de lo diverso y su eterna
reproducción, o sea, una noción capaz de expresar el ser del devenir y permitir la renovación incesante (y creativa)
de la voluntad de poder.
A grandes
rasgos, el eterno retorno pretende:
a) Afirmar el
ser del devenir (o lo que es lo mismo: afirmar el estado de apertura de la
realidad, asegurando así el combustible
de la voluntad de poder).
b) Afirmar el
valor de este instante.
c) Eliminar
todo pensamiento teleológico así como toda noción lineal del tiempo.
d) Eliminar
toda noción mecanicista acerca del devenir del universo.
e) En un
sentido puramente ético (humano), ayudar a deshacerse de todo arrepentimiento y
sentimiento de culpa.
LA CRÍTICA A
LA NOCIÓN TRADICIONAL DE TIEMPO. LA DIFERENCIA ENTRE "TIEMPO" Y
"TEMPORALIDAD".
A lo largo de
la historia de la filosofía muchos pensadores, como Aristóteles, San Agustín de
Hipona, Martin Heidegger o Merleau-Ponty (entre muchos otros), han reflexionado
sobre el concepto de "tiempo" y, en concreto, sobre su noción
tradicional y cotidiana, bien porque no resulta lógica, bien porque es
intuitiva pero poco objetiva, bien porque falsea la realidad[10]. Con su noción del eterno
retorno, Nietzsche se suma a estas reflexiones pero de manera original e independiente.
La tesis del eterno retorno ya había sido presentada por los estoicos durante
el Helenismo, pero Nietzsche le da un significado distinto.
Para comprender el pensamiento del eterno
retorno conviene entender primero la diferencia entre tiempo y temporalidad.
Por "tiempo" entendemos en general la línea abstracta de instantes
por la cual transitan las cosas en la permanencia del ahora, y que permite
ubicarlas en el pasado, en el presente y/o en el futuro. La
"temporalidad", por el contrario, indica la apertura temporal
inherente a cada cosa, es decir, la historia propia que lleva consigo y su
devenir o proyección futura. En el primer caso, tenemos un concepto abstracto
que funciona como telón de fondo para ubicar todas las cosas y juzgarlas objetivamente
en función del instante que elegimos de forma arbitraria. En el segundo caso,
la temporalidad retrata la vida interna de cada cosa e integra todos sus
diversos instantes en un solo, el cual conserva su pasado, su historia, y a la
vez se abre a su futuro, a los cambios, al devenir. Cuando Nietzsche habla del
eterno retorno de lo idéntico, se refiere a ese retornar constante del mismo
instante comprendido como temporalidad, como vida interna, o sea, como
retención del pasado y proyección del futuro. La vida, por tanto, no es un ir y venir continuo de instantes, sino un
único instante que se transforma a sí mismo apoyándose en su propia génesis
histórica. No es que la historia determine el futuro, pero sí aporta la
fuerza o el poder necesario para desatar el devenir y el cambio. Por eso
decíamos anteriormente que el eterno retorno nietzscheano genera el combustible
necesario para la voluntad de poder, es decir, genera poder.
Nietzsche
opina que la tradición ha considerado el tiempo como una línea infinita de
instantes por la que los cuerpos se desplazan en la permanencia del
"ahora". Concebido así, el tiempo no pertenece a la naturaleza de los
cuerpos, sino que se separa de ellos, y éstos de él. En otras palabras: el
tiempo se abstrae como lugar en sí mismo vacío, y los cuerpos se juzgan sin
tener en cuenta su temporalidad inherente. Esto significa que en lugar de
concebir la apertura temporal de los cuerpos al cambio, la tradición considera
que los cuerpos pueden juzgarse de forma objetiva en cada instante dado. Por
otra parte, Nietzsche afirma que el valor del instante, de éste instante, se pierde, precisamente porque pasa a formar parte
de una sucesión infinita en la que todos los instantes adquieren igual valor,
se nivelan.
LA CRÍTICA AL
MECANICISMO Y AL PENSAMIENTO TELEOLÓGICO.
Según
Nietzsche, los instantes no se suceden unos a otros de forma lineal y mecánica,
como sostiene la ciencia moderna, ya que la realidad es un único instante, este instante, que permanece en continuo
estado de apertura y obtiene su cualidad y su fuerza a partir de su propia
historia.
Por otra
parte, Nietzsche también rechaza las versiones "primitivas" del
eterno retorno como repetición cosmológica de los mismos acontecimientos. En
este caso, el devenir es circular, pero el estado de apertura de la realidad se
pierde o se restringe porque está condenado a repetir una y otra vez los mismos
hechos.
Por último,
Nietzsche critica cualquier idea de finalismo. La realidad no se encamina a
ningún fin, no hay una meta predefinida que encamine a los cuerpos y les
imponga determinado comportamiento. Por ello, se dice que Nietzsche rechaza el
pensamiento teleológico.
EL SENTIDO
ÉTICO DEL ETERNO RETORNO.
Tal vez
porque era consciente de la dificultad de sus planteamientos, Nietzsche enunció
el eterno retorno de muchas formas. La más conocida es aquella según la cual no
debemos arrepentirnos jamás de lo que hemos hecho, pues lo volveremos a hacer
una y otra vez, y no tiene sentido desear una eterna tortura. Al enunciarlo
así, es fácil confundirse e interpretar el eterno retorno como repetición
circular de los mismos acontecimientos. Nietzsche no se refiere a eso. Se trata
de que todo lo que hacemos y hemos hecho forma parte de nuestra historia, y
mientras reneguemos de ello (culpándonos, arrepintiéndonos, etc.), lo único que
conseguiremos es disminuir nuestra fuerza, nuestro poder para transformar la
vida.
[1] En su escrito Sobre el porvenir de nuestras escuelas,
que recopila una serie de conferencias pronunciadas en una época en que todavía era desconocido,
llama la atención cómo presenta una crítica sin precedentes al sistema
educativo de la Alemania de Bismark; una crítica conceptual, teórica, profunda
desde el punto de vista intelectual, pero escrita de forma lúdica, a través de
un cuento. El público quedó encantado.
[2] Incluso el empirismo
inglés, aún cuando acepte la exclusividad de la experiencia en materia de
conocimiento, crea sin embargo una nueva separación al introducir la esfera del
hábito (la costumbre o la creencia).
[3]
En su obra, El Anticristo, Nietzsche
dice: "Casi dos mil años de historia y ni un solo nuevo dios".
[4]
(VP, II, 23) citado por Gilles Deleuze, en Nietzsche
y la filosofía, p. 74.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd., p 75.
[7] Ibíd.
[8]
Ibíd., p. 74.
[9]
Ibíd., p. 75.
[10]
Por ejemplo, Merleau-Ponty (1908-1961), en su Fenomenología de la percepción, sostiene que la definición tradicional
del tiempo es absurda, un sinsentido, porque caemos en contradicción al querer
compaginar en un sólo concepto la sucesión de instantes y la permanencia del
ahora. ¿Cómo es posible que el instante permanezca y a la vez se mueva?
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