lunes, 18 de abril de 2016

Nietzsche

NIETZSCHE (1844-1900)

Obras:
Nietzsche posee una extensa producción escrita. Entre sus numerosas obras destacamos:
-El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872)
-Sobre el porvenir de nuestras escuelas (1872)
-Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral (1873)
-Consideraciones intempestivas, compilación de cuatro obras que llevan los siguientes títulos:
Primera consideración intempestiva: David Strauss, el confesor y el escritor (1873)
Segunda consideración intempestiva: Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (1874)
Tercera consideración intempestiva: Schopenhauer como educador (1874)
Cuarta consideración intempestiva: Richard Wagner en Bayreuth (1876)
-Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres (1878)
-Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales (1881)
-La gaya ciencia (1882)
-Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para ninguno (1883, I y II; 1884, III; 1885, IV)
-Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro (1886)
-La genealogía de la moral. Un escrito polémico (1887)
-El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (1888)
-El caso Wagner. Un problema para los amantes de la música (1888)
-El ocaso de los ídolos, o cómo se filosofa a martillazos (1889)
-Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es (1889)
Nietzsche se sume en la locura a comienzos de la década de los noventa, hasta su muerte, en 1900. No llegó a terminar su obra más deseada, La voluntad de poder. Intento de transvaloración de todos los valores, de la cual sólo se conservan manuscritos.

ASPECTOS PRELIMINARES
Nietzsche es considerado un maestro de la lengua germánica. Su pensamiento, profundamente filosófico, tiene valor incalculable desde el punto de vista literario. Salvando a Platón, no encontraremos quizá en toda la historia de la filosofía otro autor con semejante carga artística. En Nietzsche se da una perfecta comunión entre la razón abstracta o teórica y la razón poética[1]. No impone su estilo por capricho, sino por la urgencia que marca su pensamiento de fondo, el cual se constituye como distanciamiento frente a toda la tradición heredada. La embriaguez poética, el sentimiento, la fuerza metafórica de la literatura, son armas que utiliza con una sola intención: denunciar la decadencia del pensamiento occidental, demostrar que la tradición racional de Occidente, en lugar de resolver cuestiones, genera una contradicción constante entre la verdad supuesta (el ser) y la vida (el devenir).
En historia de la filosofía, Nietzsche marca el fin de la modernidad y abre una nueva conciencia (postmoderna). No hace borrón y cuenta nueva como acaso Descartes cuando reinició la pregunta filosófica radical y puso en duda todo el pensamiento heredado. Por el contrario, Nietzsche retoma cuestiones centrales que recorren la filosofía desde sus orígenes griegos: la cuestión ontológica "ser-devenir", las cuestiones epistemológicas en torno a los conceptos "verdadero-falso" y "sujeto-objeto", la cuestión ética sobre la naturaleza del bien y del mal... Habrá que ver cómo las lleva al límite antes de arrojarlas al abismo, cómo las destruye, generando nuevas categorías y perspectivas que marcarán, en las décadas siguientes a su muerte, y tras el horror del nazismo, una nueva forma de hacer filosofía (postmodernidad).
Hay que tener en cuenta que, pese a la profundidad de sus reflexiones, Nietzsche estudió filología clásica. Así como fue gran conocedor de literatura clásica, no lo fue tanto de obras filosóficas. Sus juicios lapidarios contra grandes pensadores (Parménides, Sócrates, Platón, Kant...), la mayoría de las veces injustos y desproporcionados, revelan una lectura apoyada en la tradición escolar, es decir, una lectura filtrada por bloques conceptuales heredados y simplificadores. Por ejemplo, Nietzsche asume a Kant a partir de la interpretación simplista que de él realizó Schopenhauer. Juzga a la filosofía griega a raíz de su recepción medieval. No queremos decir que Nietzsche desconociese las fuentes originales. Lo que decimos es que lee a los clásicos, pero a través de los anteojos de la tradición.
Si existiese una lista de filósofos malditos, Nietzsche figuraría en los primeros puestos. Fue incomprendido en vida, tachado de radical, subjetivo, encerrado en sus propias fantasmagorías. A pesar de sobresalir con sus primeras obras en el ámbito filológico, y tras haber gozado de relativo éxito intelectual sobre todo a raíz de la amistad con Wagner, a medida que Nietzsche profundizaba en su propio pensamiento se fue alejando más y más de sus coetáneos. Schopenhauer, que había sido su principal influencia, se convirtió para Nietzsche en una cáscara vacía; Wagner, una caricatura de la décadence. Naturalmente, la enemistad fue recíproca. Aunque las obras de Nietzsche gozaban de relativo éxito (el suficiente para vivir de la escritura), pocas personas figuraban en su círculo de amistades, y menos aún simpatizaban con sus pensamientos (cabe destacar, entre estos últimos, a su fiel editor). Finalmente, la caída de Nietzsche en la locura sirvió para que muchos detractores celebrasen su destino "merecido". Sin embargo, la guinda del repudio nietzscheano fue obra de su entorno familiar. Tras su muerte, la hermana, Elisabeth Förster-Niezsche, ferviente seguidora del nazismo, encontró en las páginas del filósofo mil y una soluciones a la cuestión judía, con tal de manipular aquí y allá, omitir ciertos párrafos, corregir otros y darle ese aire de superioridad aria para situarlo en la vanguardia del pensamiento nazi.
Lo que no quita que Nietzsche sea peligroso, pura dinamita (como él mismo se considera). Enseñar a filosofar con el martillo no es un eslogan para atraer espíritus rebeldes e ingenuos, es una forma de hacer filosofía que intenta desnudar la base del pensamiento establecido para exponer sus miserias, sus carencias y contradicciones, su total inconveniencia. Por ejemplo, la crítica nietzscheana a la virtud de la compasión, como emblema del cristianismo, es durísima. La compasión, dice Nietzsche, es un sentimiento de débiles ante los débiles, una disminución del valor, del vigor, un rebajarse a la altura del betún. Al expresarlo con tanta energía, sus palabras no desentonan en absoluto con las arengas de Queipo de Llano, de Hitler o de cualquier otro discurso que legitime el genocidio; pero esto sería sacarlas de contexto: la crítica a la moral de débiles por oposición a la moral de héroes. Si nos quedamos en la superficie, corremos el riesgo de confundirnos. Si profundizamos demasiado, tal vez no toquemos fondo y no sepamos remontar la subida.

CUATRO NÚCLEOS DE LA FILOSOFÍA NIETZSCHEANA
Su pensamiento aborda todo tipo de cuestiones filosóficas: ética, política, antropología, epistemología y ontología. Pero siempre orbitando alrededor de cuatro núcleos que fueron madurando desde sus obras más tempranas hasta su máxima profundidad en su última década de producción filosófica:
1- La denuncia del nihilismo en la tradición judeo-cristiana y en todo el pensamiento occidental desde sus orígenes griegos.
2- El superhombre o afirmación de la vida.
3- La voluntad de poder.
4- El eterno retorno de lo idéntico.

En Así habló Zaratustra, considerada la obra más original de toda la producción nietzscheana, aparecen los cuatro núcleos señalados. Pero resulta curioso el modo en que lo hacen, y nos da una pista acerca del grado de dificultad y a la vez aceptación que el autor esperaba acerca de su propia filosofía. Zaratustra desciende de su retiro de ermitaño para anunciar a los cuatro vientos la muerte de Dios en manos del hombre (nihilismo). A los espíritus que le hacen caso y confían en sus palabras, Zaratustra les muestra la verdad del superhombre (afirmación de la vida). Sin embargo, sólo los más próximos oirán algo sobre la voluntad de poder. Por último, el pensamiento del eterno retorno aparece únicamente en introspecciones del propio Zaratustra, que se debate acerca del sentido de tal noción en un mar de dudas y confusiones.

I. EL NIHILISMO.
LO APOLÍNEO Y LO DIONISÍACO.
En El nacimiento de la tragedia Nietzsche describe los orígenes de la cultura griega como un equilibrio entre dos fuerzas o movimientos antagónicos, asociados a los dioses Apolo y Dionisio. El primero representa la naturaleza del orden, el "ser", la permanencia y estabilidad, lo ideal y comedido, lo solemne; el segundo simboliza caos, desenfreno, puro movimiento sensible, devenir constante y embriagador. Al ser fuerzas antagónicas e interdependientes, cada una de ellas se comprendía a través de (o como ruptura a partir de) la otra: lo apolíneo brotaba como orden que pone a cada cosa en su sitio a raíz de una situación caótica, y lo dionisíaco recuperaba el devenir sensible rompiendo el estancamiento o quietud del orden establecido. Siendo así, no había propiamente guías ni cánones culturales, sino que se creaban continuamente reglas, normas y valores de forma única e irrepetible. No había decadencia cultural porque, según Nietzsche, todavía no existían ídolos, es decir, horizontes en sí mismos inalcanzables respecto a los cuales medir distancias universalmente. La virtud (el valor) se realizaba sin moralina, o sea, sin pretensión ejemplarizante, sin intención de servir como modelo normativo de acción. Y esta ausencia de cánones, ídolos y modelos permitió el florecimiento cultural y la máxima creatividad en la cultura griega, traslucidos en la tragedia mejor que en ningún otro lugar.
La décadence comienza con la tendencia de imponer un carácter pretenciosamente civilizatorio a la cultura. Se crean normas, valores, modelos, cánones culturales que sirven como barra de medir las cosas. El caos se exilia, deja de estar en la raíz de la comprensión de lo apolíneo. De este modo, lo dionisíaco se amordaza, y todo lo sensible y embriagador que brotaba de él por oposición a lo apolíneo se censura como barbarie, incultura, irracionalidad.
Para Nietzsche, la razón (lógos) iniciada y defendida por la filosofía griega tendrá un papel protagonista en la imposición unilateral de lo apolíneo, en el retiro, olvido o rechazo de lo dionisíaco, en suma, en el fin del juego enriquecedor entre ambas fuerzas. De ahí que el filósofo se presente a lo largo del pensamiento nietzscheano como criminal de los criminales, auténtico falsificador donde los haya.
Heráclito, dice Nietzsche, tendrá eternamente razón al afirmar que la realidad es puro devenir, que "el ser" inmóvil es mera ilusión, pero se equivocó al rechazar la validez epistemológica de los sentidos. El gran error de la filosofía, la gran falsedad, llega, a juicio de Nietzsche, con Parménides, cuando afirma que "el ser es y el no ser no es". De aquí brotará la separación entre dos mundos: el verdadero (el ser inmóvil, permanente, estable, inteligible) y el aparente (el devenir, lo sensible y mutable). El principio filosófico de Parménides expresa el principio lógico de no-contradicción: "es imposible que la misma cosa sea y a la vez no sea". Sobre él orbitará todo el pensamiento venidero. Pero, según Nietzsche, esa lógica aparentemente perfecta expresa una contradicción no reconocida: la separación entre el mundo de la vida (atravesado por el no-ser: la muerte, el cambio, la transformación, el azar y la contingencia) y el mundo del pensamiento (fundado en la pura estabilidad: lo permanente, necesario y universal). A raíz de Parménides, la filosofía de Platón (y Sócrates) construirá una forma inalterable de concebir la realidad: el dualismo sensible-inteligible. En la Edad Media, el cristianismo adapta la separación ser-devenir al dogma religioso. Nietzsche denomina a la tradición judeo-cristiana "platonismo para el pueblo". En suma: el pensamiento occidental tomará la verdad, la justicia, lo bueno, la belleza, en fin... todos los criterios de validez, como objetos de veneración en un trasmundo inexistente, por oposición a la vida. Lo primero y más cercano para nosotros (la vida) queda relegado a la última posición, desestimado, tildado como "aparente", mientras que lo más alejado de nosotros (el trasmundo abstracto de las ideas universales) se convertirá en ídolo, se llamará verdadero y servirá como criterio normativo para la corrección y el juicio sobre todas las cosas.

EL NIHILISMO COMO NEGACIÓN DE LA VIDA.
Nietzsche percibe que el pensamiento occidental, determinado en gran medida por la tradición judeo-cristiana, tiende a separar los ámbitos sensible e inteligible, de forma que la realidad misma (lo sensible, la propia vida) queda siempre subsumida en un trasmundo inexistente[2]. Paradójicamente, la búsqueda de certeza ha obligado al ser humano a censurar gran parte de la realidad sensible, al perseguir una verdad pura que no siempre encaja en el devenir constante del mundo vivido. La consecuencia principal de esta separación (es decir, el nihilismo) indica una pérdida de conciencia del entorno real y concreto, a la vez que la fe ciega en la validez del trasmundo.
Para Nietzsche, la incoherencia entre el mundo "inteligible" y la propia vida revela síntomas de enfermedad cultural, de décadence. Los trasmundos conforman una barrera entre nuestra conciencia y las vivencias, no sólo en el ámbito del conocimiento, también en la vida cotidiana. Nuestras experiencias son reasumidas por el “bagaje” cultural, absorbidas hasta perecer en la conciencia interna, en los conceptos, en las etiquetas. El trato humano se oprime, se inhibe, para que toda conversación y todo “contacto” se puedan remitir siempre a una reconstrucción objetiva. Recordamos aquello que hemos vivido simplemente “pensando en ello”, cuando el recuerdo verdadero es aquel que presenciamos (y revivimos) en la acción presente –para Nietzsche la memoria no es un almacén interno de recuerdos, sino el despliegue externo de lo que ya hemos vivido-. Las conciencias permanecen “enclaustradas”, enmudecidas bajo el lenguaje común, los tópicos, las representaciones, lo políticamente correcto. La vida auténtica se oculta con eufemismos –y esto no quiere decir que la esencia de la vida sea según Nietzsche algo grotesco, sino que nos educamos en una cultura que prohíbe embriagarnos de nuestras vivencias, una cultura para la cual la embriaguez es tan sólo un estado alcohólico, un peligroso “estar fuera de nosotros mismos”.
En suma, Nietzsche considera que la cultura occidental está enferma, es una "pseudo-cultura" atravesada por el nihilismo, por la creencia en trasmundos vacíos que niegan la vida. En su aspecto religioso, la división entre mundo terrenal y mundo verdadero (divino) es tajante, el rechazo de lo corporal, mundano, sensual y sensible se hace dogma, la vida se juzga pecado y precisa de la penitencia o del martirio para la conquista de "otra" vida en el más allá. Pero, en su aspecto científico y racional, Occidente ha seguido creando trasmundos nihilistas: el lenguaje representativo, la conciencia objetiva, la certeza y la racionalidad... son formas de reconstruir la realidad sensible de modo que resulte previsible, calculable, reductible, susceptible de juicios de valor, de marcas y etiquetas. Occidente ha construido morales, instituciones, conceptos y procedimientos que determinan la vida, la anulan mediante una señalización de caminos correctos e incorrectos, válidos y no válidos, legítimos e ilegítimos, morales e inmorales, a modo de guía. Todo esto nos indica, según Nietzsche, que la búsqueda de certeza no es más que una búsqueda de seguridad ante el miedo a la vida.
Así pues, cuando el Zaratustra nietzscheano llega para anunciar "la muerte de Dios en manos del hombre", no sólo se refiere al nihilismo religioso de la tradición judeo-cristiana -es decir, no se trata únicamente de reconocer que los pilares medievales han caído por el avance de la ciencia y del Estado. Para Nietzsche, las "sombras" de Dios son múltiples y se reproducen por doquier: Humanidad, Ciencia, Moral, Razón, Lenguaje, Conciencia, Estado, Progreso... Todas reinventan el nihilismo porque son nociones en sí mismas vacías construidas sobre la separación entre el ser (orden impuesto y permanente) y el devenir (la vida). De ahí que Nietzsche nos hable de una sola tradición, el "monótono-teísmo"[3].

EL NIHILISMO COMO VACUIDAD DE LOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES
A través de su obra, el lector asiste a la destrucción de conceptos fundamentales para el pensamiento occidental. Su análisis es tan incisivo y radical que puede incluso despertar voz de alarma, como cuando afirma que "hay que ser superior a la humanidad por fuerza, por altura de alma, por desprecio". Para Nietzsche, la humanidad no existe, lo que existen son hombres de carne y hueso, con su vida e historia irrepetibles. El concepto "humanidad", en tanto que sombra de Dios (o concepto nihilista), resulta de una homogenización de todos los seres humanos como individuos. El individuo, como tal, no presenta ningún rasgo característico, más que su mera pertenencia a la humanidad. Es un simple ejemplar, que se nivela junto a otros idénticos y cae bajo el dominio del gran concepto "humanidad", el cual se presenta en el pensamiento establecido como sujeto de logros, progresos, conquistas... Pero, para Nietzsche, es una burda estafa, un espejismo inexistente.
En El ocaso de los ídolos, Nietzsche nos dice que uno de los rasgos más peculiares y repudiables de la idiosincrasia del filósofo es su manía de establecer conceptos-momia, de ahí que acuse a la filosofía tradicional de egipticismo. Los "conceptos-momia" son nociones que surgen a través de una mortificación de todos los elementos vitales que pudieron haberles dado origen. Por ejemplo, la idea de perfección, en lugar de comprenderse a raíz de la vida en referencia a lo sensible, lo diferente y lo concreto, se sitúa en cambio junto a una serie de conceptos "supremos" (como lo verdadero, lo bueno, lo incondicionado, lo existente) sub specie aeterni ("desde la perspectiva de lo eterno") en un plano metafísico universal y permanente o realidad en sí, superior desde el punto de vista ontológico y epistemológico, el "ser" por oposición al devenir. Según Nietzsche, la propia filosofía construye un ens realissimum ("ente realísimo") llamado "Dios" que reúne en una sola palabra todos los conceptos supremos. Frente a Dios, está el mundo de la vida, el devenir, el cual, despojado de todo "ser", de toda validez ontológica y epistemológica, se juzga engañoso, falaz, contingente, innecesario... La peor enfermedad de la filosofía, afirma Nietzsche, ha consistido en otorgar a Dios el rango ontológico de causa sui, o sea, causa de sí mismo, "causa incausada" o "motor inmóvil", fundamento de la realidad que no precisa de ningún otro fundamento. Es la expresión máxima de la validez otorgada a un trasmundo imaginario.

II. EL SUPERHOMBRE O LA AFIRMACIÓN DE LA VIDA.

TRANSVALORACIÓN DE TODOS LOS VALORES
Tras el diagnóstico del nihilismo, queda clara cuál ha de ser la función de la filosofía: curar a Occidente de la décadence, acabar con su enfermedad. Pero esto implica romper con todo lo que se da por establecido. Según Nietzsche, se precisan "oídos nuevos para música nueva".
Esa "música nueva", o nueva filosofía, deberá:
-Afirmar la vida y negar todo trasmundo imaginario.
-Destruir la separación ser-devenir de tal forma que afirmemos "el ser del devenir" o bien "el devenir del ser".
-Concebir el tradicionalmente repudiado "mundo aparente" como único mundo verdadero, y el venerado "mundo verdadero" como absolutamente falso.
-Aceptar la realidad suprema de lo sensible, sensual, terrenal, mundano, diferente, concreto, mutable, contingente y azaroso.
-Destruir el dualismo sujeto-objeto, que es heredero de la separación ser-devenir (porque la tradición ha considerado que el sujeto es el pensamiento anclado en los trasmundos, y el objeto es aquello que cae bajo el dominio de criterios normativos).
-Destruir los criterios normativos en todos los ámbitos de la cultura (moral, conocimiento, arte, política...) con el objetivo de liberar una posición de absoluta libertad creativa más allá del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, de lo válido y lo no válido. En otras palabras: decir a los caminos errantes y equivocados.
-Comprender la libertad creativa como capacidad de crear eternamente valores únicos y renovados. En otras palabras: quemar las momias de la tradición y forjar en su lugar valores "vivos". Para lo cual, en efecto, se precisa comprender que la conciencia es corpórea, es decir, que "somos nuestro entorno".
-Percibir el instante, este instante, como única realidad. O sea, no someter la realidad al tribunal del tiempo abstracto.
-Desterrar a los sacerdotes, o sea, a los veneradores de trasmundos imaginarios y de criterios normativos.
-Redimir el azar, esto es, liberarlo del dominio que le impone el trasmundo (evitar el cálculo, la previsión, las guías). Para ello, es imprescindible aceptar el azar como fatalidad, o sea, como destino (y tragedia). En otras palabras: no temer a la vida.
-Considerar que no hay otra vida además de ésta. Para ello, además de redimir el azar, será preciso aceptar sin culpa ni remordimientos nuestra propia historia.
-Realizar la virtud sin moralina, sin pretensión ejemplarizante y, por supuesto, sin guiarnos por modelos de conducta.

Todo lo anterior se puede resumir en una sola frase: decir a la vida. El superhombre nietzscheano es aquel que pone fin a la décadence mediante la pura fuerza creativa y libre. Nietzsche denomina la acción del superhombre como transvaloración de todos los valores.

EL CAMELLO, EL LEÓN Y EL NIÑO
Así habló Zaratustra contiene un capítulo titulado "De las tres transformaciones" donde se nos informa acerca de qué es el superhombre. Nietzsche se sirve de una metáfora para representar tres tipos de conciencia humana. En su primera transformación, la conciencia se convierte en "camello". Se trata de una conciencia educada y anclada en la tradición nihilista. Se comporta como un animal de carga, doméstico, transporta "convenciones", trasmundos imaginarios que le acompañan en su viaje vital a modo de guía. Los trasmundos son descritos como una "pesada carga" porque limitan la fuerza del ser humano, le someten a un camino correcto y, al igual que el auriga en el platónico mito del carro alado, le zarandean continuamente para que no se pierda ni decaiga. Los trasmundos "mortifican" todo a su paso, hacen que su entorno sea desértico. Lo cual resulta agotador. De pronto, la conciencia sufre una segunda transformación y se convierte en león, en fiera que dirige toda su fuerza contra la pesada carga que transporta: quiere destruirla, librarse de ella porque limita su sed de vivir. Desea explorar caminos prohibidos, sentirse libre, para lo cual deberá deshacerse de todas aquellas normas y convenciones impuestas culturalmente. Pero el león es puramente destructivo, no creativo: se libera de la carga, destruye las normas, pero no sabe cómo realizarse en la pura libertad. Para ello es preciso, dice Zaratustra, una tercera transformación: cuando el león se transforma en niño. El niño percibe sin prejuicios su entorno, y no sólo lo percibe, sabe que él es su entorno y lo demuestra con su actitud incesantemente lúdica y creativa: allí donde va y en función de lo que le rodea, plantea reglas nuevas para juegos nuevos. Esa capacidad de inventar juegos característica de los niños es una forma metafórica de expresar la actitud del superhombre: decir a lo que nos depara el azar, afirmar nuestro entorno, las diferencias percibidas, lo concreto e irrepetible. Por ejemplo, pensemos en la diferencia entre niños y adultos a la hora de caminar por la vía pública. Mientras los adultos siguen "la línea recta" caminando por la acera sin desviarse, los niños zigzaguean, saltan, hacen piruetas, cuentan las baldosas y pisan sólo las impares, caminan hacia atrás o con los ojos cerrados, luego corren a toda velocidad, se persiguen, ríen, cantan... un sinfín de acciones que resultarían absurdas para una mente adulta basada en la racionalidad y en la moderación. El niño simboliza al superhombre porque se comporta acorde a la voluntad de poder.

MORAL DE ESCLAVOS FRENTE A MORAL DE HÉROES.
El comportamiento humano sometido al dominio de la tradición nihilista se convierte, a juicio de Nietzsche, en una moral de débiles (o de esclavos). La fuerza (el poder) queda limitada, secuestrada por normas e imposiciones, regulada y dosificada, cuando no directamente anulada. Los "grandes imperativos" de las morales religiosas y de las filosofías tradicionales organizan todas las disposiciones y facultades del ser humano, les dicen qué hacer y cómo hacerlo, subordinan unas a otras (como ocurre en la ética platónica con las virtudes), y todo ello en una suerte de preparatoria ante la vida. El resultado es la disminución de poder, la ceguera ante el devenir y la diferencia. Debido a la incoherencia entre el ser y el deber ser (es decir, la contradicción entre la vida y el imperativo moral), surge el remordimiento, el sentimiento de culpa, la frustración, el pecado, el arrepentimiento. Para Nietzsche, el filósofo y genio moderno Pascal es uno de los ejemplos más tristes de la historia acerca de cómo un espíritu fuerte puede quedar marchitado por la autoimposición de la moral de débiles. Su clarividencia ante el universo y la vida chocaba frontalmente con los trasmundos de la religión cristiana. Le tocó vivir en una época marcada todavía por la fe ciega en el dogma religioso. Así que no pudo más que rebajarse a sí mismo, considerarse enfermo, loco, imperfecto, débil, con tal de no contradecir la verdad establecida.
El ejemplo de Pascal nos sirve para ilustrar qué entiende exactamente Nietzsche por "fuerza" y "poder". Porque no se trata de fuerza bruta, animal, "bárbara". Los espíritus fuertes, como el de Pascal, gozan de extrema lucidez para percibir "el ser" (no como trasmundo, sino indisociable al "devenir"). Esa lucidez se encuentra ligada íntima y profundamente a la pura sensibilidad, facultad de la que ya sabemos fue inexorablemente condenada y rechazada por la tradición pero que resulta indispensable para tener los ojos abiertos al mundo de la vida. Por lo tanto, uno de los rasgos característicos de la moral de débiles es la inhibición de la sensibilidad. Así pues, la moral kantiana, basada en imperativos categóricos (decisiones formalmente universales y racionales carentes de deseo), es la expresión máxima de la moral de esclavos. Por eso Nietzsche juzga a Kant como un "cristiano alevoso".
Frente a la moral de esclavos se impone la moral de héroes; en otras palabras: frente a la debilidad, la fuerza; frente al mero hombre, el superhombre. En la moral de héroes, todo lo bueno es aquello que aumenta el poder y genera satisfacción por superar toda resistencia, por conquistar la realidad. En cambio, todo lo malo es aquello que denota disminución de fuerza, es decir, debilidad. Los propios conceptos "bueno" y "malo", "el bien" y "el mal", están tan contaminados por la tradición nihilista que Nietzsche busca un lugar para el superhombre lejos de tales limitaciones, un lugar que necesariamente le sitúe más allá del bien y del mal.

DEFINICIÓN DEL SER HUMANO: LA CUERDA ENTRE EL ANIMAL Y EL SUPERHOMBRE
En otro lugar, Nietzsche afirma que "el hombre es la cuerda entre el animal y el superhombre", dando a entender que el humano vive en tensión entre dos fuerzas, la puramente animal e instintiva, y la posición de dominio libre y creativo del superhombre. Por un lado, el ser humano tiene un aspecto biológico, natural e irracional (instintivo) en la medida en que proviene de la vida y no de Dios. En este sentido vemos una clara influencia del darwinismo en el pensamiento del autor. Pero, por otro lado, el ser humano aspira a dominar la naturaleza. El superhombre vendría dado por el absoluto dominio de la realidad, pero no en sentido racionalista (como imposición de la razón y del cálculo), sino en sentido artístico y creativo. En cambio, la animalidad sería un dejarse dominar por el instinto. Así es como interpreta Nietzsche la "voluntad de vivir" de la que hablaba Schopenhauer, es decir, como una renuncia del ser humano al poder, o como una claudicación ante el instinto animal e irracional.

INCISO: LA CRÍTICA A SCHOPENHAUER
Arthur Schopenhauer fue un filósofo alemán muy influyente en el siglo XIX, principalmente entre los jóvenes (Nietzsche quedó atrapado por sus pensamientos a edad temprana), porque se alejaba de la tradición racionalista y profundizaba en los aspectos más irracionales del ser humano. Su obra principal se titula El mundo como voluntad y representación. En ella, Schopenhauer presenta su filosofía a partir de una interpretación muy simplista de Kant. Opina que el kantiano "mundo fenoménico" (o sea, la realidad intersubjetiva de fenómenos) es el "mundo de la representación", es decir, una imagen creada por el hombre que simboliza la realidad a través del filtro cultural (lenguaje, hábitos, prejuicios, etc.). Frente a ese mundo "teatral" se encuentra "la cosa en sí", la auténtica realidad. Ya sabemos que Kant negó la posibilidad de conocer la cosa en sí, pues, a su juicio, se encuentra fuera de los límites del conocimiento humano porque trasciende la experiencia intersubjetiva y carece de intuiciones. Sin embargo, Schopenhauer no tiene reparos a la hora de caracterizar y definir la realidad en sí: en su opinión, se trata de una voluntad inconsciente, irracional, fundada en un sentimiento de insatisfacción perpetua y en el consiguiente deseo de satisfacerla. Para ello, el ser humano ha creado el mundo de la representación, que alimenta los deseos de la voluntad inconsciente y genera ilusión de progreso, de logros, de que las necesidades se satisfacen y los objetivos se cumplen. El mundo de la representación, además de ilusorio, es embriagador, ya que suministra alimento para la voluntad inconsciente y también la oculta de su forma más trágica y cruda (la cruda realidad es que el deseo nunca se satisface). En este sentido, Schopenhauer llama al mundo de la representación el "Velo de Maya", tomando presentada la divinidad hindú de la apariencia y de la ilusión.
A partir de esta interpretación ontoepistemológica, Schopenhauer establece el "saber vivir", que no es otra cosa que "querer la vida tal y como se nos presenta" aun sabiendo que el mundo es falso, mera ilusión y simple alimento de una voluntad irracional que nos domina.
Nietzsche, quien estuvo atraído por tales pensamientos, terminó por rechazar de pleno esa noción de voluntad: "Mi principio es que la voluntad de los anteriores psicólogos es una generalización injustificada, que no existe tal voluntad, que en lugar de concebir las diversas expresiones de una voluntad determinada bajo diversas formas, se ha esfumado el carácter de la voluntad al amputarle su contenido, su dirección; eminentemente es el caso de Schopenhauer; lo que él llama voluntad no es más que una fórmula hueca[4]".

III. LA VOLUNTAD DE PODER

INDISOCIABILIDAD ENTRE PODER Y VOLUNTAD.
Según Nietzsche, toda voluntad indica dirección de algo, es decir, mandato y control que encamina las cosas a una meta, les impone finalidad, sentido. En Schopenhauer no ocurría así, porque la voluntad era un mero estado de insatisfacción universal, el cual resultaba indiferente a sus diversas formas de realización, oculto tras el Velo de Maya. La voluntad, si existe, no puede ser indiferente ni substraerse a lo que ordena, ya que resultaría contradictorio con el sentido "rector" o "director" que implica la palabra.
Con esta apreciación tenemos ya parcialmente definida la voluntad nietzscheana, tenemos su forma, pero todavía falta su contenido. Para Nietzsche, el contenido de la voluntad, aquello por lo que ella se determina en cada caso, es el poder, la fuerza. A su juicio, la voluntad es siempre "voluntad de poder"; ambos conceptos resultan indisociables, porque de otro modo regresaríamos a una fórmula hueca. El poder, por tanto, es el contenido afirmativo de la voluntad, o sea, el modo en que la voluntad se realiza a sí misma por y a través de la vida.
El filósofo francés Gilles Deleuze, gran intérprete de Nietzsche, nos dice que el alemán "(...) reprocha a los principios el ser siempre demasiado generales en relación a lo que pretenden capturar o solucionar. (...) Si, al contrario, la voluntad de poder es un buen principio (...) es porque es un principio esencialmente plástico, que no es más amplio que lo que condiciona, que se metamorfosea con lo condicionado, que se determina en cada caso con lo que determina[5]". Esto significa que la voluntad se comprende siempre en relación al poder que determina, al igual que el poder se comprende en relación a la voluntad que lo dirige. Por lo tanto, la voluntad no es mera imposición sobre las cosas, no es simple mandato o control, sino que depende por completo del poder, o sea, de una relación entre fuerzas. Lo que implica que, si esa relación varía, la voluntad también. A eso se refiere Deleuze con la plasticidad del principio nietzscheano.

LA VOLUNTAD DE PODER COMO PRINCIPIO COSMOLÓGICO
Tratemos de aclarar el asunto con citas del propio Nietzsche. Éste escribe: "La fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere[6]". Sólo así el concepto de fuerza obtiene sentido "victorioso": "El concepto de fuerza es victorioso por naturaleza, porque la relación de la fuerza con la fuerza (...) es la dominación: de dos fuerzas en relación, una es dominante; la otra, dominada[7]".
Estos pensamientos reflejan que Nietzsche reserva un papel fundamental para la voluntad de poder más allá de la voluntad humana. Al definirse a partir del concepto de fuerza, la voluntad de poder se convierte en principio ontológico que estructura la realidad. ¿Cómo lo hace? Deleuze nos lo explica de la siguiente forma: En cualquier relación de fuerzas, cada una de ellas tiene una cualidad única que se desprende de su interacción con las demás y de su génesis recíproca; las habrá dominantes y otras serán subordinadas, pero sean cuales sean, se necesitan unas a otras para ser lo que son en dicha relación. Pues bien, la voluntad de poder actuaría:
a) Como complemento interno de cada fuerza; aparecería en una relación (x + dx), donde "x" representa la fuerza y "dx" el incremento (sea positivo o negativo) que adquiere la fuerza por la voluntad de poder. Este incremento determina la cantidad de la fuerza, pero no su cualidad (si es "activa", "dominante", o bien "reactiva", "subordinada"), la cual sólo se comprende a partir de su relación con las demás. Por ello, la voluntad de poder también actúa:
b) Como principio trascendental de la relación entre fuerzas. Esto puede representarse en la relación (dx / dy), donde "dy" simboliza el diferencial que asigna a cada fuerza su peculiar incremento (dx) en función de la interacción con las demás, es decir, considerando la relación entre todas las fuerzas en conjunto (su génesis recíproca).
En otras palabras, Nietzsche considera inútil querer medir la cantidad de una fuerza (el puro incremento) sin considerar su interacción con las demás,, pues será aquí donde se desprendan las cualidades y donde cobren verdaderamente sentido las cantidades, es decir, donde el incremento resulte a ojos vista positivo o negativo. En suma: "La voluntad de poder es el elemento del que se desprenden a un tiempo la diferencia de cantidad de las fuerzas en relación, y la cualidad que, en esta relación, corresponde a cada fuerza[8]".
Por este motivo, Nietzsche juzga inútil el conocimiento científico. La ciencia funciona con el uso de magnitudes, midiendo la cantidad de éstas en cada objeto dado y calculando a tenor de ciertas ecuaciones matemáticas que permiten interpretar unas magnitudes en términos de otras. Por ejemplo, asignando valores numéricos a la masa y a la aceleración de un cuerpo podemos interpretarlo en términos de fuerza usando la famosa ecuación de Newton. Se conciben las cantidades sin tener en cuenta las cualidades: a la ecuación newtoniana le resulta indiferente si el cuerpo en cuestión es un vehículo, una bola de cañón o el puño de un boxeador. Hay innumerables entes que podrían satisfacer las condiciones de la ecuación. Por lo tanto, la calculabilidad de los entes (reducción a magnitudes físicas) comporta una pérdida de sentido de la realidad, es decir, un desprecio del contexto en que se sitúa dicho ente y una absoluta desconsideración de sus relaciones e interacciones con los demás.

EL CARÁCTER NO ANTROPOMÓRFICO DE LA VOLUNTAD DE PODER.
Deleuze afirma que en la voluntad de poder "no hay nada de antropomórfico[9]"; no se trata de la voluntad humana. Su plasticidad ontológica indica que se puede aplicar a cualquier relación de fuerzas en cualquier ámbito de la realidad, sea en el arte, en la historia, en la naturaleza, en las relaciones humanas... Tomemos, por ejemplo, una pieza musical. La voluntad de poder sería responsable de cohesionar todos los fragmentos musicales en la misma pieza, a la vez que otorgaría una cualidad única para cada sonido y también para cada silencio en función de su interacción con los demás. Si consideramos los sonidos y los silencios de forma aislada no generan música. Ésta surge sólo en el momento en que se expresan las relaciones de fuerza entre ellos, relaciones que es capaz de realizar y expresar la voluntad de poder a lo largo de la pieza. Este ejemplo puede servirnos para entender cómo el principio nietzscheano se caracteriza por afirmar las diferencias, es decir, por expresar de forma única la génesis diferencial de cada ente a lo largo de su relación con los demás.

IV. EL ETERNO RETORNO DE LO IDÉNTICO
La voluntad de poder, según hemos comentado, es un principio ontológico que afirma las diferencias en toda relación de fuerzas. Pero Nietzsche considera que todavía es necesario otro pensamiento para asegurar el devenir de lo diverso y su eterna reproducción, o sea, una noción capaz de expresar el ser del devenir y permitir la renovación incesante (y creativa) de la voluntad de poder.
A grandes rasgos, el eterno retorno pretende:
a) Afirmar el ser del devenir (o lo que es lo mismo: afirmar el estado de apertura de la realidad, asegurando así el combustible de la voluntad de poder).
b) Afirmar el valor de este instante.
c) Eliminar todo pensamiento teleológico así como toda noción lineal del tiempo.
d) Eliminar toda noción mecanicista acerca del devenir del universo.
e) En un sentido puramente ético (humano), ayudar a deshacerse de todo arrepentimiento y sentimiento de culpa.

LA CRÍTICA A LA NOCIÓN TRADICIONAL DE TIEMPO. LA DIFERENCIA ENTRE "TIEMPO" Y "TEMPORALIDAD".
A lo largo de la historia de la filosofía muchos pensadores, como Aristóteles, San Agustín de Hipona, Martin Heidegger o Merleau-Ponty (entre muchos otros), han reflexionado sobre el concepto de "tiempo" y, en concreto, sobre su noción tradicional y cotidiana, bien porque no resulta lógica, bien porque es intuitiva pero poco objetiva, bien porque falsea la realidad[10]. Con su noción del eterno retorno, Nietzsche se suma a estas reflexiones pero de manera original e independiente. La tesis del eterno retorno ya había sido presentada por los estoicos durante el Helenismo, pero Nietzsche le da un significado distinto.
Para comprender el pensamiento del eterno retorno conviene entender primero la diferencia entre tiempo y temporalidad. Por "tiempo" entendemos en general la línea abstracta de instantes por la cual transitan las cosas en la permanencia del ahora, y que permite ubicarlas en el pasado, en el presente y/o en el futuro. La "temporalidad", por el contrario, indica la apertura temporal inherente a cada cosa, es decir, la historia propia que lleva consigo y su devenir o proyección futura. En el primer caso, tenemos un concepto abstracto que funciona como telón de fondo para ubicar todas las cosas y juzgarlas objetivamente en función del instante que elegimos de forma arbitraria. En el segundo caso, la temporalidad retrata la vida interna de cada cosa e integra todos sus diversos instantes en un solo, el cual conserva su pasado, su historia, y a la vez se abre a su futuro, a los cambios, al devenir. Cuando Nietzsche habla del eterno retorno de lo idéntico, se refiere a ese retornar constante del mismo instante comprendido como temporalidad, como vida interna, o sea, como retención del pasado y proyección del futuro. La vida, por tanto, no es un ir y venir continuo de instantes, sino un único instante que se transforma a sí mismo apoyándose en su propia génesis histórica. No es que la historia determine el futuro, pero sí aporta la fuerza o el poder necesario para desatar el devenir y el cambio. Por eso decíamos anteriormente que el eterno retorno nietzscheano genera el combustible necesario para la voluntad de poder, es decir, genera poder.
Nietzsche opina que la tradición ha considerado el tiempo como una línea infinita de instantes por la que los cuerpos se desplazan en la permanencia del "ahora". Concebido así, el tiempo no pertenece a la naturaleza de los cuerpos, sino que se separa de ellos, y éstos de él. En otras palabras: el tiempo se abstrae como lugar en sí mismo vacío, y los cuerpos se juzgan sin tener en cuenta su temporalidad inherente. Esto significa que en lugar de concebir la apertura temporal de los cuerpos al cambio, la tradición considera que los cuerpos pueden juzgarse de forma objetiva en cada instante dado. Por otra parte, Nietzsche afirma que el valor del instante, de éste instante, se pierde, precisamente porque pasa a formar parte de una sucesión infinita en la que todos los instantes adquieren igual valor, se nivelan.

LA CRÍTICA AL MECANICISMO Y AL PENSAMIENTO TELEOLÓGICO.
Según Nietzsche, los instantes no se suceden unos a otros de forma lineal y mecánica, como sostiene la ciencia moderna, ya que la realidad es un único instante, este instante, que permanece en continuo estado de apertura y obtiene su cualidad y su fuerza a partir de su propia historia.
Por otra parte, Nietzsche también rechaza las versiones "primitivas" del eterno retorno como repetición cosmológica de los mismos acontecimientos. En este caso, el devenir es circular, pero el estado de apertura de la realidad se pierde o se restringe porque está condenado a repetir una y otra vez los mismos hechos.
Por último, Nietzsche critica cualquier idea de finalismo. La realidad no se encamina a ningún fin, no hay una meta predefinida que encamine a los cuerpos y les imponga determinado comportamiento. Por ello, se dice que Nietzsche rechaza el pensamiento teleológico.

EL SENTIDO ÉTICO DEL ETERNO RETORNO.
Tal vez porque era consciente de la dificultad de sus planteamientos, Nietzsche enunció el eterno retorno de muchas formas. La más conocida es aquella según la cual no debemos arrepentirnos jamás de lo que hemos hecho, pues lo volveremos a hacer una y otra vez, y no tiene sentido desear una eterna tortura. Al enunciarlo así, es fácil confundirse e interpretar el eterno retorno como repetición circular de los mismos acontecimientos. Nietzsche no se refiere a eso. Se trata de que todo lo que hacemos y hemos hecho forma parte de nuestra historia, y mientras reneguemos de ello (culpándonos, arrepintiéndonos, etc.), lo único que conseguiremos es disminuir nuestra fuerza, nuestro poder para transformar la vida.




[1] En su escrito Sobre el porvenir de nuestras escuelas, que recopila una serie de conferencias pronunciadas  en una época en que todavía era desconocido, llama la atención cómo presenta una crítica sin precedentes al sistema educativo de la Alemania de Bismark; una crítica conceptual, teórica, profunda desde el punto de vista intelectual, pero escrita de forma lúdica, a través de un cuento. El público quedó encantado.
[2] Incluso el empirismo inglés, aún cuando acepte la exclusividad de la experiencia en materia de conocimiento, crea sin embargo una nueva separación al introducir la esfera del hábito (la costumbre o la creencia).
[3] En su obra, El Anticristo, Nietzsche dice: "Casi dos mil años de historia y ni un solo nuevo dios".
[4] (VP, II, 23) citado por Gilles Deleuze, en Nietzsche y la filosofía, p. 74.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd., p 75.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd., p. 74.
[9] Ibíd., p. 75.
[10] Por ejemplo, Merleau-Ponty (1908-1961), en su Fenomenología de la percepción, sostiene que la definición tradicional del tiempo es absurda, un sinsentido, porque caemos en contradicción al querer compaginar en un sólo concepto la sucesión de instantes y la permanencia del ahora. ¿Cómo es posible que el instante permanezca y a la vez se mueva?

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